Cabe pensar que sólo quienes no aman dejan de creer en el amor, sin que eso los lleve a una vida solitaria: muchas relaciones de pareja tienen bases distintas que el sentimiento de compartir la vida con otra persona. Conveniencia, obligación, deseo de tener descendencia. Todo debidamente reglamentado, implícita o explícitamente, como en un contrato prenupcial. También pierden la fe en este sentimiento quienes han amado sin encontrar dicha en hacerlo. Muchas veces porque se esperaba otra cosa, no importa qué, simplemente algo falló y la relación termina de un modo o de otro. Mejor si pueden quedar como amigos. Si no y falta sanar, se recomiendan grandes dosis de distancia y silencio: más vale solo…
También cabe pensar en positivo y decir con Miguel Hernández que “sólo quien ama vuela”. Aunque después él mismo se pregunta: “Amar… Pero ¿quién ama? Volar… Pero ¿quién vuela?”. Ahora sabemos que el pastor de Orihuela lo hizo al superar su origen rural para convertirse en uno de los poetas más interesantes de nuestra lengua. Su “vuelo”, título del poema de donde salen los versos citados, tiene alas en el amor. Como toda su obra.
Ese aleteo ha alcanzado a muchos, como a Gustavo Adolfo Bécquer, quien en su célebre Rima X dice oír “flotando en olas de armonía/ rumor de besos y batir de alas”. Y en esa atmósfera donde “el cielo se deshace en rayos de oro/ [y] la tierra se estremece alborozada”, el sevillano inquiere: “¿Es el amor que pasa?” Seguramente, llevándose a lo alto nuestra condición pedestre para darnos la vida volátil, por aérea, inestable y mudable, de los amantes. Y ya en lares becquerianos acude al encuentro la Rima XXI, en la que se identifica la poesía con la mujer: “Poesía… eres tú”, cuyo antecedente se halla en la primera de las cuatro Cartas literarias a una mujer, publicadas entre finales de 1860 y principios de 1861 en el periódico madrileño El Contemporáneo, en las que plantea la identidad entre el amor y la poesía.
Hay pues claros vínculos que las afinidades entre las naturalezas del vuelo, el amor y la poesía permiten construir; en ese territorio compartido se producen expresiones en las que no se puede separar lo amoroso de lo poético. Y aunque la ingravidez define los contornos del feliz mestizaje, puede decirse que lo dicho tiene bases sólidas, con los pies firmemente puestos en la tierra.
Un año pensando en ti (edición del autor, 2023), de Jesús Morones, constituye una de tales expresiones. De otro modo, aquel “rumor de besos y batir de alas” nunca se hubiera podido transmutar en escritura, ni ésta en un libro que ya circula impreso y en edición digital. El resultado de este vuelo singular contiene rasgos de la escritura literaria convencional y del arte conceptual, combinados con una voluntad de forma propia del verdadero artista, que le permite manejar el material de su obra con determinadas intenciones.
De la escritura convencional el autor toma el recurso del género epistolar como el que mejor sirve a sus propósitos. Las misivas, dirigidas a la mujer amada, están escritas en un lenguaje sencillo y directo. Se utilizan imágenes literarias que el lector comprende de inmediato, en una sintaxis construida a base de puntos suspensivos, que dan a los textos el tono íntimo de los amantes que sobreentienden lo que por tanto no hace falta decir. O la intención vacilante de quien se pregunta si sus palabras alcanzarán la temperatura emotiva de su corriente interna.
Por otro lado, la obra está concebida como la representación de un año, con cuatro partes que corresponden a las estaciones. A su vez, cada sección contiene alrededor de 90 misivas, que en conjunto suman el número de días en el ciclo anual. Y las misivas tienen una extensión similar, así como los días tienen la misma duración, sin otra diferencia entre unas y otras que las horas de luz diurna, según la época. Además del número consecutivo que las identifica.
En el aspecto conceptual, el trabajo de la diseñadora gráfica Christina Márquez Felguérez contribuye de manera importante, representando la temporalidad mediante viñetas. Al pasar las páginas, se produce la ilusión de movimiento de elementos naturales como vegetación, aves, el sol o copos de nieve para distinguir las estaciones. “Te extraño”, “Te quiero”, “Te amo” y “Te deseo”, títulos de cada sección, corresponden a primavera, verano, otoño e invierno, respectivamente. No obstante, las misivas conservan su atemporalidad; se pueden leer sin relacionarlas con un tiempo específico, sino como parte del gozoso misterio del amor.
Quienes aman encontrarán en estas páginas el impulso para emprender su propio vuelo, remontando la soledad en alas de “unos puntos suspensivos que han aprendido a poseerte de una y mil maneras porque al leerlos tú me posees a mí…”.