Enrique Vila-Matas nos lleva de viaje. Desde el principio se intuye que el viaje será perfecto. Desde luego, así da gusto viajar. Y con todos los gastos pagados. Nos ofrece, en cualquier caso, algo siempre estimulante: podemos marcharnos del hotel sin pagar.
Enrique Vila-Matas se burla de su condición (de ser humano), llora por su condición (humana) y encuentra una salida para dicha condición: «…cada noche antes de dormirse, a modo de sustituto del padrenuestro que rezaba en la infancia, leía en voz alta un poema de Virgilio Piñeira que […] habla del exilio terminal de un hombre que asume su condición insular».
En efecto, El viaje vertical nos habla de la insularidad humana. Insularidad que sabe a castigo. Las personas no quieren ser islas, detestan ser islas. Para ser más preciso: las personas sólo quieren ser islas si pueden tener su archipiélago particular.
No cuentan con que ―aún con archipiélago (particular)― seguirán siendo islas. No hay forma de escapar. Puedes engañarte, pensar que has escapado, que te has continentalizado, pero al final comprenderás que fuiste, eres y serás una isla.
Una isla que se muestra egoísta incluso cuando busca esa quimérica continentalidad: te quiero porque te necesito. Islas perdidas. No deja de tener su gracia: ser tantos y ser todos insulares.
«Mayol comenzó a tener la sensación de que aquel tipo, por lo que fuera, le estaba estropeando poco a poco su buen humor, arrastrando consigo no sólo su cojera sino también el aire fresco y transparente de aquella magnífica mañana que él había empezado a considerar plenamente suya».
El viaje vertical es la historia de un hombre como cualquier otro, que cree conocerse y no se conoce, que cree entenderse y no se entiende. Es la historia de cada uno de nosotros, que creemos entender todo y a todos, y no entendemos nada ni a nadie.
El viaje vertical es un viaje que todos deberíamos hacer, es el único viaje trascendente, un viaje por lo absurdo para dejar atrás el absurdo, un viaje para «hundirse en todos los sentidos, y con todos los sentidos».
El viaje vertical es una sardana extraña, un mundo isleño perdido. Somos islas y reconforta descubrirlo cuando ya no te importa, cuando eres viejo, cuando puedes asumir tu insularidad.
«Al final de mi vida, pensó Mayol, será mejor sentir el polvo del camino, la incertidumbre. Y que cuando me visite la muerte me encuentre sin familia y que yo sienta tan sólo fatiga y sensación de pérdida y un alegre desconsuelo. Después de todo, es como siempre has estado. Solo.».
¿Cuántos retos ha de superar una persona a lo largo de su vida? Uno solo. El suyo. Todos los demás (retos) quedan difuminados en este viaje vertical sin retorno. Consigue Enrique Vila-Matas componer una guía sin par.
El protagonista de El viaje vertical recuerda que «La carne era triste». Y yo me digo que la carne sigue siendo triste. Por suerte, podemos olvidarnos de esa tristeza (o explorarla) de la mano de textos como éste, donde no falta nada.
El viaje vertical tiene la magia de los libros escritos con las entrañas.