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I
El canon académico tiene una afinidad por excluir y degradar aquellos materiales literarios, que irónicamente hablan más del mundo social al hablar de otras cosas, porque aparentemente tratan de temas baladís, escritos para una lectura fácil porque están dirigidos hacia un público medio y amplio, lo que los devalúa frente a los discursos legitimados. Hay algunos materiales literarios que expresan más las divisiones sociales, que algunos estudios de la ciencia social que prefieren ser insistentes en términos neutrales, cuyo efecto es la descripción e interpretación de un mundo social indeterminado al cubrir las jerarquías sociales por incómodas, colocándolas fuera de todo cuestionamiento científico, contribuyendo irónicamente a la reproducción de las condiciones sociales de dominación desiguales.[1] Una lectura sociológica «cazadora de mitos» y de «especulaciones metafísicas» en el sentido de Elías (1982) tiene que combatir aquel discurso que se esfuerza por reprimir, ya sea con metáforas y metonimias, aquellos discursos latentes producto de un orden social jerarquizado por sus interacciones y jerarquizante por la estructura objetiva.[2] Y el campo literario es el terreno en el cual se pueden evidenciar algunas formas sociales discursivas al interior de algunos textos que marcan las divisiones de clase con claridad.
En efecto, hay textos que el sociólogo sólo necesita sistematizar ya que sus referencias a las divisiones sociales del mundo son más explícitas al estar a la intemperie, de tal forma que se pueden ordenar y analizar con relativa facilidad, dando lugar a la manifestación analítica de los contenidos latentes, que por inconscientes revelan expresiones sociales crudas, sin filtro, incómodas y, por eso, mismo interesantes. Expresiones cotidianas que son producto del retiro de la represión del lenguaje políticamente correcto, al brotar en las regiones íntimas del mundo social, lugar cómodo en el que los individuos se relajan para hablar de lo que no se debe hablar tan abiertamente. Discursos naturales y espontáneos en donde se expresa la palabra plena en contraposición con la palabra vacía en tanto verborrea de las habladurías estereotipadas que dicen mucho sin decir nada.[3] De ahí el valor de cierta literatura que plasma lo social por ser fiel a la lógica de la realidad social de la que habla, por un efecto de realidad que supone la posibilidad de un engranaje que embona con los estudios sociales de base empírica y de proyecciones teóricas, por lo que el texto literario adquiere un sentido sociológico para el especialista de la sociedad.
El objetivación del ser social de la autora de «Las niñas bien» en esta obra produce un punto de vista válido que mira un mundo social desde una posición reflexiva, en el que incluso confiesa: «ocuparme, pues, del mundo de la gente bien, es una manera de desdorar todas aquellas jaulas que tiempo atrás pendían en un balcón, incluyendo la mía». Este mundo es el que interesa destacar desde una razonamiento sociológico que lo comprenda dando un sentido social a las expresiones contenidas en sus páginas. Que si los relatos son reales o no carece de importancia ya que la literatura expresa parte de un mundo social desde un punto de vista particular, la del autor; y en este caso específico el texto destaca un tipo sencillo de plurilingüismo social a la manera de Bajtin (1991), pero en vez de mostrar voces de varias realidades sociales es endógeno a la clase social que pertenece la autora, manifestando un plurilingüismo redundante al interior de la clase privilegiada y que, sin embargo, muestra realidades enfrentadas, de ahí su importancia.[4]
II
En consecuencia, hay textos que llaman a ser analizados sociológicamente por su capacidad expresiva de un mundo hecho a través de la lógica de la división social, como lo es el libro de Las niñas bien de Guadalupe Loaeza publicado en 1987. Esta es una obra literaria que muestra una serie de «figuras discursivas» de mujeres adultas pero jóvenes –veinteañeras tardías o treintañeras plenas-, que se encuentran en una posición privilegiada dentro de la estructura social de la Ciudad de México.[5] Voces de mujeres de la clase alta ubicadas temporalmente durante y después de la crisis económica de 1987, que expresan una serie de significados y prácticas cotidianas revelando puntos de vista socialmente incrustados en esta posición social. Estos discursos, que la autora hace brotar en un tono de burla condescendiente, enfatizan las formas sociales femeninas de una parte del mundo de los aventajados por la adquisición añeja o temprana de altos recursos económicos y simbólicos, ya sea por herencia y/o por matrimonio.[6]
Y es que los relatos rebelan que son mujeres que no trabajan, ocupadas más bien en las tareas del hogar ya sea organizando las relaciones sociales de la familia, como lo muestran los relatos de Happy birthday y Víctimas de navidad, o haciendo las compras familiares en alguna tienda departamental, como los relatos de Pagas el vino, las cerezas y el gruyère y La cajeta ¡sí! Vida cotidiana relajada producto de la división sexual del trabajo de la dominación masculina al estilo de esta clase social privilegiada, que genera una zona de confort dentro de los marcos de la subordinación femenina, que si bien reproduce los valores tradicionales y las relaciones desiguales de dominación, también es un lugar cómodo del que se puede extraer provecho como efecto de las destrezas en el arte de la resistencia de los dominados.
