“La señal” es un hito, una marca en la memoria de Sabines. Son calles que como vertientes nos trasladan al punto exacto de su pasión roja y deprendida. En este poemario pasamos de ojos en ojos, mojados. Y nuestros labios desgastados gesticulan sin consuelo a la tierra, madre de todos, ella nos quiere abrazar, esa madre generosa de los muertos, es la que nos mira, pero cerca de tanta vida, un pecho vacío no puede todavía morir.
Nos levantamos, todavía no estamos preparados, sin embargo la cabeza de la tierra madre, nos roza, con su hálito humedeciendo nuestra sien.
Nuestros pasos se aceleran, volvemos al recorrido, seguimos a Sabines, el silencio nos sigue, escuchamos la tristeza, esa línea delgada y tan concurrida, esa camarada extranjera, que a veces quisiéramos expatriar.
En un punto del camino miramos a Sabines llorar, llorar, sobre todo lo que hemos querido alguna vez y lo que ya partió. Nuestra alma de noche en noche lleva el aire soplando de un pecho a otro todo el aliento caliente de nuestro pasado. Es ahora que podemos oler las palabras en desahucio, ésas que Sabines lleva en su sangre como procesión.
Todos seguimos paso y en la esquina nos dejan entrever al Señor del humo y sombra cuántas cabezas apoyadas dentro suyo en letargo. Cuántos golpes derramaron al sol para llegar hasta aquí. Que alguien nos diga si el Mayor Sabines pudo despojarse de las yerbas enfermas al salir de su lecho de venas. También queremos saber si la tía Chofi, tan pura hasta su último día, pudo subir con pase directo a morar para siempre entre sus lirios del campo. Pues desde esta esquina se elevan ruegos y se entregan manos, al Señor de la soledad.
Miramos las esquinas llenas de memorias, cabe preguntarnos quién no llevó alguna vez sucio el llanto cuando encuentro debajo de los cuchillos, las palabras certeras de Sabines, que entran con sonidos de un piano desgastado que va mojando, cuando lo presionan dedos infantiles sentenciados a tocar para una casa vacía.
No cabe duda, esta noche, en la orilla, bajo el agua, entre las ramas, desabrochados, ya sin piel, junto a la marea, están sus versos, pedazos nuestros, Sabines está en lo que caminamos, en todos los que me habitan y nos habitan con ojos blancos.
Entendemos que con el pecho un poco más liviano, se puede ir dejando entreabierta la puerta de las palabras como señal para recibir al siguiente grupo que recorra el camino de las líneas sobre las delgadas hojas, ésa de donde sale la voz del mismo Sabines con ecos de:
Lloremos llanto clásico, bailando,
riendo con la boca mojada de lágrimas.
Que el mundo sepa que sabemos ser trágicos.
Lloremos por el polvo
y por la muerte de la rosa en las manos de los mendigos.
Semblanza:
Angelica Valeria Sandi Peña, 10 de Abril 1991 (Santa Cruz- Bolivia). Gestora Cultural, poeta y abogada. Autora de los poemarios “ambidiestros” (2014), junto a Quincho Terrazas. Y en el (2016) nace su poemario en solitario “ La luna lleva sal” de ediciones Jota de Nelson Jaliri (Potosí), participó en el libro de poesía y cuento breve “El tiempo está después” Uruguay (2016), participó en el libro artesanal (Ilusión Liquida- Ediciones Jota 2016). En 2012 sus poemas fueron puestos en escena y convertidos en obra teatral con el título “Arrebatos” con el elenco Chonta Teatro, bajo la dirección de Paola Antezana. Ha sido colaboradora en las revistas SC Fanzine y la revista digital Agitprop, La Ubre Amarga (Cochabamba) en la revista literaria Monolito (México). Co organizadora del World Festival Of Poetry. Actualmente forma parte del colectivo poetas bolivianos y participa en la organización de eventos mensuales y lecturas poéticas. Y forma parte del taller permanente Poetangas, dirigido por el Poeta Gustavo Cárdenas. Y parte de su formación se debe igual al maestro de imagen y ensayo el crítico literario Juan Murillo Dencker. Participó en el festival internacional de poesía en la ciudad de los anillos” dentro del marco de la feria del libro en Santa Cruz en el 2015,2016 y 2017.