Hay una palabra que se filtra entre los huecos y se constituye en un presentimiento, no en una presencia, y da origen a lo que podemos designar como realidad y el lenguaje emanado de ella, “Decir lenguaje es decir civilización”, señaló atinadamente Octavio Paz, y fue más allá al explicar: «Al hablar, no hablamos únicamente con los que tenemos cerca. Hablamos también con los muertos y con los que todavía no nacen».
En esta grieta se ubica ese eco que viene de quienes nos antecedieron, en una realidad que parece confusa pero que es la que nos ubica: debemos empezar a leernos hacia atrás para encontrar un presente, donde el fruto es la muerte.
“Morir es fácil. Lo complicado es vivir rodeado de fantasmas”, dice Atenea Cruz, escritora durangueña, en su novela; pero, ¿cómo escapar? Por mucho que tapiemos las ventanas, que aseguremos las puertas, la propia autora nos revela que no hay escapatoria: “los vivos cerramos puertas que los muertos abren”, sentencia.
El Fondo Editorial Tierra Adentro publicó Ecos en 2017, primera novela de Atenea, quien tiene ya una amplia trayectoria por otros géneros como la poesía y el cuento. Se trata de un texto que revela el verdadero terror. No asusta la idea de un monstruo temible que surge de un conjuro demoniaco, ni las imágenes a lo Hollywood a las que nos han acostumbrado. El verdadero terror surge de enfrentarse a sí mismo, de esos muertos, de los fantasmas que nos habitan y son el eco de cada paso, cada palabra –sea pronunciada o no-, cada acción, así sea ahogar al hijo cuando baje la niebla para alcanzar el silencio: “única felicidad posible”.
Estas otras voces que convergen en nosotros y que algunos llaman inconsciente, son justamente los ecos de la vida experimentada a través del otro, donde nos reconocemos: “Gracias a este odio soy eterna”, dirá Celia, la protagonista, o, mejor dicho, una de las voces de la novela, antes de emprender el camino a la raíz de su angustia, a la historia de su madre, con quien comparte nombre, como un destino, como un sello de fuego estampado a su alma.
¿Qué nos queda pues sino la memoria? Ese hilo conductor que nos reconstruye para echar a andar, aunque sea ya muertos, pero sin perder la palabra, como sucede en la Comala de Rulfo, donde la realidad está habitada por fantasmas, por secretos, por todo aquello que más allá de las etiquetas de “bueno” o “malo”, constituyen la sicología de los hombres y su lenguaje.
Esto nos deja de manifiesto lo que Octavio Paz exploró y dedujo: “El hombre es un ser precario, complejo, doble o triple, habitado por fantasmas, espoleado por los apetitos, roído por el deseo. Espectáculo prodigioso y lamentable». Como ese pobre circo de pueblo que carga para todos lados con su miseria, con el fuego de un enano lleno de pasión que es un ejemplo de lo que la sicología se tardó tanto en explicar: algo aparentemente pequeño, controlable, manejable, puede arrastrarnos hasta el abandono de nosotros mismos. Ese enano es el deseo.
Para describir este mundo tan humano y caótico, no hace falta llenar y llenar cuartillas con discursos. Hace falta revelar el lenguaje con el que nos habla el deseo y los fantasmas: el de la acción. En estas páginas descubrimos procesos síquicos en movimiento, en constante interacción y eso abre una posibilidad para que el lector pueda husmear, como otro fantasma, como otra voz – y sus múltiples voces- hasta lograr un coro, un espectáculo digno de las antiguas carpas, de esos circos miserables.
En la contraportada se dice que Ecos tiene “una notable economía de recursos”, pero esto no es una advertencia de que algo falte, al contrario, es la afirmación de que el lenguaje está en su lugar, con la precisión que seguramente los años por el camino de la poesía y el cuento le han legado a la escritora, y es que, volviendo de nueva cuenta a Octavio Paz, “nadie sabe nada del presente, solo el poeta”, y esta es una novela presente, que nos regresa de este mundo lleno de computadoras y teléfonos, a un escenario íntimo, donde solo hay un espejo que nos muestra nuestra imagen.
Aunque un poco larga, me parece pertinente dejar aquí las palabras de Juan José Arreola, maestro del lenguaje:
“Hace poco en Bellas Artes dije que Rulfo era un escritor imposible, lo aseveré con la convicción de que la mayoría de los escritores de hoy son posibles, se repiten, escriben por oficio, participan con ganancias en el mercado editorial, que bien manejado se convierte en una industria próspera. ¿Para qué escribir algo inferior a lo que se escribió la semana pasada, el año pasado? En ese sentido se ha perdido el gusto literario por aproximar a la literatura al arte, con la idea de creación. En mi caso, no escribo para no repetirme, ni para publicar textos inferiores a los que ya publiqué. ¿Qué caso tendría? Estamos llenos de libros que no hacen falta y faltan autores y los libros capitales para que eso que entendemos como cultura occidental no se pierda en los estrechos laberintos de las computadoras, que en la mayoría de los casos han sido programadas por hombres falibles; tal es el caso de ‘Deep Blue’ la computadora campeona de ajedrez, y de Internet que, fuera de los usos científicos y académicos útiles para la humanidad, corre el riesgo de convertirse en el basurero de la estupidez humana».
Habría que agradecer entonces a Atenea y a muchos escritores jóvenes (y esto no tiene que ver con cuestiones cronológicas), por llevarnos –todavía- al mundo imposible de la literatura.
*Atenea Cruz nació en Durango, Durango, en 1984. Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ). Obtuvo el Premio de Cuento María Elvira Bermúdez 2002 y el Premio de Poesía Beatriz Quiñones 2012. Fue becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico PECDA Durango y Zacatecas en narrativa y poesía, respectivamente. Ganadora del Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción en 2017.
Ha publicado libros de cuento y de poesía. Ha colaborado en revistas como Tierra Adentro, Crítica, Frontal y Vice.