Si los conflictos sociales tienen alguna utilidad, puede decirse que consiste en servir de reveladores de la filiación de los sectores directa o indirectamente involucrados en ellos y, ocasionalmente, encontrar soluciones más o menos efectivas a dificultades específicas.
En cambio, la vida pacífica con frecuencia niega o cuando menos minimiza la magnitud de los problemas comunes. Aunque todos la deseamos, para algunos esa fruta suele colgar de un árbol demasiado alto que al parecer se nutre con sangre, pues sus ramas se elevan cada vez más lejos de las manos de las mayorías. Y si unos cuantos afortunados logran cortarla y morderla, sus efectos los transportan al mejor de los mundos posibles.
A principios de este mes, el viernes 9, la buena tierra de la gente buena se sacudió con la golpiza que la policía municipal dio a varios normalistas de Tiripetío, Michoacán, que intentaban salir de la ciudad después de apoyar a las estudiantes de la normal rural “Justo Sierra” de Cañada Honda, en Aguascalientes, en sus demandas al gobierno estatal para que resolviera peticiones concretas relacionadas con su escuela.
De ese modo, las autoridades locales remataron medio año de ignorar a las normalistas que por su parte se habían manifestado públicamente, sin obtener otra respuesta de la mayoría de la gente buenísima que indiferencia u hostilidad, inducida por una campaña de rechazo en los medios informativos y en redes sociales enredadas en la defensa de la violenta paz social imperante en este rincón del mapa.
La situación presenta curiosas analogías con la protección civil, en el sentido de que, si el territorio estatal se localiza fuera de las zonas sísmicas del continente, pocos aquí se preocupan por adquirir una cultura que les permita enfrentar un desastre de esa naturaleza. ¿Para qué si aquí no tiembla?
Así, desde la dichosa óptica de quienes consideran justo el orden vigente, resulta que la golpiza a los normalistas ocurrió en las inmediaciones de Trapisonda o en algún otro lugar igualmente perdido entre la ficción y el pasado remoto. Sin embargo, en el territorio estatal se han registrado sismos que algunos habitantes, por lo general foráneos, perciben con cierta claridad, mientras que para las mayorías nativas aquí no ha pasado nada.
Al siguiente día de la eficaz actuación policiaca, los medios difundieron los acuerdos alcanzados entre el Instituto de Educación de Aguascalientes y las estudiantes. Se resumen en la conservación de una matrícula de 120 estudiantes, la garantía de que el espacio educativo siga estando dedicado exclusivamente a mujeres y el respeto a la dignidad de las normalistas.
Poco después, el miércoles 14, apareció en La Jornada Aguascalientes (http://www.lja.mx/2017/06/la-normal-canada-honda-espacio-esperanza/) un posicionamiento firmado por treinta organizaciones civiles locales, más otras diez de cinco estados y seis nacionales, en el que manifiestan su voluntad de mantenerse en observancia ciudadana de los acuerdos, exigen terminar con la represión, investigar los hechos y presentar los resultados públicamente, sancionar a los agresores, protocolizar el compromiso gubernamental para garantizar que esto no se repetirá, reparar el daño a los afectados, una disculpa pública de las autoridades responsables de las agresiones y sanción a quienes participaron en la campaña de odio contra los normalistas, todo con base en leyes y reglamentos vigentes. Finalmente, piden al resto de los ciudadanos informarse, evitar juicios de valor y conductas violentas, no caer en provocaciones y solidarizarse con las normalistas.
Sin embargo, la alcaldesa panista Teresa Jiménez insiste en justificar al titular de la seguridad pública declarando que solo aplicaron la ley contra quienes la violaron y se ubica al lado de quienes prefieren la paz violenta. Mientras tanto, la sociedad civil organizada se dispone a vigilar a policías y autoridades, decidida a ejercer plenamente su ciudadanía y exigir a la alcaldesa que despierte del dulce sueño en el que la tienen el arrullo de sus paniaguados y los efectos de la fruta que ha mordido, pues cuando se riega con sangre termina por intoxicar a quienes la consumen.