Quien desde el periodismo no sufrió jamás acoso político, amenazas de muerte, espionaje u obsesivas campañas de denostación pública, no entenderá con el dolor suficiente la muerte de valientes y apasionados informadores como Cecilio Pineda Birto, asesinado hace poco por las manos de la narcopolítica mexicana.
Es el caso más reciente pues lamentablemente, lo sabemos, no será el último, fue el caso del ex periodista guerrerense Cecilio Pineda Birto, acontecido en los primeros 16 meses de la administración de Héctor Astudillo Flores, quien en menos de un año y medio, tiene a dos informadores asesinados en su gubernatura.
El jueves 2 de marzo de este año, Pineda Birto descansaba en una hamaca de un autolavado cuando dos jóvenes en una motocicleta lo asesinaron a tiros. Cecilio era, sí, un reportero de la fuente policíaca pero también fungía como director del periódico La voz de tierra caliente y colaboraba en El Universal. Desde el 25 de abril del año pasado fue asesinado el ex director del diario El foro de Taxco, Francisco Pacheco.
De acuerdo con los datos de la organización independiente Article 19, desde el año 2000, 101 periodistas han sido asesinados en México. 28 de estas muertes fueron registradas durante el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto.
Sin embargo, de entre las administraciones del país, la del ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, hoy prófugo de la justicia, registró a 17 periodistas asesinados, donde se incluye el caso del fotoperiodista Rubén Espinoza. De esos 101 comunicadores asesinados, 94 son hombres y 7 mujeres.
Físicamente menos dolosas pero psicológicamente tan dañinos como un atentado, los ataques cibernéticos a las cuentas personales en redes sociales de los comunicadores o a la de algún medio de información específico, también procuran la censura o el debilitamiento de quienes batallan cada día por el derecho a la libertad de expresión, contemplada a cabalidad en el artículo sexto de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y en el 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pues “este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Existe una escena de El patrón del mal, serie colombiana y biografía un tanto ficticia sobre el ex líder del cártel de Medellín, Pablo Emilio Escobar Gaviria, ambientada poco tiempo después del asesinato, el 17 de diciembre de 1986, del ex director del periódico El Espectador, Guillermo Cano Isaza, el capo entonces acechado por el grupo de policías, narcos y ex guerrilleros autodenominados los Pepes (Perseguidos Por Pablo Escobar), bueno, entonces Pablo Escobar, escondido en la Hacienda Nápoles, es incapaz de hacerse de una noticia en la televisión, su radio no conecta ninguna señal y en esa ocasión no llegó el diario a su casa y Escobar se pregunta algo como: “¿Qué acaso aquí nadie piensa informar?”.
Sin informadores verdaderos dentro de los medios de comunicación, con una sociedad empobrecida y vejada cotidianamente como le sucede a la mexicana, con políticos consumidos en autoelogios informativos, sin un territorio donde exista la claridad periodística suficiente para la toma de decisiones oportunas, inclusive quienes detentan poderes totalmente autoritarios, si ellos no procuran también un camino hacia la democratización de México, no podemos hacernos del sueño verdadero y mínimo apenas de, por ejemplo, el más reducido insisto, donde una educación de calidad sea realmente accesible a todos y totalmente gratuita, o acaso también deseamos un sistema de salud eficiente y realmente retribuido de nuestros impuestos.
Señoras y señores de las élites políticas y económicas de México, amos del despotismo y de las decisiones autoritarias: a pesar de ustedes y contra todo pronóstico, vamos hacia la libertad y eso en alguna ocasión podrán comprenderlo.
¡Gracias, Cecilio, tu ejemplo no pasará desapercibido!