En las redes sociales no somos usuarios, somos productos. La mayoría de las acciones realizadas en dicho entorno parecen ser fruto de la libertad humana, pero en realidad con pronósticos y conclusiones de algoritmos.
Un usuario promedio sigue una ruta marcada por la inteligencia artificial, dando “likes” e impartiendo “seguir” a diestra y siniestra: se comparte información y se promueve la divulgación de cualquier información sin realizar filtros previos. En ese sentido, más que racional, nos acercamos a lo instintivo.
Hablo por todos, aunque sea una falacia generalizar, pero me incluyo, aunque también sea falaz ser referencia individualizar. Pero es cierto, nuestra voluntad se abandona a la ociosidad, a un porvenir aparentemente indeterminado, pero que ya fue calculado por las máquinas.
En internet el tiempo se evapora, pierde substancia, si es que alguna vez la tuvo. Allí surge con anhelo nuestras ansias de diferenciarnos del resto, encontrar una anhelada distinción -ese pulso no hace más que hacernos a todos iguales.
El viejo sueño de igualdad se cumplió en las redes sociales, pero no en forma de libertad, sino como esclavitud (hombres y mujeres sin oportunidad de cambiar sus vidas). Vemos los hilos, pero no queremos cortarlos. Las redes sociales cambiaron todo. Y la vista, el más engañoso de los sentidos, se volvió todavía más importante, pobres de aquellos que sufren de su ausencia.
¡Dichosos aquellos que nacieron y crecieron en un entorno en el que sus errores no quedaron plasmados por la posterioridad! Condenados quienes, sin poder escapar de las lentes, quedarán preservados hasta la eternidad humana. Pero nadie, ni siquiera los pobres que no pidieren nacer aquí y ahora, deben ser víctimas del indebido uso de la tecnología.
Es cierto que es libertad ejercer como mejor acomoden dichos medios, pero como en todo, siempre será mejor aceptado aquel que no haga daño a nadie, tal como dictan, desde tiempos ancestrales, Los preceptos del derecho: vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo que es suyo (iuris praecepta sunt haec: honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere). Frase ambigua, pero que no escapa de atinar al sentido de justicia.
A esos esfuerzos, pocos o muchos, sumo los míos para constatar que los entornos digitales, aunque peligrosos, cual infierno, también pueden rozar en la lontananza de la convivencia tolerable. He aquí los consejos que en estos años he observado:
- Dejar de compartir imágenes que necesiten un texto para explicar su contenido.
- Abstenerse de condenar los actos en redes sociales sin que se haya dictado sentencia al respecto. En caso de que sea una denuncia, promover la denuncia penal antes que la denuncia digital.
- Evitar crear “memes” de personas que no son figuras públicas. Aunque el meme puede operar como caricatura política, la posibilidad de difundir en tan poco tiempo y en todo el mundo, debe ser cuidado en mostrar a menores, por ejemplo.
- Dejar de “seguir” o quitar el “Like” a páginas o personas que hayan defraudado nuestra confianza o realizado actos bajos. Cada “like” o “Seguir” es un voto de confianza a dicha persona. La única forma de que seamos usuarios y no productos es romper las reglas, el secreto está en estas dos palabras claves.
- Las redes sociales son para hacer el mundo más pequeño, no para hacer el tuyo más grande.
- En cuanto a los medios de comunicación, como periódicos, noticias, comprender que existen diversas secciones. Cada una de ellas tienen más o menos un valor; respetar ese ínfimo de importancia.
- Leer completamente el texto de la nota periodística o información antes de comentar. En caso de ser video, escuchar y observar el contenido total del mismo.
- En caso de siniestros, no divulgar noticias falsas o falta de corroboración.
- No plagiar.
- No promover el odio en las redes sociales. No cometer el mismo error que en la realidad.
- No duplicar el perfil de otra persona.
Y, por último, pero no menos importante:
- No hacer de mi entorno digital, la realidad 2.0