Esto era una página en blanco. Ahora ya no. Ahora es una página en blanco y negro. Ahora es una página que dice algo. Te habla de un narrador. Te habla de una página. Te habla ―supones― del proceso de escribir.
Los escritores son adictos, necesitan escribir, no lo hacen pensando en la fama, la verdad es que la fama les aterra, incluso preferirían no firmar sus obras, pero el mercado no acepta autores anónimos.
El mercado vive de la firma, de un nombre que vende, si no hay famoso, no hay dinero, la gente no compra libros, la gente compra un producto con marca, y si a ese mismo producto le quitas la marca, ya no se vende.
Por supuesto, la Literatura ganaría con el anonimato. Las autoras ―hablemos ahora por boca de ellas― ya se entregan en sus obras
[ella abrió los ojos y se le vio todo]
y conocerlas no es pertinente, qué te van a decir, lo que te querían decir, ya lo han escrito, lo que tenían dentro, ya lo han sacado.
Escribir para ti sin que sepas quién soy, ese es el sueño del auténtico escritor, y luego, claro, está el otro, el que busca en la Literatura todo aquello que no tiene ninguna relación con la Literatura.
En la Literatura cuenta cada detalle de lo que se cuenta. Bolaño, por ejemplo, en Una aventura literaria, relato narrado en tercera persona, da sentido al conveniente inconveniente de no utilizar rayas ni comillas para acotar pensamientos y diálogos cuando nos dice:
«Miente como una niña mimada y sabe de antemano que yo perdonaré sus mentiras».
¿Cómo saber si esta frase la piensa B o el propio Roberto? Una genialidad que me sabe a sonrisa, la sonrisa de quien en sus escritos deja un mensaje post mortem sutilísimo, un hola, sigo aquí en busca de cómplices.
Me he quedado pensativo. He de releer ese cuento. Aunque no me sorprende que uno de los personajes se llame B, quiero ver si el otro se llama A. Releer es ―quizá― lo que menos hacemos y lo que más deberíamos hacer.
Quien me lea regularmente, pensará que la Literatura es sagrada para mí. Nada de eso. Nada material es sagrado para mí. Y nada ―salvo la actitud― es trascendental. Ahora estoy pensando en Daniele Del Giudice, que dijo eso de que «Escribir no es importante, pero no se puede hacer otra cosa».
Haciendo memoria, recuerdo las palabras de Bobi Bazlen: «Yo creo que ya no se pueden escribir libros» y también las de Enrique Vila-Matas: «La vanidad y la fama son ridículas».
Si empiezo a citar, no paro: «Escribir es siempre inmoral, y más cuando se hace entre temblores amarillos o muy diversos, que es la realidad literaria diaria de Diego Medrano y la mía propia», decía Leopoldo María Panero en el prólogo de Dejemos el pesimismo para tiempos mejores.
Vaya libro. Para leerlo y leerlo y volverlo a leer. «Era una pintora pelirroja, delgadísima, extraña». Imagínate a un Medrano anónimo, misterioso, solo visible a través de su literatura: «El hogar, helado y cercano, después de ese punto en que todo es puro esfuerzo y total repetición».