José Revueltas, en el primer libro de las Evocaciones requeridas, en el capítulo titulado “Por tierras de México: Islas Marías”, narra, según su dulce memoria, el momento en que es llevado a las Islas Marías en el “buque-motor” de nombre “Sinaloa”, junto con sus compañeros de lucha de aquel entonces.
Los muros de agua –nos dice José Revueltas- recogen algunas de mis impresiones durante dos forzadas estancias que debí pasar en las Islas Marías, la primera en 1932 y la segunda en 1934.
José Revueltas cuenta cómo se vio fascinado por la figura hiperviril del capitán de aquél barco: un hombre tatuado, que escupía tabaco con unos dientes durísimos como el hambre de las calles: “todos aquellos rasgos –afirma Revueltas- constituían para nosotros lo que esencialmente corresponde a aquello que se ha dado en llamar ‘lobo marino’, por lo cual sentíamos un agradable sobrecogimiento…”. Pero, dice José Revueltas: “con todo, Los muros de agua no son un reflejo directo, inmediato de la realidad. Son una realidad literaria, una realidad imaginada”.
Antes de llegar a las Islas Marías, aquel admirado capitán de barco, “señalando con el índice las líneas unidas de dos cerros, azules todavía…”, e indica: “allí queda el campamento a donde van, Arroyo-Hondo”. Como director de la “colonia penal”, tendrían al “general Gaxiola”; y José Revueltas dice: “era una excelente persona, muy bueno”. José Revueltas y sus compañeros, presos políticos, trabajaban “ocho horas al día”, además de que recibían “…un salario de cincuenta centavos a un peso, según el comportamiento…”. Increíble, pero verdadero, José Revueltas se mostraba demasiado positivo: “la comida no podía ser mejor: pescados, verduras, arroz, carne los jueves y domingos, frijoles, etcétera”.
Recordemos que la llegada a las Islas Marías, en la novela Los muros de agua, Revueltas narra cada situación con extrema celeridad. Uno supone, gracias a la narración, que más de una persona es subida a un carro y luego transportada a otro lado y después, la imagen impactante de las Islas ¿Vendados tal vez los ojos de quienes abordan aquel vehículo? ¿Esposados? ¿Encadenados también de las piernas? José Revueltas, se pregunta: “¿A qué lugar podría ser? El reloj amarillo de la torre, los árboles, aparecieron como un rompecabezas…”. Porque después, leemos: “…y luego todo quedó oscuro, impenetrable y silencioso dentro del carro, cuya puerta sonó con un ruido de cadenas”. Ya que “más tarde no eran sino los edificios de la ciudad, entrevistos por la estrecha claraboya…” Las Islas Marías, son vistas en Revueltas como un espacio enorme, uniforme, aburrido, sublime y fascinante a la vez, porque los edificios de las Islas eran: “…edificios de erigida ceniza, rectos, unitarios, pues ya no había esquinas y todo se había tornado un muro, una calle sola y larga, cargada de infinito”.
Si acaso la historia que conocemos en Los muros de agua, es una situación inventada o una “…realidad imaginada…”, como dice José Revueltas, tenemos en cuenta y más que obvio, que todo en Los muros… se nutre de la experiencia carcelaria de Revueltas. El capitán de buque que mencionábamos atrás, aparece en Los muros…, no como un hombre admirado por Revueltas, más bien, aparece ante nuestros ojos como el perfecto dictador de sangre fría, asesino por gusto y, es para Revueltas, un sargento.
Mientras los militantes comunistas son llevados a las Islas Marías, sucede que “no podía verse nada. El sargento era del tamaño de las tinieblas y todos se encogieron, esquivando las cabezas como si una mano plural fuese a caerles encima desde luego.” Ya que, después, los compañeros comunistas “…respiraron fuerte, sin detenerse, a la carrera, como a punto de llorar”.
Asegura, omnipresente, Revueltas: “…era, quizás, un llanto inverso, un llanto hacia las entrañas, hacia esas otras tinieblas interiores donde las lágrimas, acaso, no harían tanto daño.”