A mediados de febrero, Sumi Hamano y Terumi Moriyama inauguran “La reconstrucción de la percepción”, con obra gráfica de ambas, en la Galería de la Casa Jesús Terán, en Aguascalientes. Además de ofrecer una magnífica oportunidad de disfrutar la calidad su trabajo, la exposición se presta, desde otro punto de vista, para regalar una obra de arte como expresión de amistad.
En este caso el obsequio tiene dos razones, aunque de diferente carácter: la más comercial se relaciona con la fecha en que se inaugura la exposición; la otra, con la técnica utilizada, pues se trata de monotipos, en que se imprime solo un ejemplar de las obras, lo que las hace atractivas para los coleccionistas. Del mismo modo, ciertos afectos se quieren únicos y nada mejor que una estampa codiciada para animar el objeto material con el sentido de lo intangible, asociado a una relación que mueve a dar mucho antes que a recibir algo de alguien.
Estas artistas pertenecen a familias japonesas radicadas en México con motivo del establecimiento de una planta automotriz en suelo hidrocálido. Igual que en sus experiencias vitales, en su formación artística dialogan la herencia cultural familiar con las enseñanzas y tradiciones de nuestras escuelas de arte.
Así, comparten una técnica gráfica considerada límite con la pintura, junto con una condición mestiza en una vertiente con poco más de un siglo de historia, desde que José Juan Tablada trajo el Japón y llevó el trópico americano al otro lado del planeta. En cambio, nuestras artistas han nacido y vivido en un mundo globalizado, donde se construyen identidades desterritorializadas. Desaparece la distancia física: hay raíces que se hunden en el corazón de mujeres y hombres, sin importar el suelo que pisen.
Al mismo tiempo, cada una de ellas conserva y desarrolla su individualidad, planteando y resolviendo ideas y argumentos gráficos con lenguajes propios, maduros por las trayectorias personales en las manos creativas que en esta ocasión convergen en la reconstrucción de la percepción.
Así, por ejemplo, Terumi Moriyama enfrenta la superficie de trabajo como si se extendiera infinitamente en un plano que la obra recorta de manera arbitraria, igual que una ventana circular o rectangular a través de la cual podemos echar un vistazo al mundo de la artista. Por su parte, Sumi Hamano trabaja en planos con bordes virtuales, análogos a los de una página, en los que la artista traza signos de una escritura con una productividad más visual que verbal, llevada a lo gestual desde lo icónico por la mirada de la autora.
Esto que aquí se plantea como una diferencia conceptual entre las poéticas de las dos artistas les permite experimentar con sus posibilidades técnicas y compositivas, desarrollando sus lenguajes creativos libremente, sin abandonar el rigor y la coherencia necesarios para sustentar la autonomía artística de las obras. Y sin dejar de correr sus propios riesgos.
Uno muy obvio en estos trabajos se refiere al equilibrio entre la espontaneidad del gesto y la premeditación del trazo. El dinamismo de la relación entre lo imprevisto y lo esperado recorre ambas series desde cada obra, que se puede considerar como un estado en un proceso de cambios impulsados por la lógica interna del sistema que configuran.
El trabajo conceptual más la maestría en el uso de los procedimientos técnicos otorga a las dos series gráficas una coherencia formal que nos invita a ver el mundo y a nosotros en él de otra manera, en la que estamos involucrados libre, gratamente. Reconstruyendo la percepción.
La Casa Jesús Terán, del Instituto Cultural de Aguascalientes, abre su galería para que los artistas de la región pongan al alcance de nuestros ojos –y eventualmente nuestras manos– lo mejor de su producción.