Desde el principio de mi tiempo, la gente que me ha rodeado se ha dedicado a joderme el final de mis pequeñas historias o de mis ciclos, unos más cortos, otros más largos. Me han estado «spoileando» mi vida todo este tiempo. Ya desde que apenas me ponía en pie empezaron a contarme todos los desenlaces. Mi madre me cogía en brazos y me preguntaba, «¿quién es el niño más guapo?». Yo la miraba fijamente primero y luego fingía mirar todo con ardua curiosidad, pero en realidad ganaba tiempo mientras intentaba recordar quién era ése que poseía unos bellos rasgos faciales. «¡Tú! ¡Mi gordito!». La volvía a mirar pero esta vez con un rostro más severo que causaba mucha gracia al resto de la familia. ¿Acaso le había insinuado a mi madre que me contara el final? ¿No podía adivinar por mí mismo que el niño más guapo era yo? Este fue uno de los primeros spoilers de mi vida y pronto caería en la cuenta de que no sería el último…
Harto de que pre-diagnosticaran mis resfriados cada vez que salía a jugar con mis amigos sin abrigo y de que adivinaran mis suspensos siempre que estudiaba el último día, inmerso ya en la adolescencia, empecé a escribir mi destino retando al ya escrito. Nadie más haría spoilers sobre mi futuro porque yo ya tenía claro todos los finales. La Biblia de mi serie estaba totalmente trazada y las temporadas ya pactadas con HBO. Universidad, Licenciatura en Derecho, sentar la cabeza en el amor pasada mi soltería de plata, casarme a los treinta, comprar una bonita casa y un coche, tener dos hijos, vasectomía y a dejar la vida pasear. ¿Qué coño falló? Con frecuencia me hago esta pregunta cuando vuelvo a casa después de trabajar trece horas como «kitchen porter» en un restaurante cerca de Oldham St. Y hoy no iba a ser menos. Mientras me dirijo a la parada de guagua avisto otro grupo de españoles. El tercero de hoy. Sí que está de moda emigrar, sí…
Durante el trayecto que me lleva a mi pequeña habitación en la Curry Mile, drogado por el cansancio y oliendo a mierda, dejo a mi cerebro carta blanca para divagar en lo que quiera, y el muy canalla me deja una profunda reflexión: la vida es jodida. Profunda. Comienza con un prólogo espectacular, pero a veces el capítulo tercero de tu existencia se transmuta en epílogo. ¿Y el resto? La resignación coge el libro, una mano en cada tapa, y lo cierra delante de tus narices emitiendo ese sonido seco que tanta poesía hidrata y permanece en tus oídos no dejándote escuchar el silencio. Crees haber llegado a lo máximo para lo que estabas destinado en el mundo. Un mínimo número de personas en el país de la pandereta y las golosinas dialécticas en forma de eufemismos han decidido que tus sueños no son válidos y los tienes que homologar en otro idioma. Y así estamos. Un Goliat vencido y fragmentado: una pierna en Alemania, un brazo en Reino Unido, el otro en Francia, un pie en Noruega. Llego a mi destino y el hambre entra en escena. Creo que tocará otro Kebab en Rusholme.
«Crítica del capítulo de Juego de Tronos. ¡Ojo! Contiene spoilers«. «La nueva película de Iñarrirtu ha sido estrenada ayer y aquí tienes nuestro análisis. Atención: spoilers». Está claro que las redes sociales es tierra de chivatos. Dejo el móvil en la caja de cartón que he improvisado como mesa de noche. Son las dos de la mañana y a pesar de estar agotado el cuerpo es incapaz de relajarse. ¿Y qué hago entonces? Divagar. Otra vez. Es imposible predecir siquiera los derroteros por los que van a transcurrir las siguientes veinticuatro horas. Puedes tener una ligera sospecha, pero subestimar a la rutina es un error fatal. ¿Y si un día estoy fregando los platos, se cae una vaca de un avión, traspasa el techo y se cae encima mía como le ocurrió a esa pobre chica en Un Cuento Chino? ¿Y si cayera en pleno Congreso de los Diputados? Canalla… Sin embargo, hay un spoiler permanente que viene con nosotros desde que nacemos, y del cual nadie escapa: la muerte, sellando así el sentido de nuestra existencia como un palíndromo: nada era y nada seré. Pero bueno, para eso queda mucho todavía, ¿O no? Buenas noches.