El capitalismo tiene algo que ningún otro régimen posee: un Black Friday. En primera instancia, es un día que ejemplifica de manera concreta el espíritu capitalista, ya que aplica el principio vital de la economía: obtener el mayor número de productos con la menor cantidad de recursos. Simple.
Aunado a ello, en el Black Friday nos llega el fuerte recuerdo de las enseñanzas de Richard H. Thale, recién galardonado con el Premio Nobel de Economía. No somos seres racionales, al menos no económicamente, pues tomamos las decisiones de manera pasional. Es cierto que evaluamos nuestra capacidad adquisitiva con números y ecuaciones, pero al final, decidimos con “si puedo” o “lo merezco”, haciendo a un lado nuestros ejercicios matemáticos. En ese sentido, el Back Friday es por mucho el ejemplo más claro de las pasiones que puede inspirar en los compradores. En ese día sólo es relevante hacerse con el mayor número de productos. Poco importa la utilidad del producto, basta adquirirlo ¡más barato y más rápido!
En algunos países el Black Friday muestra su lado caballeroso (como en Suecia e Inglaterra), donde los usuarios realizan sus compras de manera ordenada; en otros, muestra su lado engañoso, donde los precios son inflados o no se refleja un verdadero descuento, como suele atribuirse a lo que ocurre en México. Sin embargo, es en Estados Unidos donde revela su lado más salvaje, cientos (¿o miles?) de personas, luchan por una pantalla, celular o equipo de sonido.
La magia del consumismo, filosofía contemporánea por excelencia, conlleva la idea de extender la personalidad a los bienes y entre más se puedan tener, se es mejor. Se acerca un poco al transhumanismo, corriente que propugna que la humanidad ya no tiene nada que aportar por sí mismo, por lo que para perfeccionarse debe encontrar remedio en elementos externos, para así potenciar sus capacidades. Claro que un iphone más reciente no te hará mejor si sólo lo usas para redes sociales personales. Pero definitivamente, un iphone muy viejo, te hará pasar malas pasadas. Esa podría ser la lógica consumista y todo el sistema conspira a su favor.
En segunda instancia, un aspecto relevante se esconde bajo los anuncios de descuento, la apropiación de datos personales. No hace falta ser un genio para saber que un buen número de compras se realizarán por medio de tarjetas de crédito, muchas de las cuales son recién tramitadas. El ritual de Black Friday es además un laboratorio para determinar perfiles de compradores masivos, es un mecanismo que alimenta promociones futuras.
Finalmente, el Black Friday nos recuerda a las batallas campales de nuestros ancestros ahora se proyectan en los centros comerciales, inmiscuyendo a los ciudadanos en una lucha de todos contra todos, en la cual, el ganador se llevará lo que siempre quiso, mientras que el resto, los perdedores, podrá decir que sobrevivió para contarlo. Empero, en cualquier supuesto, todos saldrán victoriosos, porque participaron en el ritual más importante de los capitalistas y como sea, se llevaron algo…
¡a buen precio!