Empecé Montevideo con ilusión, ¿qué me contará esta vez mi amigo Enrique?, y la he acabado sufriendo. Pierde el autor en este libro su fino humor, la sutil ironía y toda su magia.
«De hecho, Moore escribe como si no hubiera sido ella tocada por los debates sobre la narración en primera persona, la autoficción (que no existe, porque todo es autoficcional, ya que lo que se escribe siempre viene de uno mismo; hasta la Biblia es autoficción, porque empieza con alguien creando algo), la autorrepresentación, la no ficción, que tampoco existe porque cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que desde el instante en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo».
Por supuesto, la novela está escrita con su estilo de siempre, su prosa sigue siendo única y perfecta en el aspecto puramente sintáctico, pero en el otro, en el aspecto literario, nos encontramos con un texto casi vacío.
«Tanto ella como yo hemos valorado siempre mucho que para ciertos escritores el esmero en el trabajo sea nuestra única convicción moral».
Por supuesto, la novela tiene sus momentos, y podría haber sido una gran novela, solo había que quitarle dos tercios, o sea, dejarla en cien páginas, dejarla, sí, en novela corta, y seguro que hubiera sido una gran novela corta.
«Pensaba a veces que mi vida en los últimos meses, desde que “París” me había dejado inactivo, tampoco había estado tan mal: me había acostumbrado a vivir en días siempre iguales, sin escritura, en días que podían ser todo lo maravillosos que uno quisiera, porque, si lo pensaba bien, se parecían mucho a finales tranquilos de novelas sin importancia».
Por supuesto, la culpa siempre es del editor. Supongo que a Vila-Matas no le han rechazado un texto jamás. Y eso acaba pasándote factura. De Enrique he leído diez obras y reseñado cinco. Y hasta ahora nunca me había decepcionado.
«Pensé en revelarle, sin que yo mismo lo supiera con precisión, el porqué de aquella atracción. Pero como no conocía exactamente ese porqué, preferí trasladar la conversación a otros parajes más sencillos en lugar de complicarme la vida reflexionando sobre la dificultad que tenemos de explicar lo que, por su misterio extremo, nadie jamás ha sabido explicar bien».
Montevideo o las casas ya no son para siempre o París se acaba cuando menos te lo esperas o Bartleby no suele andar en compañía o, finalizando, una extraña forma de vida no es suficiente por mucho que te embarques en un viaje vertical.
Y hasta aquí hemos llegado. La primera pregunta es: ¿qué hago yo ahora con este libro que me ha costado casi veinte pavos, señor editor? La segunda pregunta es: ¿quedan editores con criterio? Y la tercera, por aquello de que no hay dos sin tres, es: si la sal se desvirtúa, ¿quién la salará?