Lló-viéndote
Diablura ediciones
Colección Santoinfierno
Toluca, EdoMex 2015
En la conferencia que dictó el 22 de febrero de 1969 ante la Sociedad Francesa de Filosofía, cuyo título fue: ¿Qué es un autor?, Michel Foucault plantea una idea en boga entre los intelectuales de ese momento: la muerte o desaparición del autor y la consiguiente autonomía de la obra. A casi cincuenta años, la cuestión no ha sido zanjada: hay quienes defienden la independencia de la obra y quienes han apostado por una vuelta al autor para rellenar algunos de sus espacios vacíos o indeterminados. A continuación, y a propósito del poemario Lló-viéndote, de Mario Islasáinz, desarrollaré algunas de las ideas de Foucault, quién inicia su reflexión a partir de una cita de Samuel Beckett, uno de los maestros de la literatura del absurdo, de la imposibilidad, y fatal necesidad, de decir: “¿Qué importa quién habla?”, pregunta quien habla, y nos pregunta a quienes hablamos.
La respuesta de Foucault es tajante: no importa quién habla y “en esa indiferencia se afirma el principio ético, tal vez el más fundamental, de la escritura contemporánea”. A Foucault no le interesa el autor, sino la función-autor, ese “lugar vacío –a la vez indiferente y coercitivo–“, desde donde se enuncia. Pero vayamos por partes.
Para empezar, el concepto de autor, como el concepto de obra y el de arte, es un constructor de la Modernidad. Ahora bien, desde hace más de un siglo viene diciéndose que la Modernidad está en crisis, como lo están conceptos como obra y arte y, por tanto, autor, lo que debemos considerar, y problematizar, al aspirar a crear obras de arte quienes pretendemos ser autores. No se trata de lanzarnos al vacío o abrazar el sinsentido donde todo y nada son igualmente válidos e inválidos, sino de hacer una reflexión meta-poética que intente sustentar, aunque nunca de manera definitiva, nuestros discursos.
Según Foucault, éstos, los discursos, son lo verdaderamente importante, y no, su autor. La función-autor no es el sujeto de la enunciación, sino, como se dijo, el lugar vacío de la enunciación. La propuesta de Foucault es valiosa porque, al quitar el acento del sujeto, permite ponerlo en los modos de producción, distribución y consumo de los discursos. Y aquí radica el principio ético de la escritura contemporánea, pues el hecho de poder hablar implica que hay muchos que callan y que, al hablar, siempre detentamos un poder y nos relacionamos con el poder de alguna manera. La desaparición del autor, según la plantea Foucault, hace a quienes pretendemos ser autores y, por tanto, desaparecer, responsables por nuestros discursos. ¿Qué implica escribir poesía en México y lejos de las capitales culturales del país? ¿Qué implicaciones tiene publicar una plaqueta en una editorial independiente? ¿Qué, participar del mundo literario?
Éstas son las preguntas que debemos hacernos. Mi respuesta, esta noche, es que Mario Islasáinz, el autor, el hombre que está sentado a mi lado, a quien me une un sincero afecto, a quien admiro por el desinterés con que se entrega a sus amigos y a todos aquellos a quienes pueda brindar su ayuda, no importa. Lo que importa es su poesía. Lo que importa es Lló-viéndote, que ahora nos reúne y que ha sido un excelente pretexto para estas reflexiones.
Me parece que el título es un buen punto de partida para abordar la obra. La Academia diría que es un error titular una obra con un gerundio sin el apoyo de un verbo conjugado, pero valga para indicar que la acción está transcurriendo: el “yo” del poemario que, aunque parezca de Perogrullo indicarlo, no es Mario Islasáinz, está viendo a la mujer deseada y está lloviendo y lloviéndola y lloviéndose. El agua tiene la propiedad, cantada sin par por José Gorostiza, de tomar la forma del recipiente que la contiene; el agua fluye, se encharca, corre, arrasa, como el deseo que cualquiera puede sentir por uno u otro objeto. ¿Qué hay más fluido que el agua de lluvia? Sólo el fuego, el otro elemento que en el poemario sirve, otra vez, de metáfora del deseo, y que es aun más informe.
Pero no sólo el deseo es acuoso e ígneo, lo es, también, la identidad de ese “yo” escrito con “ll” y tilde. ¿Qué importa quién desea cuando todos deseamos? ¿Qué importa quién es ese hombre calcinado de sed que mira, con el miembro erecto, entre piernas de mujer, el manantial en el que abrevará, cuando todos hemos muerto de sed y de hambre, y nos hemos saciado, para volver a morir de sed y hambre? ¿Qué importa quién es ese hombre que, con el miembro erecto, abrirá en dos las aguas de la mujer deseada, cuando todos hemos roto y sido rotos? No, no importa el yo cuando todos podemos encontrarnos en los lugares comunes, en el buen sentido, de la poesía.