La voces de Adriana es uno de esos libros que van creciendo a medida que pasan las páginas. Me he encontrado con una Elvira sobria, a veces íntima, siempre humilde, no hay nada impostado en esta narración.
«Se conocieron tras venir de otras relaciones: su madre de pocas y largas, su padre de muchas y cortas. Ella tenía veintiséis, él veintinueve. Ella estaba de paso en Gerona por un congreso y aprovechó para quedarse unos días más en la playa. Se alojó en el hotel del que él era director».
Encuentra la autora las tres atmósferas, encuentra también la voz, el ritmo y la pizquita de magia que toda obra literaria necesita, y consigue darle una vuelta de tuerca a su lengua extranjera.
«Recordaba la intensidad de los sabores y que todo era excepcional porque no siempre había. Así, los tomates en verano, tras un año entero sin tomates, o los espárragos que crecían en los arriates. Tal vez la excepcionalidad de todo aquello solo existía para ella por ser niña, por haberlo vivido en su larga etapa de descubrimiento del mundo».
La voces de Adriana debía ser austera, acierta Elvira Navarro con la paleta de colores, acierta con la mirada distante, y acierta también en la elección de la densidad.
«ABUELA: Mi suegra se puso un cinturón de castidad. A mí también me habría gustado ponerme uno. Nadie vio nunca ese cinturón, pero se conocía que lo llevaba por los gritos de mi suegro. Cuando dejó de gritar, jamás se supo si fue porque ella había renunciado al cinturón o él a acostarse con ella. Aquí no había putas, pero sí criadas».
La novela es, sin duda, original, tanto en su estructura como en su forma de abordar una historia que, aun siendo la historia de todos, nos deja el sabor de la extrañeza.
«HIJA: ¿Se transmite algo hacia arriba? ¿Tuvieron mi abuela y mi madre algo de mí?».
La voces de Adriana es una búsqueda, reconozco el camino, aunque en ocasiones haya neblina o me deslumbren unos faros salidos de la nada que enseguida se desvanecen.
«Era raro que el menor no pensara en eso inevitable como un futuro inmediato, sino como un pasado muy lejano, como si hiciera años que los hubiesen matado a los dos, o más precisamente como si los estuvieran matando todo el rato».
Un libro para leer a sorbos.