Rafael Soler hace arte con el hablar de diario, con el vivir cotidiano, es la suya una literatura rotunda, una literatura cruda, una literatura descarada que va de cara, nada esconde este escritor andante.
«Que hay lluvia, pues la pintas de rosa. Que aparece una escayola como la que le pusimos a Carlitos, pues de rosa. Que te levantas y lo ves todo gris, pues rosa al canto».
La pistola de mi padre es una novela desesperada, todas sus voces huyen hacia delante, lo real es realmente terrorífico cuando nos lo cuenta este autor que grita en voz baja y desde dentro.
«En nuestra primera época en el Madrid de los madriles, El Jefe se aficionó al coñac. Una bebida recia, de sobremesa con tabaco, en copa baja y la botella cerca, porque la conversación pide reposo y la segunda es una atención de la casa».
Los personajes están vivos, se dejan sentir, queda el lector entre ellos, entre sus sueños y amarguras, si la Literatura ha de ser extrema, ahí estamos, si la Literatura debe conmover, ahí seguimos estando.
«De trago en trago recobrando la estima que perdió por ir con malas compañías, dice el poema, y quizá estas bambalinas se refieran al editor aquel, y me la juego, que prometió en vano un premio de cuantía, preséntate, tu libro es bueno, y esta la manera».
La técnica es feroz, escribir con lo que te corroe, el oficio es amargo, hay que sacarlo todo, no hay tregua para el artista que crea porque no puede dejar de hacerlo, o saco los demonios o mejor me callo.
«Mala compañía aquella para un poeta que vendió sin fortuna su alma primera de cántaro primero, porque nada peor que perder con tu dignidad la estima, tan necesaria en un escritor que empieza, comprobarás por las bases del premio que publico yo, camino hecho y hay cola».
Me he reído. En toda tragedia hay momentos para la risa. Tiene Rafael Soler sentido del humor y sentido del tino, apunta y acierta, y se desdobla magistralmente, como si todos los zapatos fueran de su talla.
«Todos cometemos errores, todos perdemos deseando ganar, pero no a cualquier precio, la dignidad, la dignidad, anda chúpamela, y ya veremos qué hago contigo, bribonzuelo».
Tiene también una sensibilidad sorprendente, no solo se mete en los zapatos de los demás, sino que lo hace guardando las distancias, metiéndose sin meterse, implicándose desde fuera.
«El triunfo, alma de cántaro, es ser cantado y contado por los tuyos, tropa de cercanos, escalafón de afines, cinco como mucho y dónde están, a qué esperas, cuéntanos qué te pasó con Esperanza».
La pistola de mi padre es una ficción que deviene realidad.
Rafael Soler se ha vaciado.
Obligada.