Imagen de portada Elohim creando a Adán de William Blake.
Para continuar con nuetra reflexión sobre cómo Baruch Spinoza comprende la relación entre Dios y la libertad humana, en esta entrega responderemos las dos incógnitas con las que cerramos el artículo anterior, éstas fuero: ¿qué significa que el ser humano sea un modo de los atributos de Dios? ¿Y qué implicaciones ético-ontológicas tiene? Pues bien, de acuerdo con el filósofo holandés, Dios es una substancia con infinitos atributos, ya lo dijimos la vez pasada. Pero lo que no hemos dicho es que dos de esos infinitos atributos son: la extensión y el pensamiento.
Así pues, para no demorar mucho en esto, Dios en tanto que extensión se manifiesta –o se expresa– en nosotros a modo de cuerpo; y, en tanto que pensamiento, se manifiesta –o expresa– a modo de idea o intelecto. En consecuencia, podemos afirmar que el ser humano es una expresión de los atributos infinitos de Dios; o, si prefiere, que el hombre es un modo finito de Dios.
Con lo anterior, considero que Spinoza lleva a cabo el primer movimiento para refutar aquella religión que, como él mismo lo dice, es una religión que esclaviza. Me explico: Spinoza reivindica algo que se había arrojado al olvido desde hace mucho tiempo, a saber: el cuerpo. Al reivindicar el cuerpo, Spinoza rompe con aquella tesis religiosa que ponía siempre –sin importar qué– al espíritu o al alma por encima del cuerpo. Incluso, no sería exagerado afirmar que el cuerpo era visto con desprecio[i].
Sin embargo, el filósofo con este movimiento no buscaba posicionar al cuerpo sobre el alma, antes bien quería mostrar que ambas instancias obran conjuntamente; puesto que es algo ya predispuesto por naturaleza.
Dice Spinoza: ‹‹el alma y el cuerpo son una y la misma cosa, que se concibe, ya bajo el atributo del pensamiento, ya bajo el de la extensión. De donde se resulta que el orden o concatenación de las cosas es uno solo, ya se conciba la naturaleza bajo tal atributo, ya bajo tal otro, y, por consiguiente, que el orden de las acciones y las pasiones de nuestro cuerpo se corresponden por naturaleza con el orden de las acciones y las pasiones del alma›› (E 3, II, escolio). Ya expuesto lo anterior podemos pasar a esbozar en qué consiste la desvalorización –como la llama Deleuze– en beneficio del pensamiento.
Spinoza argumenta que el ser humano en todo momento está siendo afectado por un sinfín de cosas y que, de todos esos acontecimientos, el pensamiento solamente registra o recoge los meros efectos. De modo que por naturaleza hilamos o, más bien dicho, concatenamos ideas tratando de encontrar la causa que provocó tal efecto.
Si lo hacemos de una manera pasiva, confusa y solamente utilizando el pensamiento o el alma, no vamos a obtener más que puras ideas inadecuadas. Esto se debe a que: ‹‹Las ideas de las afecciones del cuerpo humano, en cuanto referidas sólo al alma humana, no son claras y distintas, sino confusas››. (E 2, XXVIII). En estos momentos de confusión es en los que el ser humano –hablo del creyente– idea un algo –un Dios redentor, un paraíso, etc.– que lo salve.
Dice Deleuze: ‹‹Y allí donde ya no les es posible a la conciencia imaginarse ni causa primera ni causa organizadora de los fines, invoca a un Dios dotado de entretenimiento y de voluntad que, mediante causas finales o decretos libres, dispone para el hombre un mundo a la medida de su gloria y de sus castigos (ilusión teológica) ››.[ii]
Esta es una de las cuestiones que más irritan a Spinoza, pues de los tres tipos de ilusiones que, la ilusión teológica –como se lee en la pasada cita de Deleuze– es de la que más se ha aprovechado la llamada religión del esclavismo. Y es que, para el filósofo escomulgado, Dios obra o se expresa en virtud de su propia naturaleza (necesidad), no porque Él posea una ‹‹voluntad libre››, al menos no como se entiende comúnmente.
En palabras de Spinoza: ‹‹Ya sé que hay muchos que creen poder demostrar que a la naturaleza de Dios pertenecen el entendimiento sumo y la voluntad libre, pues nada más perfecto dicen conocer, atribuible a Dios, que aquello que en nosotros es la mayor perfección […] pero […] si el entendimiento y la voluntad pertenecen a la esencia eterna de Dios, entonces ha de entenderse por ambos atributos algo distinto de lo que ordinariamente entienden los hombres››.
Y efectivamente, Spinoza tiene un modo muy particular y distinto de entender la voluntad y la libertad. En la siguiente entrega comenzaremos a analizar cómo es que se vinculan la libertad humana con Dios.
[i] Es curioso que la ortodoxia religiosa denostara al cuerpo y enalteciera al espíritu, en el sentido de que la razón debe dominar a las pasiones. Pero, al mismo tiempo, buscaran antropomorfizar, es decir, darle una forma, un cuerpo a Dios. De hecho, esta es una de las tantas cuestiones que Spinoza critica de este modo de profesar una religión. Recordemos, por ejemplo, a San Anselmo que en su argumento ontológico pide que Dios le muestre su rostro.
[ii] Deleuze, Gilles, Spinoza: filosofía práctica, trad. Antonio Escohotado, Buenos Aires, Tusquets, 2006. pág. 30.