Mi papá se perdió entre la terminal 2 y 5. Llamaron los de la funeraria para avisar que lograron localizar su cuerpo en Estambul. La nota que dejó en el refrigerador decía “Fui a visitar unos amigos a México”.
Había decidido volver a buscarlo años después de la feria del pueblo. Entonces tenía unos veinte años y me fui con la decisión de no volver. Lo recuerdo montado sobre el caballo, galanteando su animal. Di la vuelta, tomé mis maletas y me largué de ese lugar. Hay paisajes y monotonías que crees haber olvidado hasta que te encuentras con ellas de nuevo y te das cuenta que nunca se fueron, que aún tienen esa sensación de cercanía, de familiaridad. Al regresar a su apartamento aún sentí ese olor a formol. Me incomodé con la pulcritud del lugar, el orden, los mismos libros en el anaquel de la sala. El silencio zumbó en mi oído. Llegué a la cocina y vi la nota sobre el refrigerador. Meses después, llamaron a casa.
Era la funeraria que llamaba para notificar la desaparición de su cuerpo. Cuando escuché la noticia, lo imaginé rígido, negro, deshidratado, viendo fijo a mis ojos. Al parecer, lo habían atropellado en una carretera poco transitada, su cuerpo fue movido a un lado, estuvo bajo el sol varios días hasta que avisaron a las autoridades. En la morgue, rehidrataron el cuerpo y tomaron sus huellas digitales. Vieron que era un foráneo con seguro de vida en el extranjero. Lo guardaron en un refrigerador mientras llegaba el representante de la agencia a constatar que fuera el asegurado. Le tomaron una fotografía y verificaron en la computadora que se tratara de él. Tenía una cláusula exigiendo el embalsamamiento, funeral y repatriación. No sé cuánto habrá pagado por eso y por qué razón. El embalsamamiento no lo realizaron porque estaba rehidratado, solamente lo maquillaron e hicieron un pequeño funeral. Sin embargo, debido al incidente de la pérdida del cuerpo y el retraso en la entrega, no aseguraban su estado al llegar al país y pedían disculpas por lo sucedido. Me pidieron que fuera al siguiente día a la agencia del seguro para firmar unos papeles, la funeraria necesitaba la certeza de no realizar el papeleo por gusto. Al colgar el teléfono, seguía viendo a mi papá, ahora no negro y deshidratado, sino gordo y con la vista fija en mis ojos.
Llegué el día acordado a la funeraria y me avisaron que se había perdido entre la terminal 2 y 5 y que estaba en Estambul. Al parecer su cuerpo decidió viajar, algo que nunca había hecho en su vida. Traerlo iba a tardar unos días más, luego avisaron que por un error en los papeleos ahora estaba en Nueva York. Recuerdo que siempre quiso conocer la estatua de la libertad, y lo imaginé en su ataúd visitando el Empire State. Todavía no ha venido, y los de la funeraria ya no contestan mis llamadas. Al parecer, decidió viajar ahora que está muerto y pues, yo estoy feliz por él. Ahora veo a mi papá viajando, saludándome con una sonrisa, solo espero que logre conocer muchos sitios antes que se lo coman los gusanos.