Somos seres fronterizos como los lagartos y como los poetas, al decir de León Felipe. Definitivamente, no podemos renunciar ni a la españolidad ni a la mexicanidad.
Luis Rius
Esto nos atañe a todos, porque el extranjero no sólo es el otro, nosotros mismos lo fuimos o lo seremos, ayer o mañana, al albur de un destino incierto: cada uno de nosotros es un extranjero en potencia. […] Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización.
Tzvetan Todorov, Discurso Premio Príncipe de Asturias de ciencias sociales 2008
León Felipe, Max Aub, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Ramón J. Sender, María Zambrano, José Gaos, Luis Buñuel… Muchos escritores e intelectuales españoles afines a la República escogieron para su exilio forzado México. Sin duda uno de los motivos principales de esa elección fue, como muchos de ellos reconocían, la lengua. Afirmaba Pedro Salinas: “los que residimos en un país de lengua extraña somos dos veces desterrados”.
En efecto, si bien la mayoría no tenían un gran conocimiento previo de la cultura mexicana, instintivamente intuyeron que al vivir en un país donde podrían hacer uso habitual de su lengua materna, les resultaría más fácil conservar sus rasgos culturales propios y paliar el inevitable desarraigo. Porque no debemos olvidar que su exilio no fue voluntario, y muchos albergaban la esperanza de que la situación en España se revelase pasajera; de que los acontecimientos de la II Guerra Mundial alterasen la situación y el régimen franquista fuese derrocado.
Intentando mantener su identidad de grupo y sus ideales republicanos con vistas a reinstaurar un futuro democrático en España ‒algo que consideraban una obligación histórica al margen de los enfrentamientos entre las diversas ramas de la izquierda exiliada, porque en efecto el grupo era heterogéneo‒, los españoles se reúnen en las tertulias de los cafés y fundan revistas y editoriales en el exilio.
No obstante, los exiliados en México no permanecen en una burbuja. Durante su convivencia con la población local, absorben rasgos culturales y lingüísticos característicos de ella. Y viceversa: también el paso o la prolongada estancia de estos hombres y mujeres por tierras mexicanas deja una huella reconocible en algunos autores autóctonos posteriores que los conocieron en primera persona o se acercaron después con curiosidad a sus obras. Asistimos pues a un mestizaje vigoroso y fértil, como suele ser todo mestizaje.
Escribía el poeta Pedro Garfias durante su viaje hacia tierras mexicanas: “Pero eres tú, esta vez, quien nos conquista / y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!”. El primero en dejarse fascinar por el México contemporáneo había sido Valle-Inclán, quien quedó cautivado por la Revolución en sus varias visitas y sobre todo en 1921. Valle-Inclán intuyó en la Revolución mexicana un ejemplo para su propio país: “España no está aquí, está en América. En México está la esencia más pura de España”.
Como ya algunos de los exploradores llegados siglos antes, como los utopistas europeos que, tras la estela de fray Bartolomé de las Casas, encontraron en el Nuevo Mundo un hombre limpio de la corrupción en la que estaba sumida Europa, los españoles exiliados se dejaron conquistar por esa cultura tan próxima y a la vez tan increíblemente diversa. De hecho, por los años de su llegada, la tensión entre indigenistas e hispanistas había alcanzado un momento especialmente álgido –de la década de los cuarenta data el redescubrimiento de los restos de Cortés y el famoso mural de Diego Rivera que narra la historia del país en clave indigenista–, lo que seguramente sorprendió a los recién llegados y les sirvió para comprender cuán distinta era la idiosincrasia de su país de acogida. Y también, cuán poco la conocían.
Muchas veces se ha sostenido que quienes verdaderamente ganaron la Guerra Civil española fueron los mexicanos, pero la afirmación se me antoja simplista e injusta. Diría que tanto anfitriones como huéspedes se beneficiaron y enriquecieron mutuamente con ese intercambio. México pudo aprovechar el viento nuevo traído por hombres y mujeres de incuestionable talento y sólidos principios, mientras grandes intelectuales españoles encontraron un espacio tolerante que les estimulaba a desarrollar plenamente sus actividades profesionales. Aunque, obviamente, la herida del exilio siempre deja su huella en quien lo sufre y en su obra, por mucho que el exiliado se integre en la sociedad a la que llega.
