Ya no corren más los vientos de este lado de la fluvial
El viento rasguña las ventanas
creando una abertura poco visible,
se deja escuchar un siseo
fragmentarse entre los cajones que deposita
el recuerdo de un eco.
Una de las canciones que susurraba
extraía las imágenes de un lugar no muy lejos.
Un tarareo armonizado al grisáceo de la oscuridad
se vuelve de un azul metálico,
donde las hebras dispersas pintan su camino
al penderse de las cortinas para sosegarse
sobre las sábanas blancas, que antes de algodón, han endurecido
evocando el pedregoso terreno que destila gotas de agua.
Una hebra decide desviarse tiñendo las libretas en el buró,
colando partículas de luz en las esquinas de las hojas.
El eco despliega y ahora las sábanas
a pesar de ser ásperas son también ligeras.
La persistente vibración de la pared intenta acompañar el ensamble
aunque no logra seguir el tempo, demasiado apacible y sin prisa.
Una fisura abre paso hasta llegar a un extremo de la cama
por delgadas hendiduras que forman constelaciones casi invisibles.
Un zumbido apenas perceptible anuncia la llegada
pero la oscuridad
sólo reposa.
Afuera sin embargo, la insistencia de la luna con premura.
Gota a gota las sábanas extraen frases inconclusas
que adquieren sentido cuando la luz refleja cual espejo
el infortunio.
Todo es proporcional del comienzo del día al desenlace,
en medio, el tiempo. Y cuando ella hacía una adivinanza
mi rostro esbozaba la duda del instante
¿es un río?, ¿es el mar o el río que desemboca en las aguas saladas?
En el ambiente hay pelusas que se adhieren a la ropa,
anidan en el cabello para huir del frío.
La piel carcomida se deshace al roce de una acaricia;
los delgados huesos truenan como lo hace una vara o una taza
que ha sido golpeada con el borde de la mesa.
Todo transcurso termina.
La nota de un piano que al pulsarse permanece en el aire
dura incluso más que la caída de un ave al suelo.
Las vibraciones del canto de un pájaro que se ha quedado
sin esfuerzo son comparativas a los balbuceos de un megáfono que envejece.
Recuerdo,
sombras escondidas en los recintos
huyendo de la iluminación,
definiéndose
en la reciprocidad con la que abrían agujeros para entrar en sí mismas.
Se desplegaba junto a ellas y adquiría matices etéreos pero latentes.
Alguien
a quien vi adentrarse —renaciendo o esfumándose —
mientras el paso sigue marcando los latidos del vacío de una imagen recobrada,
de un impulso oculto en el anhelo que lleve hacia el exterior.
Aire persistente del páramo:
la ventisca marchita los rostros cobrizos
que emulan la tierra de la península.
Los pulmones se van desmoronando,
una inhalación los recobra para morir de nuevo;
mis dientes caen uno
a uno,
golpean el suelo para quebrarse
y continuar su crecimiento habitual.
Debajo de la puerta el polvo suspira pero la humedad lo envuelve,
expulsado a un ventarrón que forma un anillo alrededor de las casas.
Gama de diversas consolidaciones,
arquitectura que juega con la asimetría
de los espacios traspuestos.
La edificación ha establecido el horizonte abierto,
frente al espejo el ángulo de la visión
¿es un río?, ¿es el mar o el río que desemboca en las aguas saladas?
Semblanza:
Kohay Ornelas Patlan (Tijuana, 1990). Es becaria del Ministerio de Educación y Deportes de la República Argentina para la maestría en Literatura Argentina en la Universidad Nacional de Rosario. Vive en Rosario, Santa Fe.