Últimas tardes con Teresa es una novela larga que no se acaba nunca, ni siquiera cuando finalmente acaba, pues ya su atmósfera ha abducido al lector, que se quedará pensando en la historia, viviéndola, saboreando la magia de la literatura.
«Teresa volvió a sentarse como antes, con las piernas cruzadas, una sandalia colgando de su pie, los ojos vaporosos clavados en su amigo. Se hizo un silencio molesto. Oían gotear el tiempo, los segundos, como gotas de agua en un grifo mal cerrado».
El narrador es Juan Marsé, al que he sentido más humano que omnisciente, como si a veces contara las cosas de memoria, que es como se deben contar para que parezcan naturales, sobre todo si el estilo del autor es culto.
«Cambio de tema: todavía arrastraron desganadamente algunas opiniones sobre sus últimas lecturas: Teresa estaba entusiasmada con una novela de Juan Goytisolo, Duelo en el paraíso («Te lo prestaré, luego me lo recuerdas… Está en mi mesilla de noche»), y Luis habló de Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero».
Sobre todo si el estilo del autor es culto porque un narrar erudito puede resultar cargante, impostado, pretencioso, la vida, más que pensarse, se vive, y la Literatura, más que pensarse, se siente.
«Ella se sirvió otra ginebra. Ahora Luis divagaba sobre los problemas sexuales de la juventud española (un nuevo error, gravísimo esta vez) y había adelantado de nuevo el cuerpo, acompañando sus palabras con amplios gestos, la cabeza hundida sobre el pecho, como si sufriera el peso de las estrellas».
Acierta Marsé cuando nos cuenta primero lo que viene después para después contarnos lo que primero ocurrió, y acierta también cuando dilata las escenas dejándonos a la espera del desenlace.
«Volvieron a discutir. Sus ojos parecían llamarse mutuamente, pero sus bocas seguían empeñadas en hablar y hablar de cosas que se sabían de memoria. Teresa llegó a tener la impresión, quizá por efecto del alcohol, de que otras personas se habían encarnado en ellos y se habían adueñado de su voluntad».
Acierta cuando nos cuenta primero lo que viene después porque de esa forma el lector tiene todos los datos y puede analizar con más detenimiento tanto lo que vino primero como el después ya leído.
«Comprendió que nunca escaparían de esta especie de callejón sin salida a no ser que uno de los dos hiciera algo enseguida: por ejemplo, habría bastado que él cogiera su mano al pasarle la botella, o que se le ocurriera ponerle la sandalia que ella había dejado caer de su pie, cualquier cosa que implicara proximidad física».
Acierta cuando dilata las escenas porque consigue con ello que el lector se sumerja plenamente en el dilema de los protagonistas, la vida suele transcurrir con lentitud y la novela consigue reflejarlo.
«Pero como él no parecía dispuesto a dar el primer paso, se decidió a darlo ella, ya enternecida con sus propios pensamientos, lamentando haber sido, quizá, un poco dura con el chico, que era tímido, como todos los héroes, y necesitaba ayuda en esta clase de batallas. Se levantó, sonriendo, y le quitó a Luis la botella de las manos».