Comúnmente vemos el juego como una actividad adecuada para el tiempo libre o los niños. También lo pensamos en oposición a las actividades productivas, a pesar de que Huizinga lo mostró hace casi ocho décadas como algo irracional y anterior a la cultura, sujeto a reglas y muy serio, con un fin propio y realizado libremente.
Por extensión, los juguetes poseen características similares, hasta que caemos en la cuenta de que se trata de productos que forman parte de una economía importante en cualquier parte del mundo. Y que cumplen funciones importantes en el desarrollo de las personas, especialmente de los niños, pero también en las relaciones sociales de jóvenes y adultos.
Esto explica el interés de investigadores académicos en juegos y juguetes como elementos centrales de tradiciones culturales que tienden a desaparecer, desplazados por artefactos industrializados que promueven otro tipo de interacción y de habilidades entre las nuevas generaciones.
El interés aumenta si los juguetes se asocian a modos de producción artesanales y utilizan materiales de reuso, pues se inscriben en estrategias que rebasan la mera producción de juguetes y tocan la cuestión ambiental.
En este contexto, el Museo del Juguete Tradicional Mexicano, ubicado en Aguascalientes, presentó la exposición Juguete, integrada por objetos producidos en un taller impartido por la antropóloga Cecilia de la Fuente-Gorbitz, del Colectivo Arte Sano, que desde Perú se unió al equipo del Museo en la realización de este proyecto. Los talleres se llevaron a cabo el 16 de agosto y la exposición del 18 de agosto al 18 de setiembre;
La actividad contó con importantes apoyos, principalmente de la Embajada de Perú en México; Víctor Navarro y Verónica del Mar, integrantes del colectivo, así como de la Galería 90 grados y del equipo del Museo: Luz Elena Hernández, Blanca Imelda Martínez, José Edmundo Rodríguez, María Elena Herrera, Raquel Soria y José Luis Vargas. También apoyaron Radio Universidad de Aguascalientes y Radio y Televisión de Aguascalientes, los presbíteros Jesús María González y Natalio Tovar, y el artista visual Ahmend Montes.
Un texto escrito por De la Fuente-Gorbitz menciona que la industrialización ha incrementado la presencia de juguetes en el mercado, sacrificando la calidad de los objetos y generando en las décadas más recientes la norma según la cual conviene más reemplazar que reparar. En consecuencia, nos hemos llenado de desechos y perdido el hábito de atesorar esos motivos de alegría, a los que dábamos significados especiales, casi mágicos, sin importar nuestra edad. Además, los juguetes “sirven para desarrollar habilidades cognitivas y sociales” y contribuyen a “expandir nuestra imaginación y llevarnos a un mundo místico”.
Si a lo anterior se añaden materiales reutilizados, la actividad termina promoviendo “valores de unidad, cooperación, cuidado ambiental y respeto mutuo”, al mismo tiempo que se producen “piezas únicas” de valor especial para quienes las elaboraron.
Un ejemplo de la creatividad desplegada por los artesanos participantes lo da el juguete hecho por José Luis Vargas, formado como arquitecto y dedicado a la cartonería desde hace muchos años. Su juguete se llama Fábrica de poesía y consiste en un círculo de piezas de cartón en las que hay varias palabras escritas y que giran sobre sí mismas, de manera que el jugador puede escoger las palabras que aparezcan al girar el juguete y formar un poema efímero pero muy divertido.
Otro ejemplo lo aporta Ahmend Montes, quien construyó un papalote con las telas de tres obras suyas, mientras Cecilia de la Fuente inauguraba la exposición. De ese modo, el juego va más allá de la elaboración del juguete y alcanza al lenguaje, pues el artista decide hacer de sus pinturas un papalote, tal y como decimos cuando mandamos a volar la opinión de los demás.