Inmaduras, pequeñas, algunas casi niñas, mujeres que se revuelven en las dificultades que les representa la mayor responsabilidad humana, la de ser madres.
Responsabilidad que les hace acontecimiento: frustración, confusión, alegrías, temores, sensaciones nuevas, experiencias recién alcanzadas. La mujer adolescente que decide ser madre enfrentada a la restructuración de su realidad.
Hasta hace poco, a nivel social se desconocían las cifras, los casos de adolescentes embarazadas. Cosa que no sucedía a nivel familiar, donde se vivía o se sufría junto con ellas, el problema de los embarazos tempranos, como luego fueron llamados.
Algunas embarazadas por violación, pero la mayoría según se sabe, por una decisión en función de un compañero al cual se entregaba la adolescente en amor.
Decisión o no, el caso es que el deseo las llevaba a entregar su virginidad, ilusión e ideal que iban aparejados con una serie de consecuencias de no poca relevancia. Las consecuencias eran, un embarazo cuando no una enfermedad de transmisión sexual.
Se llegó a establecer hace algunos años por el sector salud en México, que 3 de cada 10 embarazos tenían que ver con mujeres de entre 10 y 15 años, fenómeno que causa preocupación si se toma en cuenta tanto a la madre como al hijo.
Debido a lo anterior, desde hace décadas se habla de una educación sexual temprana, la cual presenta sobre todo, una cantidad importante de informaciones acerca de las características sexuales entre hombres y mujeres, así como cuestiones referentes a la prevención de enfermedades de transmisión sexual y embarazos.
En eso estriba especialmente la llamada educación sexual. La cual, como podemos analizar en diversos documentos de índole medico y social, se centran en informar y prevenir.
¿Pero que se enseña realmente? ¿Es efectiva la educación sexual que se implementa tanto en escuelas como en las clínicas públicas? Lo que hemos encontrado sorprende en tanto la distancia que se hace del sujeto. No se habla del sujeto, no se produce un espacio para disponer de la palabra.
Si tomamos en cuenta al adolescente, sabremos que más que un cúmulo de informaciones o conceptos a memorizar, en lo referente a la sexualidad, se requiere en su lugar, de espacios para la expresión, para exponer las dudas, aclarar las confusiones.
Dice Francoise Dolto (Diálogos en Quebec, 1987) que la sexualidad tiene que ver con la capacidad de fecundidad del ser humano, pero entender al sujeto sexual en su condición deseante, es decir, como sujeto que desea, significa otra cosa.
Nos referimos a que la sexualidad del ser humano, sea adolescente o adulto, implica una historia en el sujeto, el cual no es sólo un cuerpo en celo, como parece vérsele desde la perspectiva médica.
La libido representa al sujeto enraizado en su historia de ser humano, en la de sus padres…(Ibídem: 106), y de eso no se trata la mal llamada educación sexual, no se abordan los temas que realmente importan al sujeto que vive o sufre una sexualidad.
Y que cuando se trata de adolescentes, la sexualidad se experimenta al límite, en tanto su capacidad exacerbada de amar, de ilusionarse, contrariamente a lo que le dice el adulto acerca de los sentimientos.
Pues para el adulto, lo que siente la adolescente no es amor, es un capricho, un engaño, cuando el único engaño posible en este caso, reside en el adulto. Para el adolescente no hay duda de la claridad de sus sentimientos, del poder que lo sustrae a lo nuevo.
Eso no lo atienden las charlas o los talleres de sexualidad. Las autoridades que toman el caso de las adolescentes embarazadas, aún con los leves avances que se han logrado (Cfr. La Jornada, 8 de mayo de 2017), no alcanzan a ver que no es un pedazo de carne al que se tiene que educar o condicionar.
Podemos testimoniar que, en los ejercicios que hemos realizado con adolescentes de entre 12 y 13 años, acerca de la sexualidad –desde un enfoque psico-educativo-, resulta interesante, y se los hacemos notar, como en su concepción sobre el tema, se remiten casi exclusivamente a lo que se les ha dicho que representa el sexo y la sexualidad.
Los conceptos que resaltan de inmediato en su decir -coito, pene, vagina, EtS, prevención, embarazo, métodos, etc.- son una prueba de las informaciones de las que parecen ser presas, pero que poco o nada abona a su deseo de experimentar su sexualidad.
Una vez que se genera el espacio para la palabra, ese tipo de conceptualizaciones formales y frías, se alejan en gran medida, y sucede siempre y cuando se favorezca una ambiente sin miedo o juzgamientos, para que digan lo que ellos, cada uno piensa o sabe sobre la sexualidad.
Las risas no se hacen esperar para disfrazar la pena y el temor. Los escudos para defenderse de lo que ha sido innombrable hasta entonces, se levantan, pero cuando uno de ellos cede, luego viene otro, y entre todos se contienen, forman un continente que puede soportar el tema que tanto escozor provoca en casa.
Más valdría, como decía la misma Dolto (La causa de los adolescentes, 1988), abordar la sexualidad a una edad temprana para evitar consecuencias y responsabilidades que no se desean. Llegar a enunciar con ellos por ejemplo, la ley de la prohibición del incesto, tan necesaria ahora en nuestra sociedad.
Dicha ley humana, indispensable para conformar lo social y lo humano, además de exponer que no se debe, no se puede tener un acercamiento sexual con los familiares, permite el acceso del sujeto al mundo de la cultura.
La ley del incesto, y que parece que aquí es donde sucede la falla con las madres adolescentes, implica que una vez que se instaura en casa y se promueve en las escuelas, la libido, el deseo, se ve desplazado a otros lugares, a otras actividades en las cuales disminuye ostensiblemente el riesgo de llevar al acto lo que tuvo que llevarse a lo simbólico.
En suma, tenemos madres adolescentes porque no se les permitió hablar o expresar adecuadamente la sexualidad. Se les informó, se les dijo qué hacer o qué no, pero no se les escuchó en su real dimensión, lo que para ellas significa la sexualidad.
Y en algunos casos, sabemos de primera mano gracias a lo que nos cuentan las adolescentes, que tampoco se les dijo que habían límites acerca de su deseo, de ahí que luego tengan que vérselas con las dificultades que arrastra una sexualidad vivida en la incertidumbre.