Son discursos que muestran que los mundos sociales no son compactos y unitarios, sino que en su interior sufren de fragmentaciones, luchas simbólicas por el reconocimiento social de las fracciones al interior de esta clase privilegiada, en donde calificar al otro es calificarse a sí mismo, colocar al otro es colocarse a sí mismo en una posición jerárquica del mundo social. Ya sea las niñas bien que se conducen a través de una falta de gusto «cuando van a Bellas Artes se arreglan más de la cuenta», frente a las de gusto refinado como el de «las niñas bien, bien» que siempre están a la moda; o por su visión que minimiza los problemas del mundo «ay, esta crisis ya me está chocando, me cae gorda, que ya se acabe ¿no?» frente a las que «discuten con los muchachos de política»; son relatos que muestran una serie de experiencias que señalan una perspectiva de clase razonable para una lógica social aristocratizada en competencia por la distinción social, generando una serie de divisiones sociales que marcan fronteras simbólicas al exterior pero también al interior del grupo.
En efecto, no sólo es un texto que habla de las divisiones sociales entre estas mujeres y otros individuos de las clases subordinadas, que son las divisiones aparentemente más obvias: «pinches proletarios», «rumbos de cuarta», « de cuarta», sociales i se debe hablar. , lo original. «híjole qué nacos», «allí nadie es chafa»; sino que también hay expresiones que dividen el mismo mundo social de «las niñas bien» entre las herederas aventajadas, por un lado, y las pioneras o las herederas empobrecidas, por otro; es decir, entre las mujeres que están socialmente encumbradas -con altos recursos los cuales han sido acumulados a través del tiempo intrageneracional, lo que ha producido un estilo de vida legítimo-; las que son socialmente advenedizas –por disposición intergeneracional de recursos económicos pero sin un estilo de vida legítimo que sólo el tiempo sedimentado por generaciones puede ofrecer-; y las que están socialmente desclasadas –por un estilo de vida legítimo a través de su acumulación por generaciones pero sin los recursos económicos para sostenerlo-.
Con base en este discurso literario se puede clasificar el mundo social que se construye a través de tres dimensiones: el nivel de los recursos económicos poseídos y en disposición, el ejercicio del gusto en tanto naturalidad o artificialidad, y el nivel de los recursos educativos de tipo institucional y familiar.[7] De manera que la taxonomía social que propone la autora de «las niñas bien» se moviliza a partir de estas dimensiones, que va desde las mujeres más adineradas, con educación universitaria y con un gusto refinado expresado con espontaneidad; hasta las mujeres menos adineradas, con falta de educación universitaria y con una artificial expresión del gusto refinado. En el lenguaje de Loaeza sería entre «las niñas bien, bien» que lo tienen todo y desde hace tiempo, en donde «su shopping lo hacen en París como lo hacían su abuela, su mamá y sus tías»; frente a «las niñas bien, hijas de políticos» que carecen del gusto refinado porque «en las fiestas acaban coqueteándole a los mariachis»; o «las niñas bien, en decadencia» «venidas a menos»; o «las niñas bien, pobretonas» que lo que les falta es la incorporación de las prácticas y los significados que da una socialización lenta, sin prisas pero sin pausas, en la clase privilegiada a pesar de que tienen un aspecto físico legitimado: «no saben ni nadar, ni esquiar, pero tienen tipo de gente decente».
De hecho, el esfuerzo por igualación de la fracción dominada de la clase dominante provoca respuestas discriminatorias de las posiciones encumbradas en función de restablecer las líneas sociales divisorias. Esto es que se detecta que las mujeres muy privilegiadas invierten energía en evidenciar que son socialmente superiores de las otras mujeres menos privilegiadas de su misma clase social: «qué bueno que se devaluó el peso porque ya no va a haber tantas colas de nacos para esquiar»; «es la típica medio pelo que cree que ya la hizo porque vive en Las Lomas»; «lo que más les gusta es parecer ‘niñas bien’. No obstante saben, en el fondo, que las verdaderas ‘niñas bien’ las rechazan». Las divisiones sociales aparecen a razón de una aspiración de las mujeres subordinadas por ejercer las mismas prácticas y significados que las mujeres encumbradas, en el que estas mujeres herederas tienen la presión de buscar y crear discursos y prácticas que las mantenga positivamente diferenciadas de las mujeres pioneras, quienes tiene una intencionalidad aspiracional que puede captarse como brusca y, por lo tanto, falsa e inauténtica, o que puede pasar desapercibida por sutil porque se juega distraídamente a la búsqueda del reconocimiento social.
