En esta semana del regreso a clases es común escuchar que se les diga a manera de rezo a chicos y grandes, que se pongan las pilas, claramente como una forma de motivación.
Nada tiene de raro que se les motive con esas palabras, parecen inofensivas, tanto que es una frase no solamente utilizada por padres de familia, además en otros ambientes como pueden ser los laborales.
Sin embargo, y sólo para hacer uso de las herramientas del lenguaje, exploraremos el discurso que subyace a la frase, con lo cual podamos dar cuenta de otra realidad, una no dicha conscientemente pero que sin saberlo puede tener sus efectos.
Decíamos que a los pequeños se les pide que se pongan pilas, que vayan a la escuela con las pilas puestas, ¿qué entienden ellos al respecto?, ¿qué escuchan en tal consigna?
Pero tal vez la pregunta más adecuada seria, ¿en qué posición se coloca al niño que se le pide semejante cosa? No hablamos de la literalidad de la frase, no es eso, es lo que representa la misma en el contexto en el que nos ubicamos.
Es decir, un contexto permeado por la mecanicidad construida alrededor de una serie de ideologías puestas en la eficiencia y el mercado; por supuesto que nos referimos a la posmodernidad.
Ponerse las pilas significaría entonces, relacionarse subjetivamente con un aparato electrónico, es decir, una maquina que requiere de un objeto externo para poder moverse, tener energía.
Por tanto, la motivación no es intrínseca, no se prende en el interior del niño, ésta surge de lo externo a manera de objeto cuando se dice en ese sentido.
Además, si el niño requiere pilas para activarse, para ir a la escuela, es fácil entender que si no las tiene no funciona, y ese es el otro sentido que le podemos dar a la frase, la de funcionalidad.
Funcionar ubica al niño o al sujeto que se ve representado en ese contexto, como objeto, es decir, que se objetiviza. Y en el panorama de lo posmoderno como dice Lipovetsky (La era del vacío, 1986/2000), el objetivo es generar sin cesar, produciendo lo idéntico y la monótona repetición.
Para puntalizar diremos que al niño que se le ordena –o se le condena-, a ponerse las pilas, se le coloca en la posición de la mecanicidad pero también de la funcionalidad como podemos entrever.
El niño o es un aparato o es un robot en este discurso. Y no es lejana ni tan extraña la suposición si consideramos además la cercanía que hoy tienen los niños con los aditamentos tecnológicos.
Podría ser eso lo que se pretende a nivel general, mecanizar al sujeto, deshumanizar para convertir en maquinas eficientes y reproductoras, capaces del trabajo sin cesar, pero incapaces de levantar la voz.
Como decíamos al principio de esta comunicación, cuando una madre le dice a su hijo que se ponga las pilas no hay maldad, no tiene relación con un deseo de llevar a su hijo a dichas latitudes.
Pero lo que resulta innegable, nos parece, es que la misma madre en su corazón amoroso sin saberlo, esté repitiendo y al mismo tiempo reproduciendo una ideología que puede llegar a tener efectos nocivos en su hijo.
Una ideología sobre lo mecánico, o como señala el mismo Lipovetsky (ibídem), un orden tecnoeconómico que deviene en una estructura socio-profesional regida por la racionalidad funcional, es decir, la eficacia, la meritocracia, la utilidad y la productividad.
Y entre esos conceptos, luego del análisis, ubicamos el de utilidad, aspecto por demás preocupante si consideramos la mirada que cae sobre los niños, incluso grandes.
Ponte las pilas, sé eficiente, funciona, trabaja, o sea, sé útil. Así, siendo útil obtendrás un mérito, serás alguien en la vida; ¿dónde hemos escuchado esta última?
Habrá que poner cuidado en lo que decimos, o mejor dicho, en lo que no decimos pero se deja escuchar en nuestras palabras, muchas veces cargadas de amor, pero viciadas como hemos analizado, por vicios de la contemporaneidad.