El año pasado, sin duda alguna, fue una época de gran tensión a nivel internacional, especialmente con todas las declaraciones y acciones de Donald Trump. El presidente de los Estados Unidos, además de haber anunciado el traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén, proclamó a dicha ciudad como la eterna capital del pueblo judío.
La reacción por parte de la comunidad internacional no se hizo esperar. Por un lado, las naciones árabes se opusieron a la imposición de los Estados Unidos, especialmente en cuanto a la tan discutida Jerusalén. Con ello, los palestinos quedaron completamente desprotegidos ante las acciones violentas de los israelitas.
Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue la reacción de un gran número de fanáticos religiosos; éstos, sin importar la denominación, aplaudieron las palabras de Trump, viendo en ellas el cumplimiento de las profecías bíblicas. El confundir y mezclar los asuntos políticos con los religiosos, y explotarlo para legitimar las acciones de un Estado, se corre un grave peligro que la historia de las Cruzadas nos lo demuestra.
El estado de Israel nos ha bombardeado con el recuerdo del terrible Holocausto para silenciar las atrocidades que comenten en nombre de una nación y de su libertad de existir en una tierra que, “histórica y bíblicamente” les pertenece. La sensibilidad moral y religiosa ha sido la mancuerna utilizado los sionistas. Ojo, el movimiento sionista fue, y es, un movimiento político que trata de restablecer una patria dentro de la Tierra Prometida. La religión fue utilizada para impulsar este retorno. Y las naciones occidentales, para resarcir el daño del Holocausto, apoyaron.
Si el estado de Israel pretexta la religión y la historia, ¿acaso el proyecto del Estado Islámico no debería de ser apoyado de igual forma?
Considerar a Jerusalén como “eterna capital del pueblo judío” es caer en un gran engaño. En esto reflexionó el rabino Yaakov Shapiro, a quien no le causó ninguna gracia la declaración de Trump. En primer lugar, y algo que el rabino Shapiro consideró, es que Jerusalén no puede ser considerada como capital política del pueblo judío. ¿Por qué? Porque no es lo mismo el judío que el israelita. El pueblo judío lo compone una comunidad religiosa, al igual que la musulmana con el Islam, por poner un ejemplo. No se trata de un gentilicio, como el mexicano, estadounidense o el polaco.
En este sentido, los judíos que retoman a Jerusalén como su capital no hablan de una porción territorial sino celestial. Sin embargo, la confusión religiosa manejada por fines políticos (sionistas), quitan esta separación entre lo terrenal y lo espiritual, llenando la cabeza de los fanáticos religiosos alrededor del mundo de que es la misma ciudad sin ninguna separación divina.
Aquel que profese la fe judeo-cristiana, tiene que tener mucho cuidado en cómo se ha estado manipulando su sistema de creencia a fin de apoyar un proyecto político ajeno a su misma fe. No estar conscientes de ellos nos llevará a causar tremendos estragos; tomar la bandera de la fe para justificar acciones bélicas no ha dejado sino una enorme estela de muerte y destrucción a lo largo de la historia del hombre.
Y hablando de historia, más adelante veremos cómo el estado de Israel la ha utilizado para legitimar sus acciones en contra de los palestinos. No es por nada que el exista una gran actividad arqueológica sobre la región de Jerusalén. Pero de ello hablaremos más tarde.