III
Universo en el que la distinción de clase se realiza con base en la posesión y disposición de patrimonios que permiten un nivel alto de consumo, y una forma estética de consumir bienes y experiencias, que enclasan porque arraigan socialmente al sujeto en una posición privilegiada de la estructura social. La condición estética de las cosas que se posee y dispone y el estilo de vida que se conduce son al mismo tiempo elementos de distinción de clase –como señala bien Bourdieu (2003)-, de ahí que lo estéticamente reprobable catalogado como lo feo y vulgar esté vinculado con la pobreza, como se menciona en el relato «Una tarde con el psicoanalista»: «¿se acuerda de mis depresiones porque todo lo veía horrible, sucio, pobre, la gente mal vestida, nacos y nacos por todos lados?». Expresión estética que indica que la belleza se encuentra en la parte alta de la escala social, en la medida en que la fealdad se encuentra en la parte baja; así la cartografía estética es al mismo tiempo una cartografía social que no es más que la aplicación al mundo de un sentido estético eurocéntrico, interiorizado en los cuerpos por la acción de la socialización de las instituciones y de la familia –acciones históricamente sedimentadas- y reforzado por los medios masivos de comunicación, que discrimina según las formas legítimas de la belleza ponderando el aspecto físico blanco/rubio en detrimento del aspecto físico moreno.[8] Incluso el texto nos permite observar la política en clave estética/social: «que desaparezca el PRI, que está lleno de nacos, te rogamos señor», y cuando una «niña bien» estaba en una conferencia del PAN de Luis Felipe Bravo Mena declaró que: «a pesar de que no conocía a mucha gente, sentí que eran todos g.c.u (gente como uno)».
Cabría señalar que el texto nos permite observar que opera en la calificación social y estética del mundo, y por lo tanto de sí mismo, una especie de «ojo juzgador» en el que se resaltan algunas características en menoscabo de otras por oposición, que en un ejercicio de sumas y restas las personas se califican al calificar midiendo los atributos adscritos biológica y socialmente al cuerpo del otro; es decir, se evalúa al ser social con sus patrimonios valiosos pero junto a sus defectos si los tiene o si los tiene en exceso.[9] El resultado es una medición de los valores distintivos en las personas, etiquetaje social que pone en la balanza la riqueza heredada o por trayectoria laboral, los recursos de la familia a disposición, la nacionalidad del sujeto o la de sus padres, la distinción del apellido, los colegios y universidades a los que se asistió, el espacio urbano de residencia, la calidad del gusto refinado en la ropa y el aspecto físico. En el que percibir al otro es aplicar una mirada que lo mide socialmente cuyo efecto en consecuencia son las afinidades, coincidencias y aproximaciones o los rechazos, las diferencias y los alejamientos.
No obstante, entre todos estos valores distintivos resaltan los dos últimos, que se pueden desagregar en cuanto estética facial y corporal en sincronía con la ropa y los accesorios, que hacen al sujeto vulnerable a la calificación estética en cualquier espacio porque son lo primero que evalúa un ojo que se limita a la captación del cuerpo del otro en su existencia social. En el sentido de Goffman (2004), «la presentación de la persona en la vida cotidiana» es lo primero que se observa del otro en cuanto despliega expresiones dramáticas por medio de un cuerpo socialmente construido, cuerpo alienado por la mirada de los otros, y que porta ropas y objetos que expresan el mundo social del que proviene, por lo que se le juzga estéticamente, es decir, socialmente. Si la forma es el cuerpo envuelto en cosas con significado social, el fondo es el discurso que devela con más precisión el ser social del otro, que puede afirmar lo visto en el cuerpo del otro o negarlo al expresar frases, oraciones y palabras con cierta entonación, de tal forma que pueden indicar un origen social y una trayectoria de vida; es decir, una posición social en el mundo que puede ser idealizada, resultar indiferente o ser negada por discriminación.
En el que la belleza es aquel cuerpo y cara que no sólo cumple con los requisitos estéticos del grupo dominante, sino que también luce esa hermosura con el porte de un cuerpo adornado sin excesos y sin faltas, sin desajustes ni sobrantes, armonía entre la forma estética de la ropa y la forma corporal y lingüística legitimadas. De ahí que los estéticamente desaventajados realcen otros elementos como el poder que da la riqueza o el poder del discurso experto para compensar tal deficiencia, en oposición a los estéticamente aventajados y que además son oriundos de la fracción privilegiada de la clase dominante, que son los que dominan con su naturalidad y seguridad en sí mismos que sólo el exceso del poder económico/simbólico puede ofrecer.[10] Y desde ese lugar se ejerce un discurso dominante de la estética de los cuerpos y los discursos que los dominados de las posiciones privilegiadas asumen como ennoblecido.
