Es de madrugada y una sombra me persigue y no es la mía. Le escucho los pasos, la respiración. Camino a prisa, rumbo a mi casa en Bosques de Saloya. El tanque elevado ilumina nuestro camino, lleno de árboles de mango y el calor sofocante de abril. Percibo que sus pasos se vuelven lentos como mi cansancio después del trabajo. No he dormido en 2 días y mis sentidos me traicionan. Los sonidos se convierten en ecos y mi respiración se acelera con cada paso que doy. Frente a mí se asoma aquel mural gigante, y por un momento ya no escucho sus pisadas. Volteo de reojo y la veo ahí, detenida, admirando ese árbol de pintura. Aprovecho la situación y me escondo entre los macuillis que la rodean. Solo quiero observarla de lejos. Unas gotas de sudor me escurren por la frente, y por un instante, se tranquiliza mi respiración. Puedo verla, es alta, esbelta, irradia un esplendor delirante, y por alguna razón no puedo dejar de mirarla. Se ha quedado como absorta frente a ese arbusto inmenso de acero, lleno de agua y de vida. Trato de caminar lento para no interrumpirla, pero un sonido me detiene. Un grito proviene de aquella “sombra” y me inmoviliza. Hipnotizado la observo, tratando de descifrar si ese sonido es siquiera humano. Es hueco, como metálico. No logro entender si es real o un sueño. Y mientras divago, ella se voltea hacia mí, siento su mirada, pero me percato que no distingo ningún rostro, ni siquiera unos ojos, una nariz, una boca. Su cara es un óvalo blanco, completamente plano, como una figura casi transparente que carece de rasgos humanos. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, y por segunda vez esa sombra emite un sonido chillante que lastima mis oídos y hace retumbar los árboles. La escena me causa terror y sin perder el tiempo, me levanto y emprendo la huida para alejarme de él, de ella, de esa sombra que me persigue…
He avanzado ocho cuadras, repitiéndome “Tengo que llegar, tengo que llegar”, pero el cansancio se apodera de mi cuerpo, las piernas ya no me responden y estoy inundado de sudor. Mis zancadas son cada vez más pequeñas y en mi cabeza revolotea solo una pregunta ¿qué es esa cosa?
Con cada paso mi respiración se acelera al punto de causarme taquicardia. El camino a casa nunca ha sido tan largo como hoy, me digo a mi mismo, mientras trato de calmarme, pensando que todo esto es por el insomnio. Entonces me detengo para calmar mi respiración. Volteo hacia todos lados para buscarla y nada, solo veo el tanque elevado y percibo los sonidos de los grillos y los moscos que revolotean sobre mí. Ahí me doy cuenta que no he avanzado nada. He pasado frente a ese kínder ya dos veces. -No puede ser-, susurro. Mi respiración se acelera y mi corazón retumba fuerte. Mi cabeza empieza a delirar. Jadeo desesperado. Todo se vuelve borroso, no distingo los colores, las calles, nada, estoy a punto de desmayarme y los sonidos nocturnos se pierden… Los grillos, la noche, todo retumba dentro de mi cabeza. Algo me detiene en seco. Levanto la vista y la veo frente a mí. Esa sombra me observa, o eso siento yo; su color blanco parece un farol. Me congelo, todo se detiene, el ruido se apaga. Trato de retroceder, pero un aire caliente me detiene. Volteo y tres sombras me observan, se acercan a mí, me toman de las manos y me arrastran. No logro sentir ya nada, ni mis piernas, ni mis brazos. Trato de gritar y solo emito un ruido seco y de acero. Nos detenemos frente al tanque elevado y desaparecemos.
Semblanza:
Tania Cisneros García (Puebla, 1987) es licenciada en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha sido reportera y fotógrafa del periódico quincenal Correo Mixteco en la ciudad de Huajuapan de León, Oaxaca, colaboradora en revistas femeninas electrónicas, correctora de estilo de periódicos pertenecientes a la OEM y de la revista Federación de Mujeres Universitarias (FEMU) de la UNAM, y ha participado en diferentes talleres literarios como el Laboratorio de Poesía del Claustro de Sor Juana en la Ciudad de México (2015).