Resulta desesperante cuando uno se ve atrapado en las encrucijadas de los oficios mal realizados. Nos referimos a todas aquellas personas que se dedican a un oficio en el cual dejan mucho que desear al respecto de su trabajo.
El espacio aquí sería insuficiente para contar los diferentes ejemplos de oficios o chambas como también se les nombra, en donde se deja ver la falta de profesionalismo de quien se espera un trabajo bien hecho.
Están los mecánicos de automóviles, quienes muchas veces sorprenden al cliente o doliente con sus diagnósticos interminables, es decir; sí no es esta pieza es esta otra.
Arreglan una sección, un mecanismo y resulta que no era ese el daño, pero el gasto se hace y hay que soportarlo, al rato es otra cosa, o incluso otro mecánico que intentará encontrar el problema.
Un carpintero con un presupuesto previo, una vez que termina el trabajo, el presupuesto ya no corresponde con el acordado, que por que esto o por aquello.
¿Qué decir de los expertos en la construcción? Nada cuadra y todo plan sale por los aires porque no midieron bien o porque aseguran no se les dijo de algún detalle.
Otra cosa: la entrega de trabajos. Se ofrece un plazo para la entrega del mueble, de la puerta de metal con el herrero, del refrigerador que dejó de enfriar, y es común escuchar que aún no se encuentra listo.
Sabemos que muchas veces esos retrasos en los trabajos obedecen a que en lugar de terminar lo que tienen en puerta, se avientan otras chambas –a veces de conocidos o familiares-, dejando de lado la que se suponía tenían por obligación entregar primero.
Como decíamos, los ejemplos sobran al respecto del tema, pero lo que sobresale inmediatamente es la falta de profesionalismo en estas personas que se dedican a nobles oficios, algunos antiquísimos.
Se ha dicho incluso, sobre la necesidad de regular por parte del Estado y la ley a quienes ofrecen este tipo de servicios, lo cual queda lejos de ser una realidad, y donde podemos opinar que honestamente no es ese el camino para mejorar.
Ser profesional poco tiene que ver con una ley que venga a decir qué sí o qué no. Ser profesional en un oficio o en cualquier trabajo, nos parece, es una decisión que conlleva la entrega hacía una actividad laboral que trae beneficio reciproco.
Ser profesional tiene que ver con descubrir el don o la capacidad o habilidades que se tienen desde pequeño para saberlas encauzar en un trabajo, pero no queda ahí, pues es importante profesionalizar lo que se hace, por medio de estudios, de capacitaciones, entrenamientos, etc.
Y eso va para cualquier persona que se compromete con otro para realizar algún trabajo.
Más allá de la falta de profesionalismo, lo que nos interesa destacar es la falta de ética en muchas profesiones u oficios, la cual podemos entenderla como esa falta de responsabilidad para con el otro.
Si decíamos que la profesionalización de un trabajo, de un oficio es una decisión, podemos entrever que desarrollar una ética como persona, es al mismo tiempo un asunto propio.
En otras palabras, nadie vendrá a entregar un aura o soplo divino que devenga en ética para quien ejerce algún oficio. Eso es algo que sólo quien se compromete con su profesión puede llevar a cabo, eso sólo quien es capaz de reconocer sus dones puede hacer.
Por supuesto que la falta de ética tiene consecuencias, ya decía Adela Cortina (¿Para qué sirve?…la ética, 2013), que la falta de ética resulta siempre más costosa, y lo comprobamos cuando en un oficio ante la deshonestidad del mecánico, del policía, de quien sea, su falta de responsabilidad representa un gasto extra.
Por eso dice Cortina (Ibídem), La ética sirve…para recordar que es una obligación ahorrar sufrimiento y gasto haciendo bien lo que sí está en nuestras manos, como también invertir en lo que vale la pena.
De eso se trata el ser ético, el ser responsable, de ahorrarle al otro, al semejante, sufrimiento y gasto. Gasto en lo económico, claro, pero además, gasto en tiempo, en esfuerzos, en discusiones, en vergüenzas y simulaciones.
Hablamos de una ética necesaria en las profesiones, no impuesta –en eso no confiamos-, sino en una responsabilidad desde uno mismo, desde el cuidado al otro, que comienza curiosamente con el cuidado de sí mismo.
Lo que queremos decir a modo de conclusión y con toda la precaución de no generalizar es que, tal vez y sólo tal vez, lo que vemos o experimentamos con esas personas que no terminan de responsabilizarse en su labor, no es otra cosa más que su falta de cuidado sobre sí mismos; al más puro estilo del espejo que refleja en su trabajo lo que es por dentro.