No es necesario hacer muchos números. Ni para el asunto de las listas ni para el de las recomendaciones. Por mucho que leas, vamos a poner doscientas obras al año, tus listas siempre serán listas parciales. Y tus recomendaciones, recomendaciones de lector que ni siquiera lee el 1% de lo que se publica.
Así que cuando veo una lista con las 100 mejores novelas de la historia, me pregunto: ¿cuántas habrá leído el que la ha confeccionado? Lo mismo me pasa cuando un suplemento cultural habla del mejor libro del año. Eh ―les digo mentalmente―, que lo que habéis leído y nada es lo mismo o casi.
En cuanto a las recomendaciones, por supuesto que hay que recomendar, pero sin olvidar nuestras limitaciones. Yo puedo recomendar un libro, pero es la recomendación de alguien que conoce muy pocos libros. También puedo cantar las maravillas de un autor, pero ¿a cuántos autores conozco?
Lo editorial ―que nada tiene que ver con lo literario― consigue que el gran público vea la Literatura como una competición. Los libros más vendidos. Los mejores autores. Las editoriales más prestigiosas. Las librerías que mejor lo hacen. Todo en lo editorial es competición. Mientras que en lo literario nada lo es.
Se podría decir ―sin exagerar― que lo editorial es el chulo de lo literario. Y cómo chulea lo editorial. Lo literario, si quiere tener visibilidad, debe someterse. Decía Constantino Bértolo: «Y si para ello hay que contar historietas, pues se cuentan; […] y si uno quiere garantizarse el ser escuchado, nada mejor que introducir un poquito de suspense en la historieta y un poquito o un mucho de morbo y un poquito de metaliteratura o de psicoanálisis barato para que se vea que dominamos la asignatura».
Se podría decir ―sin exagerar― que lo editorial abusa deshonestamente de lo literario, obligando a los autores a «incorporar a su obra, como elemento relevante de su poética, las lecciones del marketing comercial: facilidad sintáctica, tratamiento de conflictos con contrastado nivel de audiencia, acentuación del suspense y el misterio, utilización de una ironía gratificadora…».
El texto entrecomillado pertenece a La cena de los notables, un ensayo que todos los escritores deberían leer. Quizá son estos escritores ―tan abundantes hoy día― los que podrían salvar a la Literatura. Con la ayuda, claro está, de esos lectores ―tan escasos hoy día― que mantienen viva la llama de la esperanza.
La Literatura está enferma, sí, lo editorial ha devenido tumoral y se extiende como hiedra venenosa, el equilibrio se ha roto, la editorial seria ―esa que sabe lo que publica, que sabe encontrar un equilibrio entre la cuenta de resultados y la calidad del catálogo, que sabe lo que es la Literatura y cómo custodiarla― está en peligro de extinción.
La Literatura está enferma porque la sociedad está enferma, pero nosotros, como individuos, aún tenemos una oportunidad, aún podemos elegir, aún podemos preservar nuestra salud semántica, pues, como bien decía Constantino, «cada literatura educa y maleduca también a sus lectores».