Más allá de la suerte que les sigue a los políticos apresados en los últimos días, y luego de sí es o no un ardid pre electoral, nos interesa cuestionarnos acerca del sentimiento que genera el hecho de ver cada vez con mayor frecuencia a políticos que defraudan al pueblo.
Es un dicho popular: el político está para robar. La gente considera que los políticos llegan al poder no tanto por ayudar a la comunidad que los elige, sino que buscan esas funciones públicas con el afán de hacerse de poder, lo que se traduce a dinero.
Esa percepción popular sobre los políticos se ha llevado a la investigación y se ha demostrado que entre las diferentes profesiones, la del político es la que menos confianza genera, incluso se ha llegado a establecer por medio de varias encuestas, la observación de que los políticos son considerados como la causa de los problemas sociales.
Este fenómeno social ha llegado a tales niveles que, en diversas comunidades de nuestro país, particularmente en Michoacán de donde tenemos referencias verídicas, las personas se han organizado para crear sus propias formas de gobierno.
Los llamados autogobiernos tienen como una de sus características principales, la de no depender de las regulaciones estatales ni federales, con el argumento efectivo de que en la intervención de éstas dos, se han provocado mayores conflictos al interior de los pueblos.
Los máximos ejemplos los tenemos en Cherán, Nahuatzen, y en últimas fechas la comunidad de Arantepakua, sólo por nombrar algunas. En éstos, tuvieron que buscar una alternativa original a los problemas que no pudieron solucionar las autoridades de manera política o judicial.
Como muchos otros pueblos, -recordemos los territorios de Chiapas-, sufrían de abandono mientras padecían los embates del crimen organizado y/o la explotación de sus tierras con fines puramente comerciales.
Es decir, ante la falta de cumplimiento de la promesa que hace el político, el pueblo se organiza, esa pudiera ser la reflexión que se extrae de las experiencias de organización popular.
No es para nada extraño escuchar que los políticos prometan cualquier cosa con el objeto de lograr el voto de los ciudadanos, y si para lograrlo tienen que mentir, lo hacen, es lo que se demuestra una y otra vez en nuestro país cualquier cantidad de políticos corruptos.
Lo vimos a nivel federal, cuando se hablaba en campaña de que no habría aumentos en los precios de los combustibles, y ya se padeció de nuevo el desencanto.
Un desencanto generalizado ante una generación de políticos que demuestran su desinterés por la gente, y lo más preocupante, el apetito voraz ante el poder que el pueblo les confiere.
Estamos hablando de los fraudes millonarios, de robos, de la adquisición de bienes sin freno, y tantos otros hechos que hablan por sí solos. Por supuesto que ante ese escenario es lógico pensar en el desencanto de la población.
Y es viable pensar que por consiguiente, ante tal desencanto generalizado y llevado a más, las personas dejen de ser ciudadanos en el sentido de no ejercer su voto, pues cómo votar por quienes han defraudado, cómo salir a votar si ya no se confía.
Al menos en México ese tipo de sentimiento se ha visto reflejado en los días de elecciones: la gente no sale a votar, porque ya no creen. Y ya no creen porque los políticos demuestran una y otra vez, que no están para confiar en ellos, que no se puede contar con ellos.
Por eso en varias comunidades de nuestro país, como seguramente del mundo, aparecen personas que se organizan para desprenderse de ese sentimiento, que se traduce a no poder vivir en la desconfianza.
Y si no se puede vivir en la desconfianza es porque el ambiente se vuelve incierto, cosa que se ha de evitar, fenómeno que vemos en esas comunidades que ante la incertidumbre, deciden tomar las riendas de su vida comunitaria.
Mientras muchos políticos pasan la vida entre cámaras y discursos falsos, se levantan comunidades enteras a rehacer sus vidas sin la desconfianza e incertidumbre. Puede ser una muestra importante de lo que también en las ciudades es posible.