Aquí afuera no hay estrellas
Tú, en mis labios ardes, te consumes
flotas como sal en la playa,
estamos solos, no hay estrellas, no hay luna,
no hay Dios.
La inmensidad de este paleolítico desierto
es nuestro cómplice.
Somos quienes desde el exilio contemplan el mundo.
Nos detuvimos en seco, afrontando la brisa malherida
¡Caímos! ¡Caemos! ¡Ardimos!
La arena se funde con el frío, veintiunmil células han muerto,
cada grano de arena es uno de mis poros.
Después de la alegría llega la soledad
Después de ti… llega la soledad.
Somos quienes miran el mundo desde el exilio.
Estamos frente a la tumba de Storni.
Ahogados. Ahogándonos. Abandonados.
Profanando cada encanto mágico que aún nos excita,
como siempre… soledad, soledades, intimidad.
Tú y yo nos hemos desgarrado intensos,
no hay fibra de este cuerpo que aún no grite.
Somos quienes desde el exilio contemplan el mundo.
Danzando en lascivas agitaciones
Gemimos estéricos, cadavéricos, histéricos,
la muerte ardía por nosotros.
Aquí no hay estrellas, aquí no hay conocimiento,
sólo estamos tú y yo.
Hablemos de la perdida de dios en nuestro psique,
cuando bañados por las violentas olas salinas que brotan de nuestros poros
quedamos expuestos al frágil horizonte.
Somos quienes contemplan el mundo desde el exilio.