El desfile discursivo diario en el que nos vemos inmersos basado en razonamientos erróneos, tiene cabida para algunos, de manera “inconsciente”, en su repertorio retórico.
Frases, expresiones, o argumentos lesivos, “aunque no hayan sido adrede”, dañan la comunicación y la lógica que es afectada por un cocktail de emociones y circunstancias. También asimilamos de manera distinta y alejada sonidos y significados construidos. De igual modo, el silencio ha sido malentendido. “La palabra es plata y el silencio es oro”.
Lo consuetudinario propicia una serie de falacias (en el sentido aristotélico) o supuestos que nacen del afán vertiginoso de considerar que uno tiene la razón. No solo, están presentes en un ámbito académico o laboral, sino en la mayoría de las cuestiones relacionadas con el habla del ser humano, ya que es a través de ésta que nuestro discernimiento emana, y entonces manifestamos lo que pensamos.
Este tipo de razonamiento que parece válido (pero que no lo es) se ocupa para disuadir o manipular a los demás o para intereses propios que disminuyen la credibilidad de las personas, llegando incluso a recurrir al ataque de manera indirecta a quien postula algo transgresor para nuestra percepción.
Es vital, saber detectar esta serie de falacias (mandamientos de la lógica) y distinguir su aplicación errada para tener la noción de que el discurso cotidiano está edificado con base en premisas falsas, ambiguas, de apariencia veraz y “cómoda” y que deliberadamente se utilizan para tergiversar los hechos o extrapolar meras querencias vacuas.
Es fundamental, documentarse constantemente, seleccionar, estar informados de las distintas causas que contribuyen a generar nuestras conclusiones, considerar las situaciones objetivamente. “Como ocurre con todo lo metafísico, la armonía entre el pensamiento y la realidad ha de encontrarse en la gramática del lenguaje” (Wittgenstein). Aceptar los errores propios, e inclinarse por una mejoría. Apreciar la crítica constructiva y no perder el tiempo con nimiedades que sólo contribuyen a que lo inservible se expanda.
El vilipendio latente atribuido a opiniones no informadas que se proclaman como perfectamente válidas es decepcionante. Tal como un apóstrofe emitido por aquellos que en la mayoría de los casos proclaman turbiamente lo deleznable: “nadie quiere informarse, sólo quieren tener la razón”.
Es primordial, trabajar con argumentos estrictamente enfocados al punto que se considera y no solamente “contradecir por contradecir”, ya que el sofisma, del cual se convence la mayoría, y que cualquiera con discernimiento anquilosado utiliza en forma de eufemismos, como punto de vista “diferente” es muy posible que se acentúe y que desemboque en una retórica victimista.
Sin embargo, la incongruencia de los que tienen la desfachatez de reposar en el oscurantismo son y serán los mismos que propaguen la distensión. “La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada. Y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo” (Maeterlinck).