Asimismo, cabría inferir que la construcción social de la belleza femenina en la clase privilegiada está dominada no sólo por «las niñas bien» de la fracción dominante, sino por la lógica que impone, con sus estrategias visibles y sutiles a través de los hombres y las mujeres, la dominación masculina. Esto genera seres sociales femeninos dentro de los límites permitidos por este discurso hegemónico a favor de los varones, que impone un punto de vista estético que radicaliza las posturas para el logro y mantenimiento de la belleza femenina. Los relatos de “La gorda en patines» y «La gorda sin patines» exponen una burla hacia el descuido del cuerpo femenino cuando este engorda, aumento de las dimensiones corporales que limita y pone barreras en la inclusión social, de manera que funciona como un estigma al igual que la pobreza, asegurando sólo la desgracia social. Un cuerpo desaventajado estéticamente como este, ni con una presentación dramática de calidad exhibiendo recursos económicos altos puede encajar completamente en esta sociedad de comportamientos cortesanos.
IV
Ahora, la distinción se ejerce mejor si es de forma más o menos distraída para la ganancia o el mantenimiento del prestigio social, que no es más que una habilidad dramática en el que el aparente desinterés es la mejor forma de acumular reconocimiento social al ser una estrategia diseñada a beneficio de los privilegiados, ya que esta distracción, en tanto sencillez, se captura mejor en aquella persona que tiene todos los recursos valiosos para no ser sencilla, en contraposición con la persona sencilla no por elección libre, sino por sus condiciones sociales de existencia precarias en donde la sencillez pasa desapercibida.[11] De ahí que algunas «niñas bien» tengan acercamientos con los varones de las clases inferiores, así las «liberadas» «coquetean con los nacos» y las «desubicadas» «nunca andarían con un naco pero se divierten con ellos». Y qué mejor muestra de sencillez por elección que la exploración participante del mundo social de los precarios, en el que sus miembros incluso pueden ser también beneficiados simbólicamente por incluir a una «niña bien» en su grupo.
Sólo que hay actores sociales que carecen de la habilidad de la distinción sutil porque no han tenido el tiempo suficiente para que las prácticas y los significados se sedimenten en el fondo del ser social para convertirse en algo espontáneo, lo que provoca una percepción de falsedad y apariencia en las herederas encumbradas como efecto del apresuramiento en las formas de distinción adquiridas por una movilidad ascendente y veloz de las pioneras. De ahí que «las niñas bien, bien» «desprecian a los nuevos ricos y a los políticos»; en donde las hijas de políticos «son muy altaneras, hablan muy fuerte y lo vulgar se les hace chistoso»; «creen que el poder del dinero es lo más importante en la vida»; «a sus guaruras y a sus sirvientes los tratan con despotismo haciéndolos sentir menos». Así, las prácticas y significados con base en los recursos valiosos que distinguen a su poseedor separan a los diferentes y unen a los iguales, dividiendo socialmente el mundo de los favorecidos.
El esfuerzo por mantener los símbolos de distinción, como marcadores de clase, son la razón por la cual estas mujeres se ocupan y se preocupan de tiempo completo, habida cuenta de que están experimentando una inflación en los precios por la crisis económica. Relatos como «La cajeta ¡sí!», «Dudo, luego existo», «¡¿Cuánto!?» y «La mala costumbre de acostumbrarse», entre otros, muestran con claridad la angustia ante una sensación de desclasamiento, sentimiento subjetivo de descenso social con base en la disminución objetiva del consumo semanal, mensual y anual, implicando una sensación de pérdida de prestigio social ya que no hay objeto de distinción que esté desvinculado de su precio económico. Algunas voces expresan esto: «¿cómo no nos vamos a angustiar nosotras las amas de casa si ya no podemos viajar a hacer nuestro shopping a Estados Unidos?»; «últimamente todo el mundo se está compadeciendo por lo pobres, pero nadie se compadece de la clase privilegiada que también está perdiendo su poder adquisitivo»; «para mí que la situación se está poniendo cada día peor. El descontento es general ¿sabes cuánto pagué el otro día en la tintorería por dos blusitas de seda Yves Saint-Laurent, un pantalón y un traje sastre? 1, 400 pesos».
Varios relatos dan a entender que la inflación impactó en la mayoría de la clase privilegiada pero a proporción de su fracción de clase. Así en «La gente bien ante la crisis» se muestra que una «señora de Las Lomas, que antes viajaba seis veces, ya sea a San Diego o a Europa, ahora lo hace solamente cuatro (…)». En «Pagas el vino, las cerezas y el gruyère» también tiene el mismo tono respecto a la disminución del consumo: «¿cuánto crees que cuesta el kilo de tu jamón serrano?: 3,500 pesos. No te preocupes, compré sólo un kilo para tus tortas con aguacate y melón». Así en los «Vacacionistas frustrados» muestra dos tipos de personas desclasadas: las que siempre iban al extranjero y ahora lo hacen en alguna ciudad fronteriza de Estados Unidos, y los que iban a los mejores hoteles de Cancún y Acapulco y ahora lo hacen en ciudades mexicanas sin playa. La sensación ante el horror del desclasamiento, es decir, del miedo ante la devaluación social de sí mismo se muestra en otro relato llamado «Un domingo en La Lagunilla» en el que aparece una voz que en retrospectiva expresa el dolor por el descenso de los legítimos en la medida en que los ilegítimos ascienden socialmente: «allí están los aristócratas de Don Porfirio, que luego se volvieron pobres y los nacos de Don Miguel, que luego se volvieron millonarios».
