Memorias de mi padre cuando llegó a Cancún
I
Mi padre me contó que llegó a Cancún
antes que la ciudad se vistiera con rascacielos alucinantes
antes que los güeros deshierben la voz de la selva.
Me confesó que mi madre
tenía miedo de enterrar sus ojos
en una ciudad que aún lloraba como un recién nacido
y se fue solo un domingo
por debajo del agua hirviendo del cielo.
II
En la regiones más agrestes de Cancún
mi padre invadió un terreno con machete
y ató su sombra junto a los pájaros.
Con las mismas piedras
que guardaba en su corazón,
mi padre
anheló edificar un porvenir para su familia.
En algunas ocasiones tuvo que defender
su tierra como un hombre que se abandona
así mismo.
Mientras mi padre escarba sus vivencias
poco a poco sus pupilas dejan de respirar
porque recuerda el filo de la incertidumbre y la añoranza.
Dice:
la soledad es un espejo donde el hombre
aprende a reconocerse sin conjeturas.
III
En 1988 llegó mi madre
con nosotros.
Y arduamente
junto a mi padre entonces,
edificaron
un hogar sin dejar
de mirar a mis hermanos.
IV
Heme aquí:
construyendo un puente hacia mi infancia:
recuerdo las calles pedregosas de mi colonia
que después se convirtieron en montañas de Sascab.
En aquellos cerros de arena
corríamos al vaivén entre risas y llagas,
y cuando era llano se jugaba Rayuela, Canicas y trompo.
¿Qué decir de las peleas con la vecina socarrona por el balón raído
que se quedó mudo en su terraza?
¿Dónde están mis camaradas de la escuela
que escribieron desvaríos sobre mi playera?
¿Dónde están los indígenas que hipnotizaban calles
con latidos de lluvia en los tobillos y su flauta de mil pájaros,
o los vecinos que invadían terrenos?
Y sobre todo aquella muchachita,
la noche se desbarataba ante sus ojos.
V
Mi padre ya está cansado.
Pienso que no va regresar al origen
De su primer llanto.
Tal vez, su rostro
Se maquille con la tierra de esta ciudad.