La cultura te permite desarrollar tu juicio crítico. Aprendemos, pues, para juzgar con cierto rigor. Y siempre juzgamos antes de tomar una decisión. Si tu criterio es sólido, actuarás con justicia; si es inconsistente, serás injusto.
Hoy día se habla mucho de la cultura. La promocionan. O lo intentan. O quieren hacernos creer que lo intentan. ¡Qué el pueblo aprenda! Pero el pueblo no aprende; solo aprenden los que ya saben.
El sistema educativo convencional no está diseñado para culturizar. Se trata de aprobar exámenes, de conseguir títulos. Enseñar es demasiado complicado. Es como si los mandamases pensarán (lo de pensar es un decir): “Si los estudiantes quieren aprender, ya estudiarán después por su cuenta”.
Pero la cultura va mucho más allá del acumulamiento de conocimientos. La cultura proporciona sabiduría. La persona culta es benigna y se siente bien en su benignidad. La mente culta modera su ambición, sonríe ante las cosas sencillas, disfruta ayudando a los demás.
Y así llegamos hasta nuestro gran problema: hay demasiados incultos. Y de estos no se puede esperar nada bueno (si no es por casualidad). Porque son ambiciosos y violentos. Despiadados. Ellos mandan desde la noche de los tiempos y la Tierra se retuerce de dolor.
Una lectora ¿imaginaria? me pregunta: “Entonces, ¿los malos son malos porque son incultos?”. Quiero creer que sí. Debemos creer que la cultura es en sí misma la senda que nos conducirá hasta la sabiduría.
En El tardío fruto de los años estériles (aún inédita), escribo: “Por eso me domina este afán de sabiduría, porque creo que he de aumentar mi nivel de consciencia, conocimiento y bondad con el fin de saltarme unos cuantos puestos en el escalafón espiritual. La idea es conseguir reencarnarme en un individuo ejemplar que me permita progresar en la escala del Ser”.
Cuando alguien disfruta asesinando, torturando o violando dices que está enfermo, loco, perdido. ¿Por qué entonces no dices lo mismo de los que roban, embaucan o utilizan la violencia psicológica?
Puedes hacer daño a tus semejantes de muchas maneras. Cada vez que te equivocas, alguien sufre. Si haces mal tu trabajo, alguien sufre. Al abusar de tu poder, alguien sufre. No pidas por tu trabajo más de lo que vale o alguien sufrirá.
Pero sigamos hablando de los que no quieren aprender. “Cuando oigo la palabra cultura, saco mi pistola”, decía Goebbels. Y se refería a la Cultura con mayúscula inicial. A esa que abre mentes y cierra hostilidades. Una Cultura que no produce listos de esos que piensan que el resto somos tontos.
En estos tiempos de competitividades salvajes puedes tener la sensación de que la única manera de salir adelante es abriéndote paso a empujones. Lo malo de esta técnica es que a ti también terminarán empujándote. Y, en efecto, así vamos hoy día, a empujones.
Se supone que llegará más lejos quien mejor empuje. Nuestros líderes nos han enseñado que es así como se hace. Es una forma de dejar la Cultura a un lado para poner en práctica los supuestos talentos contemporáneos.
Estos talentos tienen muchos nombres y una sola utilidad: enriquecer al talentoso. Estos talentos socavan el bien común. Estos talentos son los talentos de un demonio que ya no necesita sacar su pistola.
Tú, que vives en el primer mundo, podrías pensar que estás también en el mundo culto, en el mundo que hace bien las cosas, en el buen mundo. Desde luego, el mundo industrializado es el que mueve los hilos, el que tiene el poder, el que manda, pero eso no significa que esté en el buen camino.
Tú podrías preguntarte: “Sí aquí somos tan sabios, ¿cómo es que las cosas van tan mal, por qué hay tanta injusticia, dónde está la felicidad?”. Porque consideras normal que las cosas vayan mal en los mundos atrasados, pero en este nuestro tan desarrollado…
Y tras ardua reflexión, (tú) podrías responderte: Industrialización ≠ Ilustración.
Carl Jung nos relata en una de sus obras su encuentro con un jefe nativo americano. El venerable le dijo: “Los blancos tienen el rostro tenso, sus ojos miran con demasiada fijeza y muestran una actitud cruel. Siempre están buscando algo. ¿Qué están buscando? Los blancos siempre quieren algo. Siempre están inquietos y agitados. No sabemos qué quieren. Pensamos que están locos”.
A propósito de esta intranquilidad, nos dice Eckhart Tolle: “Esta disfunción colectiva […] está intrínsecamente conectada con la pérdida de conciencia del Ser, y forma la base de nuestra deshumanizada civilización industrial. Esta disfunción colectiva ha creado una civilización muy infeliz y extraordinariamente violenta que se ha convertido en una amenaza para sí misma y para todas las formas de vida del planeta”.