De manera que durante una crisis económica el peso no sólo se devalúa, sino que también las personas al perder valor en el mercado social del reconocimiento; que a razón de una división sexual del trabajo según el orden social estructurado a beneficio de los varones, de la posición laboral del hombre depende el valor social de la mujer y de la familia en sí. Posición que facilita el ejercicio del poder económico en la mujer y en la familia en los momentos de abundancia, pero que tiene otras consecuencias en los momentos de crisis, ya que el varón está sujeto a una anomia emocional como efecto asimétrico de lo que se puede extraer de un campo laboral endeble de una situación de crisis económica, y el haz de trayectorias exitosas posibles que el optimismo ajustado a su origen y trayectoria social le puede proveer: «mira gordito, de plano te pones a ganar más dinero o bajamos de categoría social, y eso sí que no te lo perdonaría jamás»; «tengo la sensación de que me culpa por la sensación del país; dice que si no agarramos hueso este próximo sexenio nos divorciamos… El pobre es tan inseguro»; «oye, yo creo que sí nos ha abatido y desorientado la crisis; mi marido se acaba una caja de melox diario». Así, este texto muestra que la base material de la familia privilegiada depende de la posición laboral del varón, y que la mujer es la encargada de transformar esta materialidad económica en valores distintivos que aseguren la estatus social de los miembros del grupos familiar. Y es que el texto muestra que las mujeres están posicionadas por herencia familiar o por matrimonio, mas no por acumulación de recursos económicos por trayectoria laboral, a razón del ejercicio de una división sexual del trabajo tradicional, en el que el varón es el proveedor mientras que la mujer es la administradora del hogar, esto es la encargada del mantenimiento o aumento del estatus social de la familia.
Con los relatos de «La cajeta ¡sí!» y «Dudo, luego existo» incluso se muestra que el hecho de calcular los precios de las cosas en el supermercado ya es un acto denigrante y humillante, porque se da importancia a los precios de las cosas y a su totalidad en relación al dinero poseído; actitud aristócrata que contrasta con la actitud mezquina de las posiciones subordinadas, como la clase media que con su espíritu calculador gasta conforme el ingreso y el crédito en pequeño le permite. Y es que el derroche en tanto comportamiento que suspende y pone entre paréntesis la preocupación de los precios es una actitud propia del estatus del que tiene dinero en exceso. Comportamiento aristocratizado que da por sentado la seguridad económica guiada por un consumo a partir de la elección por lo bello y caro, ya que no hay cosa que no sea cara que no posea un aire de belleza y calidad. Mientras que el comportamiento mezquino se deja llevar no tanto por lo estético, sino también por el precio y por su funcionalidad, lo que confiere sentido a la frase «bueno, bonito y barato» en México.[12] Por lo tanto, las condiciones materiales de vida son la base del edificio del estatus social, sin la solidez de aquel éste se desvanece en el aire.
V
Por último, hay una serie de expresiones que muestran una idealización a Estados Unidos y a Europa en el sentido de que se aumentan sus rasgos buenos -e incluso protectores-, además de que se le agregan rasgos que carece o no tiene. Idealización que no puede desvincularse del colonialismo interno en tanto estructura social que ha asegurado un tejido de relaciones sociales de dominio y explotación entre grupos diferenciados por su cultura, en el que las élites nacionales y extranjeras han desarrollado y fomentado históricamente una dominación ideológica, con base en el racismo y la discriminación, que legitima la dependencia cultural con base en la subordinación económica de México hacia los países del centro occidental (González, 2006).[13] Y uno de los mecanismos que asegura su dominación ideológica es la idealización, que se expresa así de Estados Unidos: «qué país tan democrático, tan nacionalista, tan honesto»; «pero lo más importante es que aceptemos que ne-ce-si-ta-mos de la intervención de Estados Unidos porque sin ellos estamos a-mo-la-dos»; «si no fuera por Estados Unidos, todo el mundo, escúchame, todo, pero todo el mundo estaría como Cuba». De manera que las relaciones coloniales de dominación desigual entre el centro y la periferia dentro del orden mundial se reproducen, a su vez, al interior de las sociedades como la mexicana, que se evidencia en una circulación de ideas que legitima la dominación de los países del centro, como Estados Unidos, y que legitima a su vez la posición dominante de los estratos privilegiados como los poseedores genuinos de las formas sociales occidentales.
