Llego a Los días frágiles de Carlos Pujol después de abandonar varios libros en las primeras páginas. Llego, pues, con la desesperación del lector desencantado que ya se teme lo peor, o sea, tener que tastar una vez más la mediocridad, o sea, tener que cerrar en la tercera página otro libro de diecitantos euros.
«Me estaba mirando con un poco de zumba, pero creo que afectuosamente, con la superioridad moral que tienen siempre los que ven comer a otro cuando ya han comido».
Carlos Pujol escribe con chispa, su prosa entra sin hacer daño y se arriesga lo justo. En medio de la historia hay un pequeño desierto, pero se puede atravesar sin cantimplora.
«Y unos minutos después su madre nos sorprendió en silencio, igual que dos enamorados que callan estando juntos porque tienen demasiadas cosas que decirse».
La historia no solo es interesante sino que termina siendo entrañable. Probablemente es ficción, pero está tan bien escrita que me lo creo todo. Probablemente es ficción, pero seguro que la realidad no anda lejos.
«Un par de individuos que no tenían cara de ser entusiastas de la lectura estaban eligiendo libros bien encuadernados y con ilustraciones, sin duda para venderlos, pero lo dejaron todo cuando oyeron hablar de dinero contante y sonante por cargar con un bulto».
Hay que destacar el talento del autor a la hora de perfilar personajes. Con una frase crea un secundario y con tres, un protagonista de esos que no se olvidan.
«La espera se alargaba, y las dueñas del piso parecían cada vez más recelosas, como si temieran estar encubriendo algún propósito inmoral y el hecho de que su realquilada tardase tanto en salir del cuarto fuese significativo e inquietante».
También el tema es interesante, París en las horas previas a la entrada de los nazis, un hecho real que con el paso del tiempo parece cada vez más irreal.
«Tía Henriette, con una redecilla en el pelo y enfundada en su quimono rosa, lloraba silenciosamente, sujetándose con ayuda de una servilleta los bistecs crudos que se había aplicado a la cara. Como de costumbre, hacía varias cosas a la vez, hablaba de otra que le importaba muy poco y no dejaba de pensar en algo que prefería no decir».
Carlos Pujol sigue con nosotros a través de una novela viva por la que no pasa el tiempo, una novela que se publicó hace veinte años para trasladarnos a un escenario insólito.
«―Maxime, las cosas extrañas no se pueden explicar, ya no serían extrañas, ¿me entiendes?».