Literatura antigua y progreso moral. De esto trata El fulgor del bronce, un ensayo para leer y releer, un libro culto, ingenioso, fascinante, una obra colosal que roza la perfección en todos los aspectos.
«Porque lo que cuenta es que la Civilización es, ante todo, un propósito emancipatorio que salva a cada individuo del reduccionismo que lo identifica con las constricciones peculiares de cada cultura, desde una idea de Humanidad que define a cada sujeto a partir de su autonomía, de su responsabilidad y de su libertad».
Estoy pensando ahora que no he encontrado ninguna errata. Estoy pensando ahora que no he encontrado ningún error. Estoy pensando ahora en este libro y me digo y os digo que es impecable.
«Dicho de una vez, este ensayo cree y defiende que es mucho más saludable (en todos los sentidos posibles que quieran entender el término “saludable”) ser un ciudadano libre que un buen jíbaro o un buen catalán; y que en la mayoría de las ocasiones, por no decir en todas, lo segundo (la asimilación cultural) es un obstáculo para lo primero (la libertad individual)».
Francisco Giménez Gracia ha sabido conjugar la sencillez y la agudeza. Ha sabido también estructurar el texto, escoger los fragmentos y ordenar los elementos con un talento paciente que sabe a constancia.
«La civilización griega aparece definida en las investigaciones de Heródoto como aquella que otorga nombre y dignidad a las mujeres, y sabe medirse con el vino».
Todo en El fulgor del bronce es exquisito, la cubierta entera, las ilustraciones, la edición, el libro es flexible, da gusto tocarlo, Reino de Cordelia ha creado un objeto literario que es puro arte.
«En la especie humana no hay más raza que la que constituye la propia especie. O dicho de otra manera: tan de la misma raza somos los pigmeos como los murcianos; Adolf Eichmann o Woody Allen. Las variaciones en el color de los ojos, la piel, la altura media, etc. son fenotipos, esto es, expresiones del genotipo en función del ambiente, que van y vienen, y que no determinan en ningún caso nuestras capacidades éticas (ni teoréticas)».
Con un estilo rotundo pleno de matices, Francisco Giménez Gracia compone un ensayo que es divertimento y es enseñanza y es, sobre todo, Literatura para paladear sin prisas.
«Siendo, pues, una y la misma la raza humana, convengo con Aristóteles en que “las virtudes no surgen por naturaleza ni contra naturaleza, sino de acuerdo a la naturaleza y con arreglo a la costumbre”».
El fulgor del bronce me hace pensar en los libros imprescindibles, esos que dejas a mano para hojearlos de vez en cuando, libros de cabecera que no te cansas de leer.
«Esto es, que uno no nace compasivo, ni misericordioso, ni amigable; por lo mismo que no se nace violinista. Pero sí llegamos a este mundo más o menos dotados para la compasión (o para la práctica de la amistad, o para el violín). Y solo nos convertimos en compasivos (o violinistas) si adquirimos la costumbre de practicarlo y perfeccionarlo día a día».
Francisco Giménez Gracia ha escrito una obra inmortal.
El fulgor del bronce es un libro que subyuga.
Un clásico hecho de clásicos.