Cuando un hombre santo, intuyendo que se acerca el final de su vida, decide regresar a su Italia natal, las autoridades, ante el miedo a perder la principal fuente de ingresos de la región, encargan su asesinato para conservar su cuerpo como sagrada reliquia.
Naturalmente, el santo escapa, pero es hecho esclavo. Y, aunque viejo, se recorre media África, intimando con todo tipo de reyezuelos, príncipes y gobernantes. Incluso consigue enamorar a la reina Poliana. Y no solo enamorarla, también satisfacerla, el anciano que se iba a Italia a morir es ahora un semental multilingüe.
Para completar la historia, el asesino que no pudo asesinarle le ha seguido y se hacen amigos porque ahora es un asesino arrepentido que, gracias a él, ha entendido que no vale la pena matar a nadie porque todos nos vamos a morir.
«La vagina de Poliana era tanto parte del sexo como del amor, eso el santo lo sentía en todo el cuerpo cuando la penetraba. Era un canal estrecho, como si hubiera sufrido muy pocas intrusiones, y éstas furtivas, sin una verdadera consciencia del volumen. Pero se abría a su embate como lo habría hecho una flor en los estadios sucesivos de su desarrollo, pétalo tras pétalo, con rocíos giratorios».
Dice Constantino Bértolo en La cena de los notables que «Contra lo que generalmente se piensa, la crítica no es una instancia mediadora entre el escritor y los lectores. Ese papel corresponde a los editores, cuyo trabajo consiste en proponer a la comunidad o mercado aquellas lecturas que en su opinión ―criterio editorial― puedan satisfacer sus necesidades. El crítico analiza y valora esas propuestas y, por tanto, su trabajo le sitúa entre la edición y los lectores. La práctica es engañosa y tiende a hacernos pensar que los críticos hablan de escritores, cuando en realidad están hablando de propuestas editoriales. Esta reflexión debería aliviar algunos tradicionales resquemores que agitan de cuando en cuando las, en general, autosatisfechas aguas literarias. Sería bueno que los escritores entendiesen que la crítica no tiene como objeto sus obras en cuanto pertenecientes a su privacidad sino, y sólo, en tanto pasan por la decisión editorial de hacerlas públicas».
El santo es una novela ilógica, irrazonable, inconsecuente. Nos cuenta demasiadas cosas para ―finalmente― no contarnos nada. Además nos lo cuenta con un estilo sin estilo. El argumento no se sostiene y la trama es aburrida.
Una novela pueril publicada con todos los honores.
A César Aira le sobra y basta con su firma.
Cosas de lo editorial.