La vida no puede ser una sucesión de máquinas descompuestas
la vida no puede ser una sucesión de máquinas descompuestas
el frasco de hierba que se acaba
una caja de plástico con un oso en la portada
no puede ser lo que pasó hasta ahora y ya
ni la resignación de no viajar por no molestar al pasajero de al lado
de no dormir en el camino
de pegar una y otra vez los huesos rotos
la vida no puede ser un cuarto oscuro si no es para revelar fotografías
ni la luz roja puede ser la de un semáforo no
la vida no es una carretera con peligro de ser ametrallado
ni solo tierra ni pura agua
no podemos arder sin tregua sin destruir nada
no es un surco en la vida de alguien más
no son episodios dispersos no puede reducirse a una sola anécdota
la vida no puede ser una sucesión de máquinas descompuestas
La persona que intentó parecer normal en la mañana
soy un ícono en la esquina superior derecha de la pantalla
soy todos los dolores de mi cuerpo
soy vista borrosa sucia y salada
soy esta hoja en blanco manchada con té
soy la época en que me senté a fumar y a tomar cerveza
soy el día en que lo di todo por perdido
soy la hora en que acepté que no puedo leer la mente
soy la hora en que acepté que no puedo leer mi propia mente
soy la ventana que observaba cuando sentí que me rompía
soy una fractura
soy la persona que intentó parecer normal en la mañana
soy quien duda
soy quien soñó que conquistaba Marte en un disfraz de monstruo
soy la que entendió la metáfora y no supo explicarla
soy lo que despertó en la madrugada y vio a través de mí
soy quien viste su cama con sábanas azules y al dormir imagina que se ahoga
Molusco
El hombre que amé siempre
-un hombre de quien nadie escuchó hablar nunca-
ha dejado por fin la cicatriz.
Lejos, en la playa de arena oscura
pronunció por última vez amor
y dejó que la marea lo alcanzara.
No lo sentí
porque miraba el curso de un falso eclipse
paisaje de gaviotas negras y ciegas
en el momento de su segunda muerte.
Sólo la espuma
el remanente de las olas por la mañana
me dejó los restos de su sangre y huesos
como los exoesqueletos
que al crecer abandonan los moluscos.
Semblanza:
Natalia Luna. Monterrey, Nuevo León, 27 de abril de 1989. Egresada de la Facultad de Artes de Visuales de la UANL y directora de contenido de la agencia de web marketing Denumeris Interactive. Es autora del libro de poesía Agorafobia (UANL, 2010). Su trabajo ha sido ha sido publicado en antologías regionales como Verso Norte Bitácora de Voces (Posdata Ediciones, 2008) y El Sueño y el Sol (Ediciones Intempestivas, 2011). Obtuvo dos primeros lugares del Certamen de Literatura Joven de la UANL: el primero en 2007 por el cuento El Ojo y en 2008 en poesía por Cualquier Ciudad. Su poemario Los Televisores Encendidos de la Noche fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía Jóvenes Escritores Guillermo López Muñoz en 2013.