Seix Barral lanzó una serie libros que recopilan lo mejor de la literatura del siglo XX. Más o menos por accidente, más o menos por una ucronía impertinente, llegó a mí el tomo que contenía Pedro Páramo y El llano en llamas, los dos de los tres libros que Juan Rulfo publicó (El tercero fue un libro de antropología que se distribuyó entre los clientes de una empresa privada).
Compré el libro en una venta de segunda mano; la pasta, como si fuese una piel erosionada, acumulaba tiempo. Pero las letras bordadas en dorado se mantenían encendidas y vibrantes como estrellas. Dejé el libro entre una pila de libros olvidados (que ya hace un año retomé y este año terminé de leer) y, como como cualquier salto del azar, la obra de Juan Rulfo terminó en mis manos. Leí Pedro Páramo y luego El llano en llamas, después volví a leer Pedro Paramo y así leer El llano en llamas otra vez. Ambas obras y Rulfo son el desfase entre la vida y el hombre y el eterno viaje en este bucle temporal.
Rulfo no solo retrató el contexto de las guerras cristeras como si estas fuesen un personaje en la periferia que observa cómo todo se desmantela. También logró retratar la desigualdad inherente del ser humano. En Pedro Páramo, Comala, es el limbo de aquellos sin voz, sin historia, que carecen de aire en el bombardeo de lo cotidiano.
La gente que habita la miseria es la gente de Comala y el mundo es la guerra, es la media luna y a ambos mundos los separa un viaje a pie desde el limbo hasta Andrómeda. La estructura de Pedro Páramo se puede calcar sobre esta época. Cada vez somos más ausentes de nosotros mismos. Construimos un limbo en nuestro pecho, que dibuja sobre la lontananza del mundo al cielo, a los libros, a la boca y a una mirada implacablemente fija. Comala ya no es un pueblo fantasma solo para la miseria donde habita la injusticia, es, de cierta forma, el mundo ideal de este desastre posmoderno.
El llano en llamas es un libro que colecciona relatos que reflejan un viaje. La primera lectura me dejo una ceguera causada por una luz reflejada en el espejo y una boca vacía y seca como desierto. La segunda, la tercera y cada relectura y simple recuerdo me dejan la imagen de una historia despiadada. El destino es un personaje recurrente entre los relatos, pero no el destino preconcebido en el cielo. Se habla del objetivo, simple, inane; que el hombre busca día a día.
Pedro Páramo es una novela que yo considero relativista; quizá, muy en el fondo, Rulfo fue uno de esos genios concebidos bajo el ala de la teoría de Einstein, gente que deformó la lineal naturaleza del tiempo en la literatura para concebir al tiempo en su forma más pura: una estructura irregular y casi orgánica. Existe un desfase evidente entre el tiempo de la conciencia de los personajes y el ritmo en el que las cosas suceden. Ese juego temporal refuerza la idea anteriormente expuesta: un constante apartamiento de los personajes y sus vidas del contexto.
Querer escribir sobre Juan Rulfo utilizando solo tres mil caracteres es un atrevimiento casi irreverente, pero tenía en la boca un sentimiento de admiración (sentimiento aún latente). Quizá escriba más páginas, quizá no, pero la magistral lectura de Rulfo que tristemente me perdí en mi adolescencia ha hecho un eco, a través de numerosas relecturas, en mi manera de escribir y en cómo pienso cuando hablo de literatura.