Sara Mesa es, entre otras cosas, la reina de los incisos ―de esas expresiones que se intercalan en otras para explicar algo pertinente―, sonrío cada vez que me encuentro con uno, ¡qué bien los maneja, qué arte!, leerla es saborear, y nunca ―al menos en los cuatro libros que de ella he leído― te mete prisa.
También se luce nuestra escritora con los momentos ―y al escribirlo pienso en la tercera acepción: oportunidad, ocasión propicia―, pues sabe cuándo y cómo ha de descubrir lo que estaba oculto, mucho talento hay que tener para no meterle prisa al lector ―para no prometerle nada, para conseguir que solo le interese el presente de la historia― y nuestra autora demuestra en cada novela que va sobrada de ellos ―de talentos.
Encuentra Sara Mesa el tono exacto, el ritmo perfecto, la atmósfera que cada obra requiere, encuentra también la sencillez de lo genuino ―no contemplo impostura de ningún tipo, no hay artificiosidad―, fluyen sus historias con esa naturalidad que solo los elegidos son capaces de plasmar.
Observo, además, una progresión, no se estanca, va evolucionando para gozo de sus lectores, su literatura abre huecos en la mediocridad circundante, ya hablé del desierto literario, compuesto por miles de libros prescindibles, y repito hoy que Sara Mesa es mi oasis particular ―con sus palmeras y todo―, un oasis al que suelo llegar después de tragar arena y achicharrarme, después de dejar siete u ocho libros entre las dunas.
Hablamos de una autora que lo tiene todo, ingenio, originalidad, visión, hablamos de una autora que escribe con las entrañas entre los dedos, hablamos de una autora cuya técnica es impecable, hablamos ―en fin― de una autora con personalidad, con estilo, con voz, hablamos ―y no me cansaré de repetirlo― de una autora que escribe como nadie en vez de escribir como todos.
«Quién era ese hombre, eso no podía decirlo. Lo único que podía decir es quién había sido para ella, pero esa parte del Viejo era suya en exclusiva, no podía compartirla con nadie aunque quisiera. Lo demás, lo que ellos querían en realidad saber ―nombre completo, dni, domicilio, antecedentes familiares, historial médico, antecedentes penales…―, tampoco lo sabía, porque nunca había tenido verdadera curiosidad por saberlo: esa era la diferencia entre ellos, entre los que preguntaban ―insistentes, tenaces, con la violencia escondida en el tono apaciguador con que los adultos hablan a los niños― y ella, la interrogada».
Los que leemos más el cómo que el qué sabemos bien cuánto qué sin cómo hay en el mundillo literario, y, la verdad, ya se han contado todas las historias ―todos los qués―, ya no nos interesa el típico encadenamiento de hechos más o menos afortunado que no conduce a ningún sitio, pues para nosotros ―los del cómo― de lo que se trata es de encontrar precisamente una voz personal y a ser posible inimitable.
Cara de pan.
Sara Mesa.
El cómo.