“Esto está presentado como obra de ficción
y no se dedica a nadie”.
Dedicatoria de Bukowski en la novela Cartero
Habían pasado días desde que Tú y yo nos encontramos. Cabe mencionar que, durante esos breves encuentros, en un intento de evidenciar su molestia, Tú evitó mi mirada a toda costa; y no se diga de las palabras, ni su habitual “¿qué tienen de buenos?” obtuve a cambio de mis saludos.
Entonces decidí dejar de frecuentarlo por un tiempo, pero no logré cumplir mi propósito a cabalidad, luego de unos días ya me encontraba de vuelta. Casi terminaba de conmoverme su miseria, casi lograba escuchar de mí una disculpa, que de no ser por su desaparición, sin duda habría flaqueado y externado: cosa que él tanto deseaba.
Lo ocurrido: Tú desapareció.
Y no fue una desaparición metafísica. No es “desapareció” una metáfora de su ausencia o del reflejo de la situación social en M.; no. Tú simplemente se había ocultado de mí y por más que escudriñé cada sitio en los que solía ahogar sus frustraciones, no lo encontré.
A punto de darme por vencida y salir del lugar con algo más que cargo de conciencia, unas sutiles risillas se escapaban del interior de una caja de cartón. Ahí estaba Tú, doblado por completo, oculto en una de las cajas que quedaron de su última mudanza. ¿Por qué reía Tú?, se preguntará usted, y es justo lo que yo dije al momento de descubrirlo.
–Entró a la iglesia, ahí está –dijo mientras aguantaba la risa.
–¿De qué me hablas, se te ha zafado el último de los tornillos que unían tus neuronas, descarado?
–Escucha esto: “Pensé en darme una ducha, pero no podía ver los titulares: CARTERO SORPRENDIDO BEBIENDO LA SANGRE DE CRISTO Y DUCHÁNDOSE, EN UNA IGLESIA CATÓLICA ROMANA” –y de nuevo la risa, los retorcijones de su escuálido cuerpo rodeado de cartón.
–¿Acaso serás ladrón? ¡Robaste mi ejemplar de Bukowski!
–Lo tenías merecido, lo considero tu disculpa hacia mí.
–Jamás pensé en disculparme…
–Mientes.
¿Qué habría hecho usted con Tú, ante tal suceso? ¿Asesinarlo, molerlo a palos, gritarle hasta acabarse la garganta, arrancarle el libro de las manos y dejarlo llorando? No lo niego, estas y muchas más ideas por demás sádicas y sanguinarias me cruzaron la cabeza, pero antes de proceder, antes de siquiera mentalizar la situación, ya Tú me había hecho un espacio en su caja y juntos reíamos de la mujer violada por el cartero como casualidad inmediata del destino, de la inundación, de los castigos que la Roca le propinaba al pobre Chinaski, los perros, los zapatos sin suela, los desafíos de las rutas y todo el mar de experiencias retratados satíricamente en la novela.
–Quiero ser cartero, es mi empleo soñado, ¿imaginas la de experiencias que obtendría? Olvidaría todo mi pesar, podría volver a vivir –decía Tú con nuevos bríos de esperanza.
Lo dijo tanto que por un momento me convenció. Llenamos las aplicaciones para formar parte de los empleados de Correos.
Prometí enviarlas: nunca lo haré.