Ahora para algunos, somos la juventud de millenials cuando en el siglo pasado nos llamaron generación equis. No buscamos nunca nada. Nuestro rock and roll estuvo plagado de rebeldes sin causa, suicidas del grunge con letras cursis o con vanos intentos de acercamiento a la poesía ¿Me oíste, Kurt Cobain?
Para nuestros mentores, nosotros no estuvimos jamás en perdidos sacrificios por una comunidad global de solidaridad pero tampoco se nos identificó como un probable cúmulo de disidencia, al menos en el pleito callejero. El punk rock de nuestros años noventa se remitió a explicarse como un ente neurótico pero muy fresita. Cuatro pelados de un día verde explicaron a la juventud equis: el melodrama sin sentido.
A esos jóvenes adeptos a la nada, provocadores en ninguna parte, ausentes solo por las noches de nuestras casas, desde todavía nuestra puerilidad apenas cansina y muy clara cercanía a acercarse a los cuarenta, en este momento y con una retahíla de adolescentes a nuestras espaldas, se nos llama millenials. Es ridículo. La generación del milenio. Usamos la tecnología por un proceso de ósmosis, no por un hecho de aprendizaje y adaptación a la posmodernidad. Si la suerte es ocasión, la torta bajo el brazo tiene un frío armazón de iPhone.
Si la posmodernidad está plagada de momentos líquidos y éticas de agua (y no es invitación al erotismo), nadie les dijo o nos dijo a los millenials cuán semejante es su tristeza frente a una tableta que la intención equis de hacerse a la revolución desde la pulcra cochera de mamá, donde la revolución fue una pizza a cuenta de la casa.
Quizá por estos motivos, no fue la generación del milenio ni los próximos panzones y calvos de la equis quienes se ofendieron y exigieron punición y disculpas públicas al ¿intelectual? Nicolás Alvarado, ex conductor del letrado programa La dichosa palabra donde participan desde filólogos, poetas hasta historiadores, pues ofendió a una de las grandes figuras del folclor mexicano, reivindicante símbolo de la homosexualidad en un país machista, Alberto Aguilera Valadez, mejor conocido por el nombre artístico de Juan Gabriel, quien falleció a los 66 años de edad el 28 de agosto de 2016, en Santa Mónica, California.
Dos días después de la muerte del divo de Juárez, a Nicolás Alvarado, con un mundo en Latinoamérica y Estados Unidos de personas ni millenials ni equis (siempre embombados o en una pantalla o en un presente demasiado quieto) gimientes de sincero dolor, se le ocurrió dedicarle el tema de su columna a Juan Gabriel, no para alabarlo pero sí para ser políticamente correcto y no hacerle una crítica a su homosexualidad pero sí a su cualidad de naco, donde la definición directamente venida de la Real Academia Española, es la de indio.
México mide mil 973 millones de kilómetros cuadrados y de acuerdo al Instituto Nacional Indigenista, 383 541.5 kilómetros cuadrados están ocupados por pueblos indígenas. La mayoría de ellos en Oaxaca, Yucatán y Chiapas. Casi el 20 por ciento de nuestro territorio, está poblado por indígenas. Un pueblo indio todavía en lágrimas, solo solicitaría una cosa para Nicolás Alvarado: el infierno donde ardiera lentamente.
Nicolás Alvarado se expresó así en su colaboración para el diario Milenio: “Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada. Y sé que la pérdida es real y que es enteramente mía. Pero condicionado como estoy por mi circunstancia, no puedo evitar reaccionar como reacciono”.
Nicolás olvidó una cosa: sus palabras resuenan en la nación del soborno cotidiano y de los enormes ídolos populares como la misma Santa Muerte o Juan Gabriel pues colabora para un medio informativo leído en todo el país y además, era director de una de las televisoras públicas más importantes de México: TV Unam. En poco tiempo, la plataforma Change.org reunió más de 40 mil firmas donde se solicitó la renuncia de Alvarado a su cargo como funcionario público. El primero de septiembre, Nicolás Alvarado dejó formalmente TV Unam.
En vida, Juan Gabriel se codeó con intelectuales importantísimos para la cultura mexicana como Carlos Monsiváis y tras su muerte, inclusive el primer presidente negro de Estados Unidos, Barack Obama, mandó sus condolencias a nuestro país. El sueño americano comparte con nosotros no solo la invención de generaciones globales sino también una sana distancia y pertinente embrutecimiento a partir de vanos y efímeros ídolos, adorados igual por miles en Bellas Artes o en su natal, Michoacán.
Nicolás también quiso el insulto a Juan Gabriel no como lo hace un devoto a la Santa Muerte, frente a frente, aventándole el humo de su marihuana, sino desde un falso castillo de mármol, pagado por esta bola de indios, nacos, que preferimos la rutina tras un ordenador a la vida libre y el sexo desbordado en verdaderas humedades.