Es risible ver cómo la historia aparentemente tiende a repetirse. Durante la Guerra Fría se manejó, en gran parte de Occidente, aquel terror a lo comunista. Tener filiación con algún elemento de esta doctrina era motivo de arduas investigaciones, de la paranoia colectiva ante la posibilidad de una guerra nuclear que acabara con la vida tal y como la conocemos.
Los norteamericanos, sobre todo, vivían constantemente con el temor a ser atacado por los comunistas y nos educaron bajo este temor. Si recordamos una de las absurdas excusas de Gustavo Díaz Ordaz, tras la matanza en Tlatelolco en 1968, fue aquel peligro que esos jóvenes representaban pues, dentro de este movimiento, existía el peligro potencial de que los soviéticos estuvieran de infiltrados para poner en riesgo el orden y la paz de México.
La doctrina Truman, proclamada desde 1947, perduró hasta la caída del sistema soviético en 1991. Toda aquella oleada de persecuciones en los países occidentales que se autodenominaban como “libres”, puso en evidencia que aquella libertad era una simple pantalla. Sin embargo, aquel terror rojo sirvió de pretexto para que cada nación aliada de Estados Unidos justificara sus acciones para legitimar sus regímenes, tal como ocurrió en México.
Pero este terror no ha quedado en el pasado, ahora volvió en nuevas formas, figuras y facetas. Rusia, después del doloroso despertar de aquella utopía socialista, no se quedó con los brazos cruzados; el gigante que yacía dormido, despertó también de su breve letargo. Este nuevo gran despertar ruso, a amedrentado tanto a los europeos como a los propios norteamericanos. Rusia aterró no sólo por su innovación armamentista, sino por la habilidad diplomática de Vladimir Putin. La prensa rusa también adquirió gran importancia, especialmente RT, la prensa oficial de Moscú y con ello se ha proyectado a una Rusia completamente diferente a lo que es en realidad.
Rusia sigue viviendo momentos muy difíciles, basta con ver los bloqueos comerciales impuestos por Estados Unidos y el resto de sus aliados europeos, aunque estos últimos dependen en gran manera del gas y de la agricultura rusa. Estos bloqueos han debilitado el rublo, un dólar equivale a 57.92 rublos, una inflación cercana a los 5% y una proyección de crecimiento de apenas 1.5% al año. A pesar de esto, sostiene una gran influencia a nivel mundial.
La figura de Putin ha alcanzado una gran popularidad, como un ser casi omnipotente y omnipresente; paladín de la paz al luchar en contra del terrorismo, además, ha “logrado” poner a Estados Unidos en su lugar, lo que eso quiera decir. Lo cierto es que nuevamente parece que vivimos en un bipolarismo. Explicado en términos utilizados en Su Excelencia: o somos del lado de los verdes, de los colorados o nos quedamos con los de dulce.
Y en medio de esta bipolaridad volvemos a tener el entrometimiento ruso en la política mundial. Los Estados Unidos han acusado al Kremlin de inmiscuirse en las elecciones tanto francesas como alemanas; los hackers rusos, con un tremendo poder para succionar voluntades, según la prensa occidental, fueron los causantes del BREXIT, como si los ingleses no se hubieran hartado de las problemáticas de la Unión Europea. Y ahora, el presidente de los Estados Unidos está bajo investigación federal por la presunta relación con Rusia y la participación de ésta dentro de las elecciones presidenciales. El hackeo a las cuentas de H. Clinton, los problemas en los cómputos de las votaciones, la descarada publicidad de D. Trump, etc., todo ello es culpa de Rusia. Bueno, eso según los norteamericanos.
Pero parece que esta fiebre por el terror a lo rojo es ahora una epidemia. En España se acusa a la intervención del Kremlin y su apoyo al movimiento catalán. Nuevamente insisto, ¿acaso los catalanes no tienen consciencia propia? Y por si fuera poco, esta paranoia ha llegado a México. El próximo año se decide el rumbo del país por los próximos seis años. Y los priístas, no conformes con vendernos a los mexicanos la imagen desfasada de un Andrés Manuel como un socialista, nos reinventan la historia de la posibilidad de que Rusia intervenga en las elecciones para favorecer al tabasqueño. Bueno, no se necesitan a los hackers rusos para hacer fraude, para ello pregúntenle a Bartlett.
No nos dejemos llevar por esta moda; no nos contagiemos de esta absurda paranoia. Tengamos criterios propios ya sea para debatir o para ejercer nuestro derecho al voto, sin importar el candidato por el que te inclines. Pero eso sí, ya la historia nos ha enseñado que esta clase de terror ha sido utilizada en más de una ocasión y en escenarios diversos para justificar acciones o legitimar regímenes. Y si se ha reciclado este temor no es por una casualidad. Estemos alertas pero sin dejarnos dominar por el miedo.