No recuerdo un final de año tan incierto y tan plagado de malos augurios, como éste que está por terminar; el colofón: un polvorín en el Estado de México que pareciera advertirnos cuán frágiles somos ante el descuido y la negligencia de lo que, al no manejarse con el debido cuidado, estalla sin control dejando un doloroso rastro de muerte que se pudo haber evitado, si hubiesen observado las normas y precauciones que deben implementarse cuando se concentran -en un solo lugar-, grandes cantidades de material explosivo.
Con todo, seguiremos viendo en pueblos y ciudades la tradicional pirotecnia infaltable en estas temporadas. Se ve difícil que nuestra cultura popular se deshaga de esa vieja costumbre, la de lanzar cohetones y luces, con toda su cuota de accidentes, de pequeñas y grandes tragedias.
Una tradición que no por ancestral, ruidosa, y visualmente espectacular, deberíamos comenzar a cuestionarnos.
O será qué, la descomposición social que vivimos nos impide reaccionar como debiéramos. Atrapados en nuestras particulares problemáticas, desatendemos e ignoramos nuestro papel como ciudadanos, delegando en otros acciones y decisiones que nos conciernen a todos. Aunque suene a lugar común: mientras no exista una mayor participación de la gente en el ámbito público, seguiremos siendo una sociedad incapaz de avanzar en su organización y recomposición estructural.
Vivimos -al igual que nuestros paisanos de Tultepec-, sobre un polvorín a punto de estallar, la diferencia es que a nosotros nos van a tronar otra clase de petardos quizá más letales.
El 2017 se avizora como un año difícil en todos los órdenes, quizá el económico es donde mayores estragos vamos a padecer: devaluación monetaria, aumentos jamás vistos en los combustibles, inestabilidad política interna y un gobierno norteamericano empeñado en hacer trizas nuestra relación como vecinos y socios comerciales.
¿Qué hacer nos preguntamos?, yo creo que tendremos una oportunidad inmejorable para enfrentar todos esos embates en colectivo, organizarnos y hacer acopio de inteligencia y creatividad para encontrar soluciones entre todos, no queda de otra, si nos atenemos a la clase gubernamental, estamos perdidos, tienen otra percepción de los problemas sociales y actúan en función de intereses ajenos a los sectores mayoritarios.
Tal y como ha sucedido en el pasado reciente, la sociedad civil -organizada convenientemente-, puede rebasar y desplazar la tutoría de quienes no han hecho nada, que no sea beneficiarse a sí mismos, hundiendo cada vez más al país en la vorágine de una profunda descomposición social con precedentes que hasta nos recuerdan al porfiriato.
En Colima no se aprecia ningún cambio de rumbo, ninguna acción gubernamental de peso, el esperado viraje no llegó, de mal en peor va la cosa pública, quizá por eso, comienzan a figurar más los alcaldes que el propio gobernador o cualquiera de los miembros de su gabinete.
Se vislumbran cambios en lo inmediato que no suscitan mayor optimismo entre los gobernados, sólo reacomodos para que lleguen unos y se vayan otros, sin ningún saldo positivo para nadie excepto para los que se incorporan a la nómina estatal.
Si el gobernador ya decidió deslindarse del cargo que ostenta, nosotros tendríamos que actuar en consecuencia, ciudadanizar la administración pública que es de todos, exigirle buenas cuentas al gobierno parecería descabellado, quizá porque nunca lo hemos hecho, pero debemos encontrar el modo sin esperar la tutela de líderes empresariales y membretes creados exprofeso.
Que venga el nuevo año. ¿Qué se anuncia una catástrofe? Ya veremos dijo un ciego. Al menos que no nos tome desprevenidos, sabemos a qué atenernos. El mando depende de nosotros si así lo decidimos en consenso. O levantamos la cabeza y les hacemos sentir la fuerza de una ciudadanía organizada, o seguirán haciendo con nosotros lo que les apetezca