Reporte I
Contrariamente a lo que las imágenes de otros mundos pudieran sugerir, el mundo sin Leda no es árido y carente de vida. Por el contrario, está lleno de movimiento. Todo aquí se asemeja al mundo con Leda: el sol resplandece, la gente camina en las calles, los niños juegan en los parques… Sin embargo, basta un examen más minucioso para advertir que hay algo extraño. ¿Por qué sólo yo alcanzo a reparar que las casas, los edificios, son parte de una escenografía? ¿Por qué nadie alcanza a percibir que en todos lados hay un ligero declive que de forma casi imperceptible te obliga a caminar en círculos cada vez más cerrados, y que tarde o temprano te va conduciendo a la trampa de una gigantesca e insaciable araña que se oculta bajo tierra, en el centro de este mundo y la cual, de tanto en tanto, saca vertiginosamente sus patas arrastrando a sus víctimas? ¿Qué pasará cuando ese monstruo devore todo este mundo? ¿Invadirá el mundo con Leda? ¿En realidad comenzó engullendo a éste?
Reporte II
Paso ante un espejo y quedo impactado. Me llevo las manos a la cara sin ser capaz de reconocerme. Soy un monstruo. No había percibido que me he convertido en un ser mitológico: mitad pasado, mitad presente. Me avergüenza mi aspecto y trato de ocultarme en el interior de un fortín antiquísimo que encuentro, y donde toco desesperado a su enorme puerta de madera. Escucho pasos, y por una rendija se asoman los ojos torvos de un hombrecillo. “Contraseña”, demanda con voz seca y aguda. Sin pensarlo, pronuncio un número (cualquier número, quizá es uno que he soñado): 5608. “Usted no pasa”, dictamina el guardián mientras cierra la rendija, sin llegar a aclarar si su decisión se debe a que es un número incorrecto o sencillamente porque le causa repulsión mi aspecto. Me apoyo rendido en la puerta. No podría explicarlo, pero sé que sólo ese fortín podría haber sido mi refugio, y que ningún otro lugar podrá llegar a ocultar mi aspecto. No quiero voltear y ver a la gente que pasa y comienza a congregarse a mi alrededor; gente que me observa sonriendo, o que me señala con reprobación. Me siento desnudo. Ahora entiendo porqué me siento desnudo en este mundo.
Reporte III
Increíblemente en el mundo sin Leda la gente muere, los objetos se destruyen, los amores terminan. Algo debe haber en el aire, o dentro de los seres que los lleva a un final fatal. La finitud es tan recurrente que se ha convertido en algo normal para sus habitantes. Por mi parte, desde que llegué siento un vacío en el estómago. Los recuerdos, las fotografías de Leda me hacen llorar en el momento más inoportuno. Hay una canción que no había percibido y que al bajar la mirada noto está escapando de mi cuerpo como un vapor ladrón.
I can hear it callin’ me
I said don’t you hear it callin’ me this way it used to do?
Apenas reparo que Leda no existe, que quizá nunca existió. Sin duda, al haber sido arrojado aquí, me he contaminado. Ya no podría regresar al mundo con Leda, a riesgo de romperlo y hacerlo finito.
Reporte IV
Debido a la similitud entre ambos mundos, debo verificar, de algún modo, que se trata de un mundo sin Leda. Pregunto a la gente por ella, grito con fuerza su nombre. Coloco trampas de libros en donde podría quedar atrapada. Acudo a los lugares que le agradan; sin resultado. Sí, al parecer es un mundo sin Leda. Sin embargo, requiero tiempo para constatarlo fehacientemente. Pasan los años y no llego a encontrarla. Convencido, me decido a volver al mundo con Leda a fin de compartir mis hallazgos. De pronto palpo mi cintura; noto asustado que al ingresar a este mundo olvidé atarme la cuerda que me llevaría de regreso. Intentando apelar a mi memoria, trato de volver. Pruebo caminos, sendas, calles. Es inútil. Quizá nunca hubo un mundo con Leda. Además, a cada pisada, me desmorono en pedazos y nadie puede evitarlo. Si hubo un momento en que mis amigos me apoyaron, ya no están; los he aburrido con mi llanto. Ni siquiera recuerdo porqué estoy aquí. Intento pronunciar una palabra, el nombre de alguien que buscaba con desesperación, y nunca he de concluirlo pues desapareceré antes de lograrlo.
Alejandro Rosen (Ciudad de México, 1972). Licenciado en Comunicación, maestro en Comunicación y Política, y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha publicado en diversas revistas electrónicas y en los periódicos Excélsior, La Jornada, y El Financiero.