“To belong nowhere is a blessing and a curse,
like any kind of freedom.”
Leah Stewart
¿Dónde reside una maldición? ¿Acaso inicia con una persona y los lugares la absorben?, ¿las ciudades y sus casas la llevan y heredan a la gente que habita en ellas? Es complicado saber dónde inicia una maldición; la mayoría de las veces sólo se busca erradicar el problema y no tanto el conocimiento de su origen.
Sea cual sea la concepción, la idea última es la forma de salir del ciclo y eso sólo puede hacerse con un sacrificio, muchas veces de corte ritual. Para ello debe cruzarse la línea hacia lo fantástico y lo oscuro.
Debido a la reciente depresión económica en el mundo, lugares como Detroit, ahora prácticamente abandonada con la caída del imperio automotriz, se vuelven espacios perfectos donde todo puede suceder sin la necesidad de incumplir las leyes de la realidad, más bien expandiendo aquellas de la imaginación.
Lost River es una película que busca hallar la conexión entre las posibilidades de la fantasía y las de la violencia diaria. La historia es la exploración de una huída; se trata de un joven, Bones, que desea escapar a un lugar mejor, pero es imposible por falta de dinero y por sus ataduras familiares, especialmente con Franky, su hermano menor. Su madre, Billy, está desempleada y desesperada por crear un hogar estable para sus hijos.
Ambos personajes se encuentran en ciertos extremos, él desea escapar, ella cree que es mejor quedarse porque al menos tienen un techo sobre su cabeza. Pero lo que los une es aún más fuerte que aquello que busca confrontarlos, y es que los dos no pertenecen al mundo que habitan.
Mientras que Bones termina en una batalla con Bully, cuyo nombre es revelador y claro sobre su personalidad, Billy llega a un punto bajo que permitirá una revelación sobre su persona. La película se maneja ampliamente con influencias de David Lynch y de Nicolas Winding Refn, mezclando ambas visiones para resignificar aquellos elementos metafóricos que no son tan ajenos para la audiencia.
Es sencillo comprender a los personajes y sus motivaciones, y es fácil palpar la telaraña cuasi cósmica que les impide escapar. La trama no es sólo sobre la necesidad de huir del hogar para encontrarse a uno mismo, ni sobre una lucha constante por encontrar nuestro lugar en el mundo; en realidad, versa más sobre el conflicto de saber que uno simplemente no pertenece a ningún lado y que eso es llevar una maldición propia, que incluye libertad y la imposibilidad de encontrar un hogar para establecerse y envejecer.
Los personajes cargan con su nombre en más de un sentido, dejando claro el juego de las personalidades y la necesidad de replantearlas; todos ellos han sido marcados y actúan como tal, como sucede en las fábulas que procesan lecciones de vida. Rat, la lúgubre y bella vecina, lleva el nombre por asociación con su rata mascota, pero no conocemos su nombre real porque ella aún no está formada, debe conocer el mundo antes de ser etiquetada.
El significado de los nombres va más allá de los personajes y alcanza el propio lugar del que no pueden huir (¿o funciona al revés?). Rat cuenta una verdad absoluta sobre el pueblo donde viven y es que parte de él se encuentra perdido físicamente, pero no energéticamente. Lost River es una forma de aclarar que parte del lugar fue inundado para crear un cuerpo de agua artificial, y la maldición que les impide progresar como sociedad puede romperse una vez que se rescate algo de la ciudad antigua.
Cuando se revela que existe un submundo, queda claro que no se trata sólo de aquél que fue inundado. La madre, en un intento desesperado por reunir dinero para evitar un desalojo, termina en un submundo de otra clase. Rayando en la prostitución, pero con un giro todavía más violento y tintes de leyenda urbana, Billy termina trabajando para un club donde el goce proviene de ver a las mujeres sangrar y sufrir.
Aunque se trata sólo de actuación, es imposible no reconocer el éxtasis de la audiencia mientras más realista y puntualmente agresivo sea el acto. La manera de ganar más dinero es que Billy se asuma como una mujer de plástico que no se mueve y que no pueda responder ante las agresiones de un hombre; se trata de una cámara específicamente destinada a inmovilizarla y exhibirla a la vez, mientras el sujeto puede hacer lo que desee a su alrededor.
A pesar de que se trata de un acto “seguro”, pues la mujer no es dañada, ese tipo de claustrofobia, la que ataca a la mente más que al cuerpo, es la gran revelación que ella necesita. Puede seguir cayendo hasta volverse la mujer que el lugar necesita, o puede asumirse como la mujer que ya es, aunque eso implique una soledad abrumadora.
Bones, por su parte, cree, sin mayores pruebas, en la maldición y decide sacar una cabeza de dragón que a su vez se puede interpretar como el final clásico de un cuento de hadas, donde el príncipe derrota a la bestia que tiene en cautiverio a la persona que ama. El dragón también es una figura guardiana, protectora y amenazante, por lo que Bones debe cortarle la cabeza para vencer la maldición, pero también debe quedarse con ella como trofeo y amuleto de protección ante las abominaciones del mundo al que ahora deberán enfrentarse solos.