En 2022 estuve a punto de formar parte de las estadísticas de relaciones transfronterizas. En ese entonces, aún chateaba constantemente con Javier. Para ser exes, y en teoría sólo amigos, claramente ambos sabíamos que esas conversaciones no se leían como la de dos personas con una relación meramente amistosa.
De repente, Javier anunciaba que se iría al otro lado a trabajar. Ilegalmente, pensé. A pizcar, seguramente. “No, adivina”. Un documental visto este año me hizo conocer un proceso que nunca creí sería tan cercano y ahora tan lejano también.
“A Thousand Pines” se estrenó en 2023, como un retrato íntimo de trabajadores oaxaqueños, con Raymundo Morales a la cabeza, que cada fin de otoño emprende un viaje a los Estados Unidos con visa temporal de trabajo y un sólo objetivo: reforestar los bosques estadounidenses a cambio de dólares que puedan enviar a sus familias en México. Las famosas remesas que tanto impactan en la economía nacional, pero que para cada individuo representa una mejor vida para sus seres queridos, a pesar de las implicaciones de separarse durante casi nueve meses.
Este documental fue parte de la programación del San Diego Latino Film Festival de este año, al cual pude asistir algunos días y disfrutar de varias funciones, entre ellas ésta, que en primer lugar me había llamado la atención porque creí que iría en torno al mundo de la pizca, y que aparte el director, Sebastián Díaz, es tijuanense; pero lo que más me quedó fue el ritmo de una rutina migrante de incontables hombres.
Es diciembre y Raymundo y sus compañeros van preparando el equipaje que se llevarán (mínimo, claro), así como alimentos y productos que requerirán (para minimizar costos en el gabacho); parten en camión hasta la frontera (ya no recuerdo si en Nuevo León o Chihuahua) donde ya los está esperando la encargada de la empresa gringa mediante la cual solicitan la famosa visa temporal H2B; tramitada la visa, es hora de montarse ahora en camionetas y cruzar la frontera al primer destino.
Llegan a buscar alojamiento a un motel/hotel: cuatro por habitación (mínimo). Se instalan. En la mañana hay que madrugar. Raymundo explica ante la cámara -y ante los nuevos- el proceso: sacar todos los ramos de pinos de tu caja plástica, comenzar a cargar los más posibles en tu morral y es hora de plantarlos; pero cuidado, que hay que ir revisando el terreno para que los retoños estén seguros, y con la distancia adecuada, para que luego no lleguen los jefes gringos a quejarse. El objetivo diario: mil pinos, mínimo, aunque la mayoría planta alrededor de tres mil (y los expertos, de cuatro a cinco mil); pues a más cajas, más dólares en el cheque quincenal.
La sección de preguntas y respuestas al terminar la función, fue de la mano de Sebastián, quien explicó que en realidad el proyecto surgió de la tesis de doctorado de Noam Osband, quien pasó prácticamente dos años acompañando a estos trabajadores de Tlaxiaco.
Terminan el trabajo en una ciudad. Desalojan el motel. Llegan al nuevo destino. Repiten el proceso de lunes a sábado. Si hay tiempo, hablan por celular con su madre, esposa, pareja, hijos, parientes. “Te extraño”. Los domingos son para lavar, adquirir provisiones, ir a cambiar los cheques y de una vez ir comprando esos obsequios acumulados para la familia: ropa, juguetes, algún electrodoméstico; y seguir enviando dólares, claro, que es lo más vital para mantener a los que les esperan en casa.
Cuando resultó que no estaba en California y adiviné que estaba en Oregon, sinceramente seguí sin entender el proceso de vivienda o de labores. Javier me explicaba sobre que compartía habitación con otros, y que en realidad era un trabajo muy repetitivo, y a veces cansado. Chateábamos en las noches; una que otra vez hablamos por teléfono cuando estaba solo. Me enviaba una que otra foto de las bolsitas de pino. Según recuerdo, él no andaba plantando pinos, sino en el proceso previo (creo); y no, tampoco con la famosa visa, por eso su proceso en realidad fue de idas y venidas cada tantas semanas (varias veces en poco tiempo, igual a diferentes ubicaciones).
La última ocasión en que se fue, habían pasado algunos días de que habláramos sobre nosotros, sobre ese “algo” aún latente a casi dos años de haber roto y a seis años de comenzar a sentir algo. Una noche me dice que deberíamos de iniciar nuevamente la relación. Le digo que no.
Me parecía apresurado y poco alentador reiniciar en la virtualidad, cuando estaba a pocas semanas de volver a Tijuana. Antes de esa conversación, me había pedido que adivinara cuándo volvía; no lo supe, y en su lugar me dijo que aparecería de repente en mi casa, cuando menos lo pensara. Claramente eso nunca pasó.
La historia de los hombres transfronterizos puede ser tan simple como iniciar solteros, y veinte años después seguir con esta clase de trabajos, ahora con una familia a su espera; o irse bifurcando, como la de aquellos que se van en visados y se quedan en los Estados Unidos para siempre; o la de alguien que se fue unas temporadas para volver a su ciudad, en caminos alejados del billete verde.
En el entonces posterior, tuve la oportunidad de recibir un libro de un amigo escritor de San Luis Potosí, en el cual compiló cuentos sobre el imaginario migrante de los trabajadores de remesas (él también llegó a trabajar en el otro lado, pero en Carolina del Sur’). Ahora pienso en esos cuentos, en Javier y en este documental, y aunque el mundo transfronterizo continúa siendo uno extraño para mí, resulta que no es tan desconocido como pensé, y el panorama se va bifurcando como las raíces de esos famosos pinos.