Lunes. Firmé un nuevo contrato. Me ascendieron. Ernesto sube las escaleras sin hacer ruido. Entra a su departamento. Es temprano. Va a la cocina. Enciende la campana. Se prepara un whisky. Apaga la luz y se deja caer en el sillón frente a la ventana. Mira la calle. A la izquierda, la Avenida principal; a la derecha, la calle de las casas antiguas. Observa los edificios. El suyo es el único sin balcones. Suspira. Ojea el edificio de enfrente. Seis pisos. Una anciana ve televisión. La habitación infantil encendida. Una ventana con luz tenue. La noche pinta tranquila, justo lo que necesito. Ernesto mira su reloj, nueve en punto. A lo lejos se escucha el rugir de un motor. Rechinido suave de llantas. Auto negro con placas de la ciudad. Se baja una chica con tacones y vestido corto. Entra rápido al edificio. Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis… siete… ocho… entra al departamento, deja la luz tenue de su habitación. Se despoja de sus ropas. Enciende la luz del baño. Nueve y media. Se acuesta recién bañada.
Martes. Ernesto de nuevo llega temprano. Sube las escaleras con su nuevo uniforme. En la cocina se prepara un whisky. Mira por la ventana. Ve las esquinas, sonríe. La fortuna de vivir en medio de la cuadra. Nueve en punto. Se escucha cómo la música va invadiendo la calle. Los vidrios retumban. Rechinido de llantas. Un frenón. Auto rojo sin placas. Se baja una chica, azota la puerta. Grita lárgate. Mismo vestido, mismos tacones. Ocho segundos y llega al tercer piso. Deja la luz tenue. Entra al baño. Media hora después, se arroja desnuda a la cama.
Miércoles. Ernesto llega a su departamento. Abre el estante de la cocina. No hay whisky. En la sala tengo unos puros. Se sienta en el sillón. Enciende el puro. Contempla la habitación con luz tenue. Sigilosamente, una camioneta se estaciona en el edificio de enfrente. Nueve diez. Entorna su mirada. La mujer se baja, sin tacones y con el vestido roto. Alguien, mientras cierra la puerta, le lanza dos besos y una risotada. Ocho segundos. Veinte…sesenta…ochenta…Abre la puerta. Se dobla, vomita. Nueve veinte. Va al baño. Se bañará treinta minutos. En la habitación infantil se ven las estrellas fluorescentes. La anciana ya duerme. Once diez. El baño sigue con la luz encendida. Suena el celular. Responde. Te veo en diez. Cuelga. Ernesto lanza la última bocanada. Toma su chamarra del uniforme nuevo, su placa y deja el celular personal. Mi primer caso.
Semblanza:
Cecilia Amaro: filósofa, ensayista y cuentista. Ha publicado en Zona de Ocio, Nocturnario, Filopalabra y Filosofía de Clóset.