Dominación ideológica en el que incluso el clima de México se percibe de menor calidad que el clima de Estados Unidos y Europa, como si fuera algo aparente, copia de menor calidad, algo simulado: «aquí el frío no es como el de Europa porque no es exactamente frío, frío, es más bien un frío tibio, como tibio, como tímido, no es el invernal». O como si fuera un clima burdo y tosco en contraste con un clima fino y delicado: «el otro día le estaba diciendo a Jorge que nos fuéramos a vivir de plano a San Diego ¿Te has fijado que allá en las playas te bronceas en dorado, y que aquí en Acapulco en prieto y te manchas?». Es como si la naturaleza tuviera ese espíritu aspiracional de ser lo que no es, y cuando lo intenta sólo resulta en algo grosso modo, áspero y rústico, que más bien es una proyección de la dominación ideológica interiorizada que niega lo cotidiano y familiar para afirmar lo lejano y ajeno al mundo de la vida. Así la naturaleza se convierte en una construcción social atenida al afecto del colonialismo interno, rebelando una especie de alodoxia que produce opiniones y comportamientos como si fueran realizados por un punto de vista eurocéntrico ya establecido, identificación falsa que toma, de lo que supone superior, una postura discriminatoria para volverlo algo apropiado y auténtico.[14]
Pero esta dominación ideológica funciona como elemento de distinción, como son las incrustaciones de palabras o frases predominantemente en inglés en el discurso cotidiano –porque también las hay en francés-: «in fashion», «beautiful people», «super depressed», «god, down», «low class», «middle class», «darling, drink», «everybody», «please», «obviously», «house-boy», «feeling», «self-security», «of course», entre otras muchas. Signos lingüísticos valorados en un mercado que es dominado por las posiciones sociales privilegiadas pero como efecto del colonialismo interno que incrusta como valioso una serie de expresiones en inglés, y que a partir de esto promueve un lenguaje culto de elevado precio en contraste con un lenguaje popular de bajo precio, mostrando como valor distintivo una de las formas de la dominación ideológica a la que está sujeta este estrato social.[15] Hay que agregar que estos signos lingüísticos destacan más en el discurso femenino habida cuenta de su debilidad social como seres determinados por la mirada de la dominación masculina, de manera que tienden a una hipercorrección lingüística; es decir, que las mujeres están más atentas no sólo a una entonación lingüística de prestigio, enfatizándola más que los varones, sino a otras formas distintivas, como a los anglicismos.[16]
Se podría sostener que la areté aristocratizada no es más que un esfuerzo de asimilación de los patrones extranjeros conformando un ser social inconsistente, que rechaza por vergüenza su nacionalidad lo que le da un carácter indeterminado que puede aminorarse con varias estrategias, entre ellas con el matrimonio con los extranjeros: «mi problema, ya sé, es un problema de credibilidad y de identidad; nunca me enseñaron a aceptarme, ni como mujer, ni como mexicana. El sueño dorado de mi mamá era que nos casáramos con extranjeros», que no es otra cosa que «estar muy bien casadas». Estrategia de matrimonio de «las niñas bien», que va acorde con la búsqueda del mantenimiento o del incremento del estatus social por medio de una descendencia que tenga una estética blanco/rubio, además de un apellido inglés, francés, italiano, etcétera, y de tener en el campo de sus posibles vivir en Europa o Estados Unidos.[17] Práctica de una hipergamia femenina en el que casarse con un hombre con mayor estatus por su nacionalidad –y todo lo que conlleva- es capturar ese prestigio extra necesario para mantener o ascender socialmente por extensión del matrimonio, que no es más que la aplicación a las relaciones de enamoramiento las categorías de dominación de los dominantes en complicidad con los dominados, en donde el hombre y la mujer se ponen de acuerdo sin proponérselo de forma explícita para que el primero esté socialmente por encima del segundo; esto es que el hombre tenga más recursos de todo tipo que la mujer, y que puede estar sujeto a una lógica compensatoria que podría pasar por alto los ingresos bajos del varón a cambio de una nacionalidad europea de prestigio, por ejemplo.[18]
VI
Esta obra no sólo es una serie de instantáneas literarias de la vida cotidiana de este tipo de mujeres, sino además es un texto que permite palpar parte de la existencia social de un orden social privilegiado, el cual generalmente se tiene poco acceso para los estudios empíricos.[19] En donde el sentido de la distinción domina la lógica de las prácticas y los significados de las mujeres de los relatos, que resalta aún más por la posibilidad de desclasamiento que provoca la crisis económica a la que hacen constantemente alusión. La defensa del reconocimiento social en cuanto prestigio por medio de los valores distintivos, en un contexto de crisis económica, es el núcleo desde el que giran casi todas las figuras discursivas. Esta obra muestra no sólo la división entre «las niñas bien» y la «naquiza», esto es entre las mujeres de clase privilegiada y las demás personas de las clases sociales subordinadas; sino también las divisiones internas al grupo femenino de la clase privilegiada.
