Sobre nuestro corazón, está el bien y el mal, sobre este bien y mal está la incertidumbre, sobre esta incertidumbre está el ideal.
La motivación del comportamiento moral ha sido siempre un problema tradicional de la ética. ¿Por qué habríamos de seguir normas y tratar de realizar valores que a menudo contradicen nuestros deseos personales? ¿Por qué actuar conforme a razones si se oponen a nuestros deseos? ¿Habría acaso una inclinación específica para actuar conforme a lo objetivamente deseable y no lo que de hecho deseamos? Teólogos, filósofos, psicólogos y varios expertos en múltiples ramas han intentado encontrar la respuesta.
Dios nos dio parte de su espíritu, por lo cual en nosotros se encuentra el Cristo. Para la creencia judeocristiana es bastante fácil la respuesta, solo tiene que mirar al cielo y sus dudas están resueltas. Lo moralmente bueno es lo que viene escrito y aceptado en la palabra de dios, por lo cual, tenemos que acatarla y obedecerla, ¿pero si quitamos a dios y a su palabra como centro moral? ¿Dónde quedaríamos nosotros, donde quedará lo bueno y lo malo? ¿Con que peso balanceamos la tesis y su antítesis?
En pleno híper-modernismo, con un mundo líquido y desfragmento en demasía, donde nuestro apatía puede matar hasta a nuestro prójimo. Donde las invisibles cadenas de la modernidad nos tienen sujetos a nuestros monitores, ¿cómo podríamos calcular el valor de los valores? Detrás de la pantalla esta un ser humano, pero este se vuelve totalmente indiferente a los que están dentro y fuera del monitor. Inútil se ha vuelto toda la información que recibimos, inutilidad inútil se ha vuelto el inútil que nos han transformado los medios. Nuestra absurda moralidad, tratando de ser jueces y participantes dentro de un teclado y un ratón.
En esta época, un juicio subjetivo puede contradecir uno de valor objetivo. Puede suceder que una persona crea benéfico lo que en realidad le perjudica. La humana humanidad nos hace muchas veces comer nuestro propio deshecho. Hacemos de lo malo bueno, y de lo bueno malo. Se supone que la acción moral debe poder explicarse por principios razonables de los cuales pueda inferirse el valor objetivo de la acción. Más en nuestro corazón Dionisio quiere dominarnos, llevarnos a la orgía sensorial: el tener por el tener, el hacer por el hacer, el ver por el ver, el poder por el poder. Aunque esto nos pueda llevarnos a la indigestión de culpabilidad.
En la práctica real de la moral, no siempre coincide el juicio de valor con la simple comprobación del objeto intencional de una actitud favorable. Todos hemos constatado alguna vez una total ausencia de deseo por algo que consideramos altamente deseable. Te pondré un ejemplo muy sencillo: “Sé que es debo comer sanamente, pero me gusta más la pizza”. La exigencia de tener una actitud positiva señala entonces la liga necesaria entre querer un fin y querer un medio; se expresa pues un juicio hipotético.
La creencia en el valor de una acción puede inferirse en ciertas razones éticas. Esa creencia suscita el deseo de actuar conforme a ese valor moral. Entonces, para explicar más claramente el comportamiento moral, bastaría con destacar las razones que explicaran a la vez la acción y el deseo de emprenderla. Hay actitudes que motivan creencias sobre los objetos o hechos, que están dirigidas y otras que se generan justamente porque tenemos ciertas creencias sobre valores, fundadas en razones. Las razones motivan una actitud.
Dice Bunge: “todo imperativo moral puede traducirse en una oración declarativa”. Los valores admiten grados, no todos los valores tienen el mismo peso. La realización social no debe de estar sobre el valor de tomar una vida. Por lo cual, la realización de unos valores puede costar la de otros, supeditamos la ejecución de ciertos valores, establecemos una jerarquía entre ellos, hasta llegar a los que consideramos más altos: estos son los que guían nuestras conductas. Estos valores son los que le dan sentido a nuestra existencia: los fines últimos.
La elección de los fines últimos varía sin duda, pero definitivamente solo pueden darse en el marco de una cultura. Una cultura se caracteriza por ciertos supuestos básicos sobre los valores supremos comunes a todos sus miembros. Esas creencias destacan un valor sobre otros: la vida, el orden, la armonía, la justicia, la santidad, la felicidad. Estos nos deben de proyectar hacia un ideal aunque a lo mejor inalcanzable pero marcado: plenitud, perfección. Mientras el mundo vivido es el de la carencia, la plenitud es la marca y fines últimos.
Estos ideales seria el límite al que tendería toda proyección de fines, el horizonte de toda preferencia. El ideal es donde los opuestos de concilian.