Este año conmemoramos el centenario del nacimiento de una de las cantautoras chilenas más importantes e interesantes de los últimos años. Interesante es un calificativo indicado para hablar de Violeta y es que ella además de músico ha sido artista plástica, poeta y recopiladora de música folclórica chilena. Música que ella ha sabido hacerla universal.
Lo interesante de ella es que su música se volvió himno, fue un llamado para despertar conciencias, para alzar la mano, para cantarle a los estudiantes, a los jóvenes, a una América Latina herida, dolida, sangrante. En sus canciones Violeta le ha cantado a la gente, les habla en lenguaje que pueden entender. No es confusa. No es exquisita. Es mujer, latinoamericana y ser humano.
Todos, de alguna u otra manera, hemos escuchado alguna de sus canciones. Yo he crecido con ellas. Vengo de un país de dictaduras, de una región del mundo pisoteada y herida. En el patio de la casa de mis abuelos he cantado “volver a los diecisiete” cuando tenía siete u ocho años.
En mis años de juventud he gritado a viva voz “me gustan los estudiantes porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura”, he llevado la bandera de la Nueva Canción Latinoamericana, cuando, en 2003 el pueblo boliviano bajó un gobierno abusivo, sanguinario que hacía fortuna a costa del dolor de la gente. Hemos bajado en Bolivia un gobierno sanguinario y corrupto.
El movimiento de la Nueva Canción Latinoamericana apareció más o menos en la década de los sesenta y retoma las canciones de Violeta para hacerlas suyas, dotando a la música de una belleza poética sin igual. El movimiento no se limita a América Latina con Mercedes Sosa, Chico Buarque, Caetano Veloso, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, sino que llega hasta España donde se integran Serrat y, en cierta medida, Luis Eduardo Aute.
La música es pues para este grupo de cantautores un elemento de protesta, de lucha y manifestación. ¿Es que acaso existe el arte sin ideología política? No. El arte por el arte no existe. El arte es la voz, normalmente la voz de los que no tienen voz. El arte lleva consigo un pensamiento, un ideal, en resumen, una utopía.
Se ha generado, con el Premio Nobel otorgado a Bob Dylan, un debate en relación al hecho de que si la poesía cantada es o no literatura. ¡Claro que lo es!, la literatura con mayúsculas va más allá del soporte en el que esté o de un libro publicado.
La poesía de Violeta Parra es un ejemplo de gran literatura, de canto a la vida, a los sueños y a un mundo mejor. Las letras interpretadas magistralmente por Mercedes Sosa celebran la existencia de las facultades universitarias como espacios de creación, festejan a la vida, a la juventud, transmiten melancolía por lo que fue, por los años que no volverán.
Y, sobre todo, invitan a la lucha. En los sesenta gran parte de América Latina y España vivían bajo regímenes autoritarios y sanguinarios. Los jóvenes revolucionarios, rebeldes e intelectuales se apropian de esas canciones para, a manera de trovadores, acompañar su lucha con canciones hechas arte.
¿Qué ha pasado ahora a cien años del nacimiento de Violeta, qué fue de esos jóvenes que cantaban al pueblo? Parece que los callaron. Y no fueron las metralletas ni las dictaduras militares. Les calló el desgano, la apatía, la falta de compromiso con los otros. Ganó el individualismo, las nuevas tecnologías, la sociedad de consumo.
Ahora, si bien hay trovadores y cantautores jóvenes, es más fácil acceder a la música hecha de letras simplonas que no hablan de nada, en el mejor de los casos. Y, en el peor, denigran a la mujer o la vende como simple objeto.
Yo creo en los jóvenes y en el cambio. Creo en el poder de la música y en la poesía. Yo creo que aún hay cantores y poetas que no se callan. Si se callan, calla la vida.