Hay que agregar que si bien hay un efecto María Antonieta en estas «niñas bien» al evidenciarse una insensibilidad hacia los individuos de las posiciones empobrecidas que se nota en la forma despectiva a la que se refieren hacia ellos, pero también cuando hacen referencia a la situación económica y política del país; hay que entender esto como producto no sólo de una posición social encapsulada en una realidad social encumbrada y alejada de la sociedad, sino también como una de las consecuencias de la dominación masculina: estas expresiones baladís y superficiales son una forma que muestra la asimilación hacia dicha dominación en tanto disposición a la impericia e ignorancia que se articula como natural, confirmando los límites en las capacidades reflexivas a partir de la lógica de la «profecía que se cumple a sí misma».[20] Es la dramatización entorpecida de la mujer en tanto sujeto alienado por la mirada masculinizada de los hombres y de también las mismas mujeres, que cumple las expectativas impuestas por la dominación de un orden social a beneficio de los varones. Y tal vez esta sea la razón por la cual el texto conserva a lo largo de sus páginas un tono de burla condescendiente, ya que no se puede abordar este universo social sin hacer mofa de él al no estar legitimados sus discursos y sus prácticas por este efecto María Antonieta.
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Therborn, Goran (2013), The killing fields of inequality, Cambridge, Reino Unido: Polity Press.
Villarreal, Andrés (2010), “Stratification by skin color in contemporary Mexico”, American Sociological Review, Vol. 75, No. 5, pp. 652-678.
[1] Pareciera que el tema de las clases sociales es tabú incluso en el campo de las ciencias sociales. Como si hablar de clases sociales lo convirtieran a uno en clasista, es decir, en alguien que expresa explícitamente y de forma discriminatoria divisiones sociales con el fin de zaherir al otro. Este tabú hacia los temas que abordan la jerarquía social revela más que nada una incomodidad por un ser social que avergüenza como efecto de la alienación de una sociedad sumamente discriminatoria. Cabe agregar que un trabajo de Giglia (2003) muestra que varios estudiantes de antropología de orígenes precarios tendían a escoger temas de investigación alejados de los espacios de las clases medias y más acorde a la realidad de las clases populares, y además borrando los temas de las divisiones sociales.
[2] La estructura jerarquizante de las prácticas y jerarquizada por las mismas prácticas la expresa Bourdieu (2003) como habitus que en específico es la estructura que constriñe las prácticas y los significados en la medida en que esta estructura es mantenida por las interacciones de las personas con sus prácticas y significados. Esto implica que hay un ir y venir entre la objetivización de lo social y la subjetividad socializada.
[3] La palabra plena para Lacan es aquella cuando el paciente dice la verdad de su deseo para asumirlo con responsabilidad, sea cual sea la verdad; mientras que la palabra vacía es cuando el paciente habla mucho para no hablar de sí mismo, manteniéndose en el imaginario para escapar de la verdad de su deseo, lo que produce un circuito de fascinaciones especulares entre el analista y el analizado (Bleichmar y Leiberman, 2004).
[4] El plurilingüismo social para Bajtin (1991:81) es la diversidad social que expresa la obra literaria en tanto: «estratificación interna de una lengua nacional en dialectos sociales, en grupos, argots profesionales, lenguajes de género; lenguajes de generaciones, de edades, de corrientes; lenguajes de autoridades, de círculos, de moda pasajeros; lenguajes de los días, e incluso de las horas”.
[5] Figuras discursivas al estilo de Barthes (2014) que se fundan con base en reconocerse en algo que ha sido leído, escuchado o vivido.
[6] Hay diferentes tipos de recursos o patrimonios sociales que pueden ser principalmente los económicos y los simbólicos ya que no hay automóvil que no indique prestigio o desprestigio social, pero hay otros como el social y el cultural que de igual forma pueden indicar prestigio o desprestigio, e incluso se puede tomar en cuenta el recurso estético que es la belleza del cuerpo y de la cara específicamente.
[7] Cabe aclarar que los recursos pueden ser poseídos, es decir, que tienen un dueño y los utiliza a libertad ya sea porque los compró o se los regalaron de alguna forma, además son una extensión de la persona. Pero también pueden ser utilizados a disposición, esto es que su dueño es otro pero que se tiene cierta libertad para utilizarlos, estos son los recursos prestados por la familia o por las amistades.
[8] El primer trabajo empírico al respecto fue la obra clásica de Pablo González Casanova La democracia en México publicado en 1965. Hay trabajos más recientes que subrayan el vínculo entre la clase social y el origen étnico (Nutini, 1997; Espino y Franz, 2002; Villarreal, 2010), mientras que otros pocos dan cuenta sobre la correlación entre la clase, el género y el origen étnico (Hoffman y Centeno, 2003).
[9] Para Nietzsche (2002) el ojo juzgador es el ojo del esclavo que parte de una moral que tasa la vida al medir sus justicias e injusticias, por lo que mide qué tanto tiene el otro y qué tanto tiene él para realizar un cálculo, y así estar en posición de exigir a los demás felicidad o de congratularse ante la desgracia ajena.
[10] En La educación sentimental de Flaubert el personaje Martinon lo tiene todo porque es rico, bello, inteligente y dispuesto a triunfar en la sociedad parisina, en contraposición con Deslauriers que carece de todo menos de voluntad por el poder económico (Bourdieu, 1995). Así como estos personajes en los campos sociales hay personas que lo poseen todo, hombres y mujeres en el sentido del superhombre de Nietzsche que están sujetos a la idealización y al resentimiento de los inferiores por su exceso de poder simbólico/económico.
[11] De hecho Proust (2003:258-259) ya había detectado que la sencillez es parte de la actuación eficiente del rico: «(…) había quitado de su manera de ser todo ese peso que la gente de pueblo llama “maneras”, y le había dado una perfecta sencillez. No se asustaba de abrazar a una mujer pobre y desdichada (…). Ser una gran dama es interpretar a una gran dama, es decir, en representar, en cierto sentido, la sencillez. (…) la sencillez sólo maravilla con la condición de que otros sepan que uno puede no ser sencillo, es decir, que uno es sumamente rico».
[12] Cabe anotar que Bourdieu considera que hay una estética burguesa aristocratizada y ascética en contraposición con el pragmatismo funcionalista con pretensiones aspiracionales de la estética popular y en la estética de los sectores medios (García, 1990). Respecto al derroche Elías (1996) lo aborda en La sociedad cortesana de forma amplia.
[13] Para González (2015:146), el colonialismo interno «corresponde a una estructura de relaciones sociales de dominio y explotación entre grupos culturales heterogéneos, distintos», con base en el racismo y la discriminación, en el que el grupo dominante situado en la urbe domina al grupo dominado situado en el campo.
[14] Para Bourdieu (1995) la alodoxia es cuando los miembros de la clase media tienen la afición por tomar las prácticas y los significados de los miembros de la clase alta como si fueran de ellos, que es una falsa identificación de la clase social. Aquí yo lo aplico a las aspiraciones de las posiciones privilegiadas de las mexicanas frente a las posiciones idealizadas del centro occidental. Cabría suponer que básicamente esta identificación es hacia toda la clase media extranjera, sector más a la mano y familiar para los sectores privilegiados mexicanos porque son con los que tienen más contacto, en el entendido de que las élites europeas y norteamericanas, salvo en contadas excepciones, son cerradas y sujetas de igual forma a la aristocratización de sus formas, implicando con ello el esfuerzo de crear divisiones sociales tajantes hacia las personas cuya nacionalidad se encuentra en la periferia mundial a pesar de que tienen los mismos ingresos económicos y, por lo tanto, las mismas prácticas y significados.
[15] El mercado lingüístico es un concepto de Bourdieu (2001) para destacar que los signos lingüísticos tienen un precio que divide el lenguaje distintivo del vulgar, al estar controlado por las fracciones de la clase dominante, que son quienes ponen el precio adecuado a sus intereses, en la medida en que las clases populares son meramente pasivas y subordinadas al ser objetivadas por la mirada de la clase dominante.
[16] De hecho, Coates (2016) muestra empíricamente que las mujeres de todas las clases sociales tienden a la hipercorrección lingüística más que los varones habida cuenta de su posición dominada en la estructura social. Así, una forma de resaltar en las interacciones es por medio de las variantes lingüísticas prestigiosas.
[17] Mostrando que hay una jerarquía de nacionalidades en el que se aprecia de manera desigual un varón de un país de la periferia que un varón de un país del centro, y que incluso hay una jerarquía entre los varones del centro, en donde un inglés está por arriba de un español, jerarquía que no es más que una copia de la posición mundial de los países en cuanto a su potencia simbólica y económica acumulada históricamente por los países centrales.
[18] Considero que la lógica compensatoria es cuando se calculan los valores distintivos de la otra persona para considerar la posibilidad de una afinidad de emparejamiento, en el que se pueden tolerar unos defectos por otras cualidades siempre y cuando el resultado sea la ganancia. Sólo que el tabú del cálculo lo reprime como práctica y saber, pero hay una serie de sumas y restas que ponen en una balanza la capacidad simbólica y económica tanto del hombre como de la mujer.
[19] De hecho entre los estudios empíricos recuerdo solamente dos: uno de Roderic Ai Camp (2002) y otro de Saraví (2014). Debe de haber algunos más por ahí, pero estoy seguro que los estudios sobre las clases medias y las clases populares son inmensamente mayores.
[20] Para Merton (2010:507) es «una definición falsa de la situación que suscita una conducta nueva la cual convierte en verdadero el concepto originalmente falso». Aplicado en este contexto es que se parte a priori de una limitante cognitiva lo que refuerza la percepción de que las mujeres de las posiciones privilegiadas son tontas. Por otro lado, el efecto María Antonieta lo menciona Therborn (2013) como la insensibilidad que tuvo la reina Marian Antonieta en la víspera de la Revolución Francesa que al escuchar que los pobres de París demandaban pan para comer ella supuestamente preguntó: ¿Por qué no comen pastel?