La obra de algunos autores españoles exiliados influyó hondamente en escritores mexicanos posteriores como Carlos Fuentes o José Emilio Pacheco. Con total seguridad, mucho más de cuanto lo habría hecho de no haber compartido el mismo país. Precisamente en 2010 la Biblioteca de México albergó una muestra –con el precioso título Si me quieres escribir…autores del exilio– sobre la riqueza que a México aportó el paso por su suelo de esa generación de intelectuales huidos de España, y sobre el modo en que estos influyeron en el propio proceso de creación de la cultura mexicana.
De hecho a los exiliados españoles se les facilitó el ingreso en universidades y centros culturales, pues se valoró la aportación progresista que ofrecían en sus respectivas disciplinas: literaria, plástica, cinematográfica, filosófica, científica…
De alguna forma había sido ése un viaje de ida y vuelta. Una hospitalidad correspondida, toda vez que, en las primeras décadas del siglo XX, Madrid, cosmopolita caldo de cultivo para de la vida intelectual y los movimientos de vanguardia, muy activa cultural y políticamente, volcada en las tertulias de los míticos cafés, había acogido a su vez a intelectuales mexicanos que huían de las incertidumbres fruto de la Revolución de su país. Entre ellos destaca el poeta, narrador, ensayista y diplomático Alfonso Reyes Ochoa, que durante los diez años pasados en España vive un fecundo periodo de creación e investigación literaria. En 1939, ya de regreso en México, presidiría la Casa de España, una institución fundada principalmente por exiliados españoles.
Los semanarios españoles España y La Pluma, así como el Ateneo de Madrid, fueron también lugares de reunión para intelectuales mexicanos y peninsulares antes de la Guerra Civil. En Valencia, en 1937, tiene lugar el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que fue organizado por Rafael Alberti y Pablo Neruda. Asistieron los mexicanos José Mancisidor, Octavio Paz, Elena Garro, Carlos Pellicer, María Luisa Vera y otros artistas plásticos y músicos.
El caso concreto de Ramón J. Sender
Algunos exiliados españoles se quedaron en México y otros sólo pasaron algunos años allí. Es el caso de Ramón J. Sender, que llegó en 1939 y se trasladó a los Estados Unidos, donde desempeñó cargos en diversas universidades, en 1942. No obstante su estancia en el país resultó fructífera: allí publicó varias obras suyas con Ediciones Quetzal, que él mismo fundó y dirigió. Sender ofrece un claro ejemplo de cómo la cultura mexicana influyó en algunos de los españoles exiliados. En su caso, son en concreto las leyendas populares prehispánicas las que dejan huella en parte de su obra.
Ciertamente Sender, que vivió bastante aislado del resto de exiliados españoles, quedó fascinado por la naturaleza y las tradiciones de México. No obstante su aproximación a la cultura de la región y su especial atracción por los rasgos indígenas habían comenzado bastante antes de su llegada al país, durante su actividad periodística en Madrid ‒donde también fue secretario de la sección Iberoamericana del Ateneo‒, manifestándose en textos de temática mexicana diseminados por El Sol, Nueva España y La Libertad entre los años 1939 y 1942. Y también proseguirían tras su salida de México. Ya en Estados Unidos, Sender continuará ocupándose de la conquista española en obras como La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, publicada en 1964.
En 1940 Sender publica el drama Hernán Cortés y la famosa antología Mexicayotl (“Mexicanidad”), compuesta por nueve relatos alegóricos ‒una parte de los cuales reaparecerían dos décadas después en Novelas ejemplares de Cíbola‒: “Tototl” (“El valle”), “Xocopotl” (“El desierto”), “Manllotl” (“La montaña”), “Ecatl” (“El lago”), “Navalath” (“El volcán”), “El puma”, “El águila”, “Los peces” y “El buitre” (también citado como “El zopilote”). El propio título de la colección manifiesta la fascinación del autor hacia la cultura ancestral del país. Hernando Alvarado Tezozómoc, nieto de Motecuhzoma Xocoyotzin, había denominado su obra testimonial, en la que narra la fundación de la gran Tenochtitlan y los avatares aztecas, siguiendo el linaje mexica hasta varias generaciones posteriores a la usurpación de 1519, Crónica Mexicayotl. De hecho las narraciones de Sender, en las que advertimos escenarios de gestación o fundacionales y regustos épicos, entroncan con los mitos y leyendas de naturaleza etiológica.
No obstante en Mexicayotl, si bien mediante un lenguaje simbólico inspirado en la cultura precolombina, Sender aborda argumentos universales y perennes: la naturaleza de lo divino, el sentido de la muerte, la crueldad y la soledad… La reflexión sobre el enfrentamiento bélico y la violencia en general le obliga a afrontar dilemas morales relacionados con las carencias sociales y humanas. La respuesta de Sender se resume en la exaltación de los principios humanistas, de la dignidad y la libertad. Un mensaje central y repetido en sus obras. Un mensaje que a menudo se plasma mediante el elogio de la generosidad del mundo animal, que tanto contrasta con el egoísmo predominante entre el género humano. En “El águila”, un indio marginado por los hombres es alimentado, como una más de sus crías, por un águila. “El zopilote”, donde un viejo buitre hambriento se dispone a devorar el cadáver de un hombre asesinado, se desarrolla en un clima de guerra sugerida; porque, como el animal sabe, el hombre mata indiscriminadamente incluso a sus semejantes.
En 1942 llegaría la novela Epitalamio del prieto Trinidad, donde de nuevo se explora la brutalidad humana. En este caso, en el opresivo ambiente de un penal caribeño. Allí, una muchacha recién casada con el jefe de la prisión queda a merced del clima de violencia que el deseo desencadena entre los presidiarios sin escrúpulos ni principios, los mismos que acaban de matar a su marido. Los presos se dividen en facciones que se disputan el poder sobre la isla y a la viuda. La obra concluye que la violencia es inherente al hombre y constituye un fenómeno muchas veces inevitable. Pero, al tiempo, Sender, mediante la figura de la joven viuda y del maestro Darío y el cojo Rengo, que intentan ocultarla y sacarla de la isla, sostiene que la inocencia aún tiene cabida entre la humanidad, y supondrá la salvación de ésta.
La novela, por supuesto, exige una lectura en clave simbólica. En su argumento central ‒mediante el fantasma de Trinidad y la piel desollada e inflada por el viento‒ advertimos la huella del mito de Xipe Tótec (“Nuestro señor el desollado”), evocado mediante el rito azteca consistente en sacrificar víctimas humanas con cuyas pieles los sacerdotes se vestían para escenificar la resurrección del dios y promover así la renovación del ciclo vital y la abundancia de las cosechas. De esta forma Sender, ahondando en la violencia ritual, en la faceta sagrada de la violencia, pone de relieve una dimensión creativa de la misma que resulta ajena a la Europa contemporánea.
Se puede decir, en definitiva, que los rasgos mexicanos presentes en la obra de Sender se asocian a una búsqueda por parte del autor de sí mismo y del sentido de la existencia humana. Por lo que podemos considerar su periodo mexicano como una fase de transición y adaptación personal.
El caso concreto de Max Aub
Sin embargo el escritor español exiliado que más se preocupó de reflejar en su producción literaria aspectos propios de la cultura, el lenguaje y la sociedad de México fue sin duda Max Aub.
Max Aub, francés de nacimiento, pero de nacionalidad alemana ‒heredada de sus padres‒ y española ‒al afincarse la familia en Valencia‒, se exilia en México en 1942, tras haber permanecido internado en los campos franceses, y allí muere en 1972.
Si bien Aub llegó a México decidido a dejar testimonio de la tragedia vivida en España, es probablemente el escritor exiliado que más se familiarizaría con su nueva patria y que más y mejor la describiría en su obra. Aub tardó tan poco en introducirse en los círculos culturales mexicanos que incluso recibió el encargo, casi recién instalado en el país, de hacer documentales como México es así, La tierra es la patria y México hacia el futuro. El Fondo de Cultura Económica le pidió incluso que asesorase a Giselle Freund en un reportaje que estaba preparando sobre el México moderno.
Aunque siguió cultivando la amistad con otros exiliados españoles, al poco de su llegada a México Aub ya mantenía buenas relaciones con intelectuales mexicanos influyentes como Alfonso Reyes, Jesús Silva Herzog y Daniel Cosío Villegas. Y también con otros reputados escritores y pensadores mexicanos como, por ejemplo, Mariano Azuela, Celestino Gorostiza, Rodolfo Usigli, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, José Mancisidor, José Luis Martínez, Octavio G. Barreda, Mauricio Magdaleno, Carlos Fuentes, Elena Garro y Octavio Paz.
José Emilio Pacheco confirmaba: “La casa de Max Aub en Euclides fue el equivalente de la casa de Vicente Aleixandre en Madrid: el lugar en que podían conocerse y conversar españoles e hispanoamericanos, jóvenes y viejos, sonetistas y surrealistas. Su casa fue algo más que salón literario, café, tertulia. Fue el recinto de la amistad y la pasión por escribir sin esperar ninguna recompensa, no para obtener premios ni para vender muchos ejemplares”.
Seguramente antes de su llegad a México, Aub, debido a sus orígenes y a una consecuente educación cosmopolita que le dotó de una perspectiva esencialmente eurocéntrica, estaba menos familiarizado que otros exiliados españoles con la realidad latinoamericana ‒que, fruto de un cierto paternalismo imperante aún en la Península, el resto de españoles, salvo raras excepciones, conocían muy poco también‒. Sin embargo Ensayos mexicanos, libro póstumo compuesto por artículos y ensayos que se remontaban a 1942, es una clara muestra de su integración en la sociedad mexicana y también de su profundo conocimiento de la historia y cultura del país que llegaría a definir a como su “amor de madurez” (Max Aub, “Notas mexicanas”, manuscrito depositado en AFMAS, Caja 35/9). La fascinación por el paisaje mexicano, que a todas luces le conmueve, se hace patente en algunas de sus descripciones, de gran intensidad emotiva, como en el breve cuento “Amanecer en Cuernavaca”.
La gratitud de Aub por el refugio físico y espiritual que el país le había concedido fue siempre manifiesta. En enero de 1962, la Gaceta del Fondo de Cultura Económica recogía una nota, titulada “A los veinte años de Cuadernos Americanos”, en la que declaraba su agradecimiento a México, al estadista Cárdenas y al mentor cultural Jesús Silva Herzog: “Las patrias las hacen los individuos y la lengua que hablan. España le debe a México más de lo que México le debió a España. Si mañana la justicia se restablece allí, se deberá en gran parte a que México alentó a los que la injusticia arrojó aquí para dejar constancia de la verdad”.
Si bien la mayor parte de la obra de Aub se nutre de sus experiencias españolas, fue escrita mayoritariamente en México. En el prólogo a su Teatro mayor, aseguraba: “Las cárceles y los campos, contra lo que se puede suponer, me dieron espacio, si no para escribir, para pensar. Todo lo que sigue es obra de México”. Mientras en España había publicado nueve libros, en México alcanzó el centenar. De hecho se puede decir que la obra de Aub toma parte en el debate sobre la propia identidad mexicana y el carácter nacional. Aub contribuyó a enriquecer el ciclo narrativo relativo a la Revolución mexicana, una empresa en la que a su llegada al país varios escritores locales se encontraban inmersos.
Cuentos mexicanos (con pilón), El zopilote y otros cuentos mexicanos, Notas mexicanas y Crímenes ejemplaresforman parte del ciclo de obras ambientadas en México que reflexionan sobre el carácter del país. Los cuentos que componen El zopilote y otros cuentos mexicanos, así como otros cuentos de ambientación mexicana incluidos enCuentos mexicanos (con pilón), se pueden clasificar según reflejen la atmósfera decimonónica que antecede a la Revolución Mexicana, la fase armada de la Revolución o el periodo postrevolucionario. En general, sus relatos abordan la problemática social, histórica y política del México postrevolucionario mediante un enfoque realista, producto de la observación cotidiana y la copiosa lectura de la literatura mexicana. Después de todo, problemas como el latifundismo, la desigualdad social y el caciquismo que prevalecían en el medio rural mexicano, sin lugar a dudas, no resultaban precisamente ajenos a los escritores españoles exiliados; pues la propia República española había procurado combatirlos, y por tanto ellos debían ser especialmente sensibles a estos argumentos.
Toda vez que el autor gusta de reproducir el habla popular para conferir mayor expresividad y visos de realidad a su obra, Aub renueva, además, el lenguaje de su época mediante la alternancia del español peninsular y el hablado en México. Esa convivencia de lo español y lo mexicano se verifica también en los argumentos, en los que coexisten temas nacionales de actualidad y otros inspirados por la situación de la España franquista. De esta forma Aub acabó por internacionalizar al relato mexicano, que se hace más cosmopolita.
Por otro lado, sus cuentos sobre la presencia del exilio español en México ofrecen una fuente de información incomparable sobre las aportaciones culturales, económicas, intelectuales y artísticas de los republicanos a la sociedad en que se instalan. Así como sobre el modo en el cual ellos viven esa compleja experiencia del exilio. El paradigma lo constituye el relato “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco”, escrito hacia 1960, que manifiesta con especial agudeza satírica la ineficiencia política de los exiliados para desestabilizar la dictadura franquista, al tiempo que revela las diferentes sensibilidades de mexicanos y españoles. Ofrezco seguidamente un breve resumen. El camarero de un café de México en el cual se reúnen un grupo de exiliados españoles, hastiado de las recurrentes discusiones sobre el recuerdo de la Guerra Civil que turban la tranquilidad del local ‒pues los españoles, a diferencia de los mexicanos, siempre hablan a gritos‒, viendo que los exiliados no son hombres de acción, decide, en parte como muestra de solidaridad, acabar en primera persona con Franco, de tal forma que esos españoles puedan finalmente descansar. En efecto marcha a España presuntamente de vacaciones y asesina a Franco. No obstante, a su regreso, encuentra al grupo de exiliados enfrascados aún en las mismas discusiones.
Aub demuestra su pericia a la hora de interpretar y describir la sociedad mexicana en Crímenes ejemplares, donde se recogen los “Crímenes mexicanos”. Sin duda, estos hiperbreves ‒algunos más breves que “El dinosaurio” de Monterroso‒ de humor negro son herederos del clima violento reinante aún en el México pos revolucionario. Estas obras recrean el ámbito social, histórico y político del periodo gubernamental del ex presidente mexicano Miguel Alemán Valdés. Un gobierno que impulsó el desarrollo capitalista mediante una industrialización acelerada y feroz de la ciudad de México. Que provocó una emigración rural masiva, propició la colaboración con los Estados Unidos, defendió los privilegios del capital inversor e impuso el sometimiento del ejército, los sindicatos y los intelectuales a ese régimen presuntamente progresista. La creciente violencia y corrupción motivaron que Aub escribiese los “Crímenes mexicanos”, que retratan ‒sin duda recogiendo los postulados de Samuel Ramos (El perfil del hombre y la cultura en México) y Octavio Paz (El laberinto de la soledad) sobre el carácter mexicano‒ las contradicciones de la sociedad mexicana del momento.
Una sociedad dirigida por un gobierno de banqueros, comerciantes y latifundistas privilegiados que cada día realiza mayores concesiones al imperialismo y que se perpetúa en su posición mediante la violencia institucional. Así, con sus irónicos crímenes ‒que describen una urbe degradada, aquejada de aglomeraciones, de marginación social, neurosis, alienación y enajenación‒, Aub ofrece una parodia del asesinato arbitrario y deshumanizado, como los que determinados regímenes perpetran con el respaldo institucional: las guerras, la represión de los opositores…
Otros intelectuales y científicos
Buñuel, uno de los cineastas de mayor influencia en el cine latinoamericano del siglo XX y XXI, español de origen, se nacionalizó mexicano a los pocos años de haber llegado al país donde se quedó a vivir para siempre. Veinte de las treinta y dos películas dirigidas por él fueron realizadas en suelo mexicano, donde se pudo permitir reflexiones contra la hipócrita moral burguesa y la religión que en la España de Franco jamás hubiesen sobrevivido a la censura. En efecto la obra del aragonés, definido por Carlos Fuentes como el “gran destructor de conciencias tranquilas” –en Las buenas conciencias–, revoluciona el cine que hasta aquel momento se estaba haciendo en México y provoca que muchos otros, después, pasen a concebirlo como un instrumento de agitación social y denuncia. El mayor heredero de la tradición transgresora de Buñuel es, seguramente, Arturo Ripstein. Aunque también en directores más jóvenes como Alejandro González Iñárritu se puede advertir su influencia.
En México, tras pasar por Francia, se exilia también Ignacio Bolívar y Urrutia, el mismo cuya pasión alaba Antonio Machado en Juan de Mairena: “insigne Bolívar, cazando saltamontes a sus setenta años, con general asombro de las águilas, los buitres y los alcotanes de la cordillera carpetovetónica”. Bolívar fue el primer catedrático de Entomología de la Universidad española, el más importante entomólogo español, director del Museo de Ciencias Naturales de Madrid y del Jardín Botánico de Madrid, académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la Real Academia Española. Presidente, además, tras la muerte de Ramón Cajal, de la Junta para la Ampliación de Estudios, por lo que se le puede considerar uno de los padres del actual CSIC español. Socio de honor de las Entomológicas de Boston, Bélgica, Francia, Bohemia, Brasil, Estocolmo y Londres, de la Real Zoológica de Bélgica y de la Portuguesa de Ciencias Naturales de Lisboa, escribió más de trescientos libros y monografías y descubrió más de mil especies nuevas y unos doscientos géneros nuevos. A él se debe, en México, la creación de la Asociación de Profesores Universitarios Españoles en el Exilio y la revista Ciencia. En la capital de México falleció a finales de 1944, tras haber sido nombrado Doctor honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México. También su hijo Candido Bolívar, naturalista como su padre, se exilió en México junto con otros muchos científicos españoles prolíficos e ilustres.
Conclusiones
Pero México no sólo acogió a escritores, científicos y pensadores españoles. En el país encontraron refugio muchos rostros anónimos desplazados por el horror de la guerra y la posguerra. Entre ellos, muchos niños que fueron solidariamente recibidos en suelo mexicano, especialmente sensible ante el sufrimiento del pueblo español. Allí se educaron y rehicieron sus maltrechas vidas. La mayoría decidieron quedarse y allí fundaron sus familias.
Los más conocidos de los niños exiliados de la República son, seguramente, los denominados Niños de Morelia. Pues, si bien fueron varios los países que aceptaron acoger temporalmente a los niños republicanos ‒entre los cuales Francia, Inglaterra, Suiza y Bélgica‒, el México del Presidente Lázaro Cárdenas y la Unión Soviética, no manteniendo la neutralidad de otras naciones ante el conflicto, se implicaron decisivamente, tanto por el número de niños acogidos como por la defensa abierta de la legitimidad de la República Española ante el golpe militar. Luis I. Rodríguez, embajador mexicano en el régimen de Vichy, a la muerte de Manuel Azaña, y ante la prohibición por las autoridades francesas de que fuera enterrado con la bandera republicana española, decide envolver su féretro con la bandera mexicana. “Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio; para los republicanos, una esperanza y para ustedes, una dolorosa lección”, le diría al prefecto francés.
Y cuando el régimen franquista, en el marco de su propaganda sobre la recuperación de los niños españoles para la Patria, intentó todo tipo de artimañas ‒incluso la suplantación de sus familiares‒ para conseguir la repatriación a España de estos niños ‒que, por otro lado, encerraba en las sórdidas casas del Auxilio Social, donde se procuraba su “reeducación” en los sanos principios del Movimiento. Cuando no sufrían explotación laboral y más viles represalias‒, el presidente Cárdenas no cedió a las presiones ni calló en los engaños. Instalado en el gobierno el general Manuel Ávila Camacho, amenazó insistentemente con el reenvío de los niños españoles a su lugar de origen y suspendió el presupuesto de la escuela. Cuando la repatriación ya parecía inminente, cuentan los pequeños protagonistas de entonces que representantes sindicales y población local, padres mexicanos, hicieron turnos de guardia para evitarlo.
Sobre la dura experiencia de los menores exiliados en Morelia, víctimas de los ataques perpetrados por los aeroplanos franquistas, trata el relato de Max Aub “El zopilote”. Una de las virtudes del texto radica en preocuparse por reflejar, por primera vez, los efectos de la guerra y el exilio sobre la infancia. Algo a lo que los estudios prestarían atención sólo a las puertas del siglo XXI. Significativo resulta que los zopilotes, identificados por el huérfano que protagoniza la historia con los bombarderos, acaben por destrozarle el rostro mientras está inconsciente. Porque, en efecto, esa lucha fratricida arrebató su infancia a los niños y marcó de por vida sus existencias.
La llegada de los Niños de Morelia puede considerarse el comienzo del gran exilio español hacia México, que se convirtió en sede del gobierno republicano. De hecho México y Yugoslavia fueron las dos únicas naciones que no reconocieron el gobierno de Franco.
Una vez más, el Nuevo Mundo representaba esperanza de futuro y progreso para los españoles. Como lo había sido para aquellos que habían buscado mejor fortuna allí a lo largo de los quinientos años precedentes. Ahora se anhelaba no sólo un bienestar económico, sino sobre todo justicia y libertad. Y para quienes partieron entonces, ignorados por la suya de origen incluso después de la llegada de la democracia ‒como pone de manifiesto la sangrante anécdota referente al “Honorable” Jordi Pujol, por entonces presidente de la Generalitat de Catalunya, con la que Emeterio Payá Valera, uno de los Niños de Morelia, abre su obra para ilustrar el modo en que las administraciones eludían las demandas de una pensión digna como damnificados de guerra de estos niños, ya ancianos y considerados españoles “no contributivos”‒, México se convertiría en una nueva patria.
Muchos escritores e intelectuales españoles afines a la República escogieron para el exilio forzado México. De alguna forma ellos, que llegaron con la delicadeza de la pluma, como aves migratorias heridas y expulsadas por la crudeza del invierno que durante décadas había de oscurecer España, resarcieron las faltas de sus antepasados, aquéllos otros, tan diversos, que llegasen siglos atrás con la espada y la cruz, con la soberbia y la ambición, en busca de riquezas y mano de obra esclava.
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Semblanza:
Salomé Guadalupe Ingelmo. Formada en la Universidad Complutense de Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, Università degli Studi di Pisa, Universita della Sapienza di Roma y Pontificio Istituto Biblico de Roma, se doctora en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid. Miembro del Instituto para el Estudio del Oriente Próximo de la UAM, desde 2006 imparte cursos sobre lenguas y culturas mesopotámicas en dicha Universidad. Ha recibido premios literarios nacionales e internacionales de narrativa y dramaturgia. Entre ellos cabe mencionar sus dos galardones en el certamen “Paso del Estrecho” de la Fundación Cultura y Sociedad de Granada, los obtenidos en el V Certamen de Relato Corto Aljarafesa sobre el agua, el XVII Certamen de Relato Breve y Poesía “Mujerarte” de la Delegación de la Mujer de Lucena, el X Certamen Literario «Federico García Lorca» del Ayuntamiento de Parla, el I Premio Nacional de Relato Corto sobre Texto Científico de la Universidad de Murcia y el XIII Premio Internacional Julio Cortázar de Relato Breve 2010 de la Universidad